Todavía se perciben los estragos de lo que aconteció en el pleno del Senado de la República en la aprobación de la Reforma Electoral -cuando dos legisladores de Morena- votaron en contra de la propuesta presidencial. De hecho, quienes no lo hicieron a favor no fueron invitados a Palacio Nacional; prescindieron de ellos con el pretexto de que -el mandatario federal- agradecería a todos los que votaron para que se avalara en mayoría.
Sin embargo, hay testimonios suficientes para asegurar que, el motivo de la reunión, fue una especie de mitin partidista usado a favor de las “corcholatas” preferidas de Palacio Nacional. No me explico la asistencia de Claudia Sheinbaum al evento, ni mucho menos la presencia de Marcelo Ebrard; quizá la de secretario de gobierno sí porque él, en este lapso, ha sido el interlocutor entre ambos poderes de la nación.
Entonces, las condiciones del proceso interno de Morena siguen siendo desiguales. Esa democracia y la pluralidad que dicen abanderar no es más que el pretexto para centrar la atención y llevarnos al terreno de una realidad que muchos aceptan como irrefutable tal vez por miedo a contradecir la palabra presidencial. Ese culto o veneración excesiva provocará, en un futuro, una etapa de vulnerabilidad para el propio movimiento porque la autodependencia que hay hacía la imagen del mandatario no será eterna, al menos hasta que se concrete su sexenio.
El punto es que, antes de que llegue esa etapa, el presidente busca un relevo presidencial. Sin ir más lejos, el mismo Andrés Manuel López Obrador se convirtió en árbitro y mediador del proceso interno de Morena. Él dice que no, pero la tribuna de Palacio Nacional ocupa los focos de atención porque desde allí se marca línea “oficial” de quienes son -los aspirantes- que tienen libertad para posicionarse ante la opinión pública como “corcholatas”.
Respeto al presidente, aunque él mismo está contribuyendo a la división interna del partido. Es obvio que hay diferencias de opinión con Ricardo Monreal, pero eso no es motivo para intentar segregar del proceso interno de Morena cuando -el zacatecano- es reconocido por un porcentaje importante de simpatizantes y militantes del movimiento como aspirante presidencial. Supongo que los mismos datos que conocemos todos han circulado en el propio despacho de Palacio Nacional.
No ha sido una buena idea o estrategia tratar acotar el paso de Ricardo Monreal porque -paradójicamente- el senador sigue siendo considerado un aspirante legítimo por la silla presidencial. De hecho, el coordinador de la fracción de Morena en el senado ha sido capaz de acumular entre el 16 y 18 por ciento de inclinación hacia él, incluso ante una descarada guerra sucia y gestos de indiferencia. Esto significa que -no toda la base de la militancia y simpatía del partido- está de acuerdo con las formas en las qué se han encargado de tratar de defenestrar al zacatecano ¿Solo por votar en contra del proyecto en materia electoral?
Es verdad que -sin importar su contenido- los diputados avalaron el proyecto en fast-track; pasó al Senado bajo la misma consigna o urgencia de avalar lo más rápido posible para intentar legitimar el tema desde Palacio Nacional, pero, con gran responsabilidad legislativa, el líder de la fracción trató de entrar en razón para realizar modificaciones. La cuestión es que, esa situación, ha generado más discrepancias porque el bosquejo está alimentado de aspectos de inconstitucionalidad que, seguramente, desechará la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Mientras eso pase, Ricardo Monreal se sigue ganando el reconocimiento de amplios sectores de la sociedad que aplaudieron esa determinación -difícil- pero al final congruente y apegada al marco constitucional. Sin embargo, equivocadamente, eso llevó al presidente Obrador -una vez más- a ignorar el nombre del líder de la fracción de Morena en el Senado de la República. Y digo que fue erróneamente porque no hay razones para realizarlo siendo que Monreal es, desde hace más de cuatro años, el operador legislativo más eficiente que ha hecho posible una serie de Reformas Constitucionales.
Sin embargo, lo que el presidente está reconociendo es el culto o la predicación ciega de aquellos que contribuyeron a que el proyecto se avalara pese a las anomalías que existen implícitamente. Empero, el derecho a disentir, debe ser un mecanismo de respeto y tolerancia en una expresión que dice ser democrática y plural.
¿Eso es motivo de indiferencia? Por supuesto que no. Tampoco es un parámetro como para cuestionar una legítima aspiración presidencial. Sí ese fuese el caso, el presidente hubiera aplicado la misma regla de indiferencia con la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, ante una clara incapacidad para ganar elecciones cuando perdió más de la mitad del territorio de la Ciudad de México. Eso fue, en ese momento, una consecuencia del exceso de confianza y displicencia.
En cambio, a Ricardo Monreal, se le juzga injustificadamente con duros comentarios solo por diferir en un punto y ser consciente en algunos temas de las políticas públicas del país como en el rubro de la seguridad. ¿Por eso? Entonces, ¿en qué clase de democracia vivimos y bajo qué garantías se puede regir un partido de Morena?
Se dicen ser plurales siendo que- en la práctica- limitan o acotan ese derecho a disentir bajo severos prejuicios de la indiferencia. Eso es una constante en Morena, sin embargo, la sociedad sabe reconocer esas prácticas de indiferencia porque identifican -claramente- decisiones o juicios atinados como la determinación que tomó Ricardo Monreal de no votar por un proyecto contaminado de inconsistencias.