El presidente AMLO tiene evidencia que la toma de decisiones de Estado en la Cuarta Transformación tiene solamente un propósito electoral. “Politiquerías”, como él mismo las llama. Ahora sale con la desafortunada noticia de que va a retirar el horario de verano porque afecta a la salud de las personas.
Esperar que él decida otra cosa a través de una explicación racional, científica y económica, es iluso. Pero el público lector, más perspicaz siempre, podrá comprender por qué, otra vez, se comete un error.
El horario de verano, contrario a la creencia popular, nada tiene que ver con las cosechas y los agricultores. Tampoco está pensando para que haya más luz en las tardes y los niños puedan salir a la calle con mayor seguridad o lo que sea que hagan a esa hora (no sé qué hagan los niños de hoy en sus tardes libres, así que prefiero no especular). El horario de verano tampoco está pensado para que el consumidor final tenga ahorros en su recibo de luz: ese es es el mayor mito en torno a esta medida y suele ser una de las causas comunes de la molestia que causa. Cualquiera conoce a una persona poco iluminada que se la pasa alegando “nos quitaron una hora de luz eléctrica y el recibo no baja”.
El horario de verano como medida macroeconómica
El horario de verano es una medida macroeconómica que está pensada sobre tres pilares: matriz de tecnologías de generación, grandes consumidores y la más importante de todas: el alumbrado público.
Es importante que el lector sepa que hay distintos tipo de tecnologías de generación, como carbón o coque, que son muy baratas pero cuyo tiempo de respuesta es muy pobre. Prender una caldera de estos combustibles lleva días enteros y hacer cambios en sus puntos de operación toma horas. Se entiende así que una caldera de coque no es una tecnología que responda adecuadamente a los rápidos cambios del perfil de demanda eléctrica. Contrariamente, están las turbinas de gas, por ejemplo, que reaccionan con gran rapidez, pero cuyo combustible es sensiblemente más caro. Entonces, tenemos los tipos de tecnologías de generación que el amable lector guste: desde la hidoreléctrica hasta la que nos da el Sol y que no reaccionan de la misma forma ni son igualmente económicas.
Aquí es donde entra esa herramienta macoreconómica que es el horario de verano: al desplazar una hora más el tiempo de actividad cotidiano aprovechando la más prolongada duración de la luz natural se evita que durante el período del día, donde la electricidad es más cara por su demanda, que es el que va de seis de la tarde a diez de la noche, se junte el consumo del alumbrado público con el de la llegada de la gente a sus casas y con el de los grandes consumidores. De esta forma, la capacidad instalada de tecnologías de generación con tiempo de respuesta rápido pero combustible caro, que está ahí para atender la demanda en estas horas y que está mayormente ociosa, no tiene que saturarse, lo que ahorra miles de millones de pesos al año de dos formas: la primera, evita tener que instalar más tecnología que sólo sirve para atender esas cuatro horas, y la segunda, evita consumir combustibles más caros, pues, en la medida de lo posible, se reduce el desfase entre las mayores cargas de consumo y que son, justamente, alumbrado público, llegada de la gente a sus casas y grandes consumidores.
En un país cuyo sistema eléctrico está al borde del colapso, deshacerse del horario de verano se antoja, pues, erróneo. Pero esto es lo que la mayoría voto: nunca más valdrán las razones técnicas tanto como el contentillo del populacho.