En un discurso que resonó con la fuerza de la retórica nacionalista, la presidenta Claudia Sheinbaum afirmó recientemente que “nadie se atreva a violar nuestra soberanía”, subrayando que Estados Unidos no sería lo que es sin el trabajo de los mexicanos que residen allí. Palabras que, sin duda, buscan reafirmar la dignidad y el valor de México en el concierto internacional. Sin embargo, detrás de este discurso vibrante, se esconde una realidad que desmiente la firmeza de estas declaraciones: un gobierno federal que, en la práctica, ha mostrado una notable debilidad en la defensa de la soberanía y los intereses nacionales.
La administración de Sheinbaum, que se presenta como la continuidad de la “Cuarta Transformación” iniciada por Andrés Manuel López Obrador, ha enfrentado críticas feroces por su manejo de las relaciones con Estados Unidos, especialmente en materia de seguridad y migración. Mientras la presidenta declara con vehemencia la defensa de la soberanía, la realidad es que México ha permitido intervenciones militares y operaciones de inteligencia estadounidenses en su territorio, cuestionando de facto la independencia del país.
La crítica al gobierno federal no puede ser más severa. Hablar de soberanía cuando se toleran incursiones extranjeras, cuando se aceptan políticas arancelarias punitivas sin una respuesta contundente, o cuando se depende en gran medida de la economía estadounidense sin diversificar los mercados, es una contradicción flagrante. La soberanía no se defiende con palabras bonitas en el escenario internacional; se protege con políticas coherentes y acciones decididas.
Además, la afirmación de que los mexicanos en Estados Unidos son esenciales para su economía es indiscutible, pero no se traduce en una estrategia sólida para proteger a estos ciudadanos en el extranjero ni en una política migratoria digna y efectiva. La administración Sheinbaum ha sido criticada por su respuesta tardía y poco efectiva ante las políticas migratorias de Donald Trump, quien ha vuelto a endurecer su postura contra México en su segundo mandato.
La retórica nacionalista de Sheinbaum, que celebra la cultura y la contribución de México al mundo, necesita ser respaldada por acciones que realmente defiendan la dignidad y los derechos de los mexicanos, tanto dentro como fuera del país. La soberanía no solo se trata de no permitir invasiones territoriales o económicas; también implica asegurar que los trabajadores mexicanos en el extranjero no sean utilizados como moneda de cambio en negociaciones políticas o comerciales.
El discurso de Sheinbaum es un recordatorio de la grandeza de México, pero también de la urgente necesidad de alinear la política exterior y doméstica con estas declaraciones. La soberanía se defiende con la construcción de instituciones fuertes, con políticas de seguridad que no dependan de la intervención externa, y con una economía que no se vulnere ante cada amenaza arancelaria. La administración debe moverse más allá de las palabras hacia la acción real, demostrando que la soberanía de México no es solo un lema de campaña sino una realidad tangible para todos los mexicanos.
La verdadera prueba de la soberanía mexicana no vendrá de proclamarla en discursos, sino de verla reflejada en la vida diaria de sus ciudadanos, en una política de Estado que verdaderamente proteja a México de cualquier intento de injerencia y que valore y defienda a cada mexicano, dondequiera que se encuentre. La soberanía, al final, se demuestra en hechos, no en palabras.