Marcelo Ebrard ha comenzado a romper con el lopezobradorismo. A la voz de ‘yo o ninguno’, lanzó un rudo mensaje en medios, acusando y amagando, sugiriendo que si no es él el favorecido por las encuestas (y todo indica que así será) habrá “un desastre para Morena”.
El supuesto desastre no puede venir ni de su regreso a MC ni de impugnaciones ni de su renuncia a su oficio que es la política ni de nada de eso. Su desesperación megalómana lo ha colocado en una suerte de laberinto borgiano, en donde sus caminos viables por tomar son muy escasos, básicamente dos: el intentar convertirse en el líder de la oposición vía el partido naranja, Movimiento Ciudadano, o acatar las reglas de un acuerdo que él mismo firmó hacia el seno del partido Morena, y que ya ha comenzado a deshonrar, o de continuar dentro del oficialismo, o bien con alguna cartera que sea útil a la nación en el próximo sexenio, pero escenario este, que para su egolatría de diván resultaría, casi casi, una humillación, para él.
Esperemos, pues, los ya próximos resultados de las encuestas realizadas por el partido, donde la contienda no es “solo entre dos”, como afirma el ex canciller con la petulante finalidad de pretender capitalizar las intenciones de voto que hay (porque las hay) de los otros cuatro contendientes, que de no haberlas, el ejercicio interno del partido se hubiese reducido a una especie de plebiscito, con algún nombre como “¿Claudia o Marcelo?” y se acabó.
Pero no es así, son y serán seis hasta dados los resultados de dichas encuestas. Intentar robar los votos a sus otros cuatro compañeros es un acto de singular bajeza, que ante los ojos del electorado, solo lo hundirá (aún más) en las preferencias de los simpatizantes del Movimiento de Regeneración Nacional.