Conviene regresar el video de la historia para advertir que la propuesta neoliberal en diferentes momentos de la evolución del sistema mundial y el interestatal –norteamericano y latinoamericano– y desde luego en México fue legítima y diferenciadamente benéfica, a la vez que produjo resultados imprevistos y contradictorios que condujeron a su degradación.

En su momento, la hipótesis neoliberal fue legítima porque refutó y logró un amplio consenso en contra de la experiencia socialdemócrata y sus derivas populistas que hacia finales de los años 70 mostraban que no podían sostener las condiciones suficientes para beneficiar a la mayoría de la población.

La contrapropuesta planteó e instrumentó el llamado “Consenso de Washington”, es decir, un decálogo de políticas públicas que abrían espacio al sector privado y a la lógica del mercado para garantizar un aumento en productividad, inversiones, comercio, riqueza, derechos y oportunidades para la mayoría social.

El neoliberalismo logró varios de sus objetivos, a no dudarlo. En Norteamérica, por ejemplo, incrementó el poder del capital, el comercio y la riqueza. Sin embargo, también permitió abusos, corrupción, impunidad y, en particular, mayor desigualdad extendiendo en lugar de reducir la pobreza.

Después de las primeras dos décadas de la experiencia neoliberal, las primeras reacciones se dejaron sentir en las urnas en varios países sudamericanos, en los que la primera ola de gobiernos anti-neoliberales, durante la primera década del siglo 21, se cobraron las deficiencias de aquel modelo.

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Y es que la hipótesis neoliberal incluyó una importante apuesta en el sentido de que el aliento al capital y la revitalización del mercado afianzarían un estado de derecho constitucional democrático y que sus garantías y equilibrios políticos y jurídicos sustentarían una sociedad más igualitaria y lícita. Algo similar a la promesa del primer liberalismo del siglo 19. Bajo su nueva edición, ahora sí sobrevendría el fin de la historia.

Empero, las distorsiones y abusos de la operación neoliberal pusieron en crisis sus propias profecías pues ya no solo fuera sino dentro de los centros desarrollados, en Europa o Norteamérica, los capitalistas absorbieron de manera desproporcionada sus beneficios y, de la mano del cambio tecnológico digital y financiero, descolocan a estados y sociedades nacionales.

Al mismo tiempo que la desigualdad y la pobreza globales, se debilitaron las instituciones públicas y creció la informalidad y la ilicitud que desbordaron fronteras.

Cuando la condición neoliberal entró en crisis en 2008, al presentarse el macrofraude hipotecario en los Estados Unidos, la hipótesis neoliberal, de mercado y democrática agudizó sus contradicciones.

Al mismo tiempo, al ascenso de China y su estrategia capitalista de estado con efectiva igualación social mínima, le fue sincrónica la aparición de las ofertas neopopulistas de derecha e izquierda en países del centro (Trump) y las periferias (Bolivia, Argentina o más tarde, México). El engranaje de la maquinaria neoliberal ya no funcionaba más, aún cuando en algunos de estos países se intentó re-activarlo.

En México, la propuesta neoliberal dejó importantes beneficios en diferentes rubros, sectores y actores, pero sus costos sociales y el cambio de vientos en la economía mundial la tomaron refutable y menos creíble.

Así, una nueva mayoría popular, que venía luchando desde 40 años atrás por tomar la conducción política, en menos de una década, entre 2015 y 2021, se hizo del mando instrumentando un programa de reivindicaciones sociales (educación, grupos desaventajados) y culturales (mujeres, afrodescendientes), a la vez que ha venido recalibrando a los poderes y órganos del estado frente a los excesos de los actores del mercado.

Llegados a 2022, el principal déficit de la estrategia neoliberal, que debió ser uno de sus legados más virtuosos, está a la vista: la democracia, no como un sistema jurídico o un régimen político –que sí construimos en aquel periodo– sino como el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo en su mayoría, lo cual sigue motivando su principal reclamo social y político.

Al desatar los nudos del Consenso de Washington y su renovación nacional más ambiciosa y tardía –Pacto por México de 2012– las condiciones para una neotransformación del país ya forman parte del juego, con todo y sus incertidumbres y riesgos.

En ese contexto, cabe preguntar: ¿Cuál es el papel de la reforma electoral que se está debatiendo? ¿Es el mismo concepto de democracia al que se refieren quienes piensan como el presidente López Obrador y quienes razonan como el Mtro. José Woldenberg?

O bien, desde sus respectivos modelos mentales los dos tienen parte de razón y a sus proposiciones les hacen falta interfases que permitan moderar y hacer viable la permanencia y el cambio.

Entre neoliberalismo radical o moderado y entre neopopulismo extremo o matizado, sin duda que cabe y es indispensable el pensamiento crítico.