Vivimos en una era donde la realidad ha superado a la ficción. Lo que antes solo era imaginable en una serie de ciencia ficción como Black Mirror, hoy es motivo de preocupación legítima: la invasión de la mente y la conciencia humana. Las nuevas tecnologías, en particular la neurotecnología, están en camino de transformar la definición misma de lo que significa ser humano. No es exagerado decir que estamos ante el mayor desafío ético y legal del siglo: la protección de nuestros pensamientos y conciencia, lo que se ha dado en llamar “neuroderechos”. Me atrevería a decir que la defensa a la privacidad será la causa del siglo, pensando en que ante las tecnologías de hipervigilancia como cámaras, inteligencia por seguridad nacional consistente en intervención de comunicaciones, geolocalizaciones, reconocimiento facial, pero particularmente la privacidad mental.

En el cerebro se alberga el proceso para las actividades cognitivas, el pensamiento y conciencia, al tiempo que desde hace algunos años, es objeto de estudio y manipulación como nunca antes. Los avances en neurotecnología, capaces de registrar, interpretar e incluso alterar la actividad cerebral, abren las puertas a la posibilidad real de descifrar nuestros pensamientos. Por primera vez en la historia, lo más privado de una persona —sus pensamientos, decisiones, conciencia, emociones, o sea, su mente— puede ser vulnerado por la tecnología. No solo leído y decodificado, sino invadido, suplantado.

El académico Matías Mascitti aborda este fenómeno de manera precisa: la neurotecnología redefine la vida humana, transformando nuestro papel en la sociedad. Estas tecnologías podrían descifrar y manipular procesos mentales, además de aumentar las capacidades cognitivas de las personas. Sin embargo, el impacto ético y legal de esta manipulación es abrumador. Mascitti subraya que el derecho, como subsistema de la cultura, debe intervenir urgentemente para tutelar al ser humano y proteger su esfera de libertad, igualdad y dignidad.

Diversos países ya han comenzado a financiar proyectos que exploran los límites de la neurotecnología. La Iniciativa BRAIN, impulsada por el presidente Obama en 2013, fue solo el principio. Desde entonces, más de 19,000 millones de dólares han sido invertidos en más de 200 empresas de neurotecnología. Empresas como Neuralink de Elon Musk, también propietario de “X” antes Twitter, Kernel y Facebook están desarrollando dispositivos que decodifican pensamientos, como la interfaz cerebro-computadora de Facebook que puede escribir 100 palabras por minuto, ¡solo con pensar! Esta capacidad de leer y escribir en la mente humana ya no pertenece a la ciencia ficción.

No obstante, el desarrollo de estas tecnologías debe ir acompañado de un marco legal que proteja a las personas de la invasión mental. Chile, pionero en este campo, ha propuesto la primera ley de neuroderechos del mundo. ¿Por qué es necesario esto? Porque la mente humana, ese último bastión de privacidad, no debe ser expuesto sin regulación alguna. Se requieren leyes claras que limiten el uso de la neurotecnología para evitar el abuso en manos de corporaciones y gobiernos.

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El avance tecnológico no debe ser a costa de nuestra libertad mental. Si no actuamos ahora, corremos el riesgo de que nuestros pensamientos sean manipulados o utilizados sin nuestro consentimiento, violando los derechos más básicos de la privacidad y la dignidad humana. Esta no es solo una cuestión de seguridad, es una cuestión de humanidad.

El derecho y la neurociencia están destinados a ser socios naturales, como bien señala Mascitti. Así como el derecho ha evolucionado para proteger la integridad física y los datos personales, ahora debe adaptarse a esta nueva era digital para proteger lo más íntimo de cada ser humano: su mente. El principio supremo de justicia exige que adjudiquemos a cada individuo la libertad de pensar sin temor a ser intervenido.

No podemos permitir que la tecnología avance más rápido que nuestra capacidad para regularla. Urge una ley de neuroderechos que proteja nuestra privacidad mental antes de que sea demasiado tarde.

La clasificación de los neuroderechos se organiza en cinco categorías clave, que sus defensores proponen incluir en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU:

  1. Derecho a la intimidad mental: Protege los pensamientos y datos neuronales de ser revelados sin consentimiento. Dado el avance en tecnologías como el “big data” y dispositivos inteligentes, es crucial que los datos cerebrales se mantengan privados y estén sujetos a estrictas regulaciones.
  2. Derecho a la agencia: Asegura la libertad de pensamiento y decisión de los individuos sin interferencias externas. La neurotecnología puede influir en comportamientos y emociones, lo que plantea retos en la asignación de responsabilidades jurídicas y en la protección del libre albedrío.
  3. Derecho a la identidad: Permite a las personas controlar su integridad física y mental. En un futuro, con tecnologías que registren la actividad mental sin ser invasivas, este derecho garantizaría que la identidad personal se mantenga intacta ante estas intervenciones.
  4. Derecho al acceso al aumento mental: Promueve la distribución equitativa de los beneficios de la neurotecnología, tanto en mejoras cognitivas como en intervenciones terapéuticas. Este derecho se conecta con la igualdad, la dignidad y el bien común, asegurando que el acceso a dichas tecnologías sea justo.
  5. Derecho a la protección contra el sesgo algorítmico: Busca evitar que los algoritmos discriminen a ciertos grupos de personas (mujeres, minorías, etc.) debido a sesgos presentes en los datos o en el diseño de los sistemas de IA. Este derecho es fundamental para proteger la igualdad y evitar daños sistémicos derivados de decisiones algorítmicas.

Estos neuroderechos están profundamente vinculados con el principio de justicia, defendiendo la libertad, igualdad y dignidad en un contexto tecnológico cada vez más avanzado. Particularmente, frente a la inteligencia artificial que para obtener información y programarse, podría simplemente leer lo que pensamos, sin necesidad de procesar grandes volúmenes de datos como hasta ahora se ha alimentado.