El domingo pasado Morena realizó su séptimo congreso nacional extraordinario sin muchas sorpresas; el partido difundió, antes del registro, la propuesta consensada para ocupar los cargos de presidente, secretario, organización y otros espacios en el comité ejecutivo.

Sobresalierón en el evento los mensajes del presidente de la república, a través de una carta leída por Alfonso Durazo y el discurso de la presidenta electa Claudia Sheinbaum quien propuso, para la nueva etapa del partido,  un decalogo donde enfatizó lo que el pueblo espera de un partido y lo que el partido debe de replantearse  ante la realidad de un partido cuasi hegemónico.

Después de la votación, en la que  por consenso y aclamación, fue nombrado el comité ejecutivo que dirigirán  Luisa María Alcalde en la presidencia y Andrés Manuel López Beltrán en la secretaría de organización, se destacó también   otro decálogo con el que la nueva presidenta de Morena cerro su discurso de toma de protesta.

Al parecer las tres máximas de la 4T: no robar, no mentir, y no traicionar, no han sido suficientes para evitar que quienes han  accedido a espacios de poder en la administración pública,  en las legislaturas y en el partido, sólo vean un camino al empoderamiento desmedido, donde lo único que no se traiciona es la búsqueda del poder por el poder  mismo, y el enriquecimiento como inercia de la acumulación de poder.

Hubo una propuesta importante que tiene que ver con la reorganización de Morena: la instalación de comités seccionales y municipales, la afiliación y credencialización que, de concretarse, serán sin duda un gran paso para la consolidación democrática de un partido que nació como movimiento y que hasta ahora no ha sabido estar a la altura de un partido que gobierna.

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Otro gran tema tuvo que ver con el ejercicio del poder, con la práctica cotidiana de los gobiernos democráticos. La experiencia que se vivió con el partido de la revolución democrática no es nada alentadora, los gobiernos de izquierda no alcanzaron a proyectar una diferencia clara entre ellos y sus antecesores priístas o panistas; y las funcionarias y funcionarios, emanados de este instituto, en cuanto tuvieron oportunidad  llenaron sus carteras y acrecentarón sus bienes muebles e inmuebles sin rubor alguno. Por eso es significativo que en estos momentos el partido impulse un decálogo para garantizar el ejercicio democrático, eficiente y austero de los gobiernos a instalarse.

Si Morena tiene la capacidad de replantearse su vida democrática abierta y con un semblante de partido en el gobierno y, por otro lado, se exige a los gobiernos y  funcionarios electos la total corresponsabilidad con un proyecto austero, democrático y de izquierda,  ¿cuáles deben ser los retos de la etapa nueva del  partido?

Quizá es la relación que  debe mantener con la sociedad que está fuera de Morena, con las ciudadanas y ciudadanos de a pie que serán gobernadas y gobernados por los gobiernos emanados del morenismo, con los movimientos y organizaciones, con las demandas históricas de quienes han generado los grandes los procesos de cambio en el país pero, sobre todo, cómo deberá mostrarse el partido a la sociedad para que ésta no lo sienta lejano, ajeno, no solo como una extensión del gobierno.

El partido deberá ser escrupulosamente plural, no sólo al interno de sus filas, también poniendo en práctica la coexistencia política e ideológica con quienes eventualmente podrán pensar distinto; debe recordar que hay una derecha hambrienta que no vacilará en coptar y absorber a todos aquellos que se sienten lejanos de la propuesta, a los que con el menor pretexto sean señalados de no pensar, de no actuar, de no comportarse como lo planteé a Morena.

Por supuesto, si se apuesta a un proyecto político partidista de largo aliento, no solo a uno de transición. Uno que tenga la capacidad de desarrollar un proyecto de nación completo.