I.

Vladimiro Rivas Iturralde es un escritor, académico e investigador ecuatoriano-mexicano que, en 2020, ha visto culminado acaso uno de sus deseos más sentidos: la compilación y publicación del total, hasta entonces, de sus artículos, críticas y reseñas en torno a una pasión que lo conquistó de manera tardía pero para siempre: la ópera. Por otra parte, en 2022 recibió la extraordinaria noticia de su postulación y final incorporación (diciembre), “en calidad de miembro correspondiente”, a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Y por si fuera poco, en 2024 cumplirá 50 años como profesor e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco –manifestación de vocación y amor por la enseñanza-, que corren aparejados con la vida de la institución fundada en 1974. Sin duda, puede colegirse una vida desarrollada a plenitud.

Vladimiro Rivas Iturralde

II.

La nueva obra de Rivas Iturralde, Noches de Ópera. Treinta y tantos años de ensayos y reseñas, crónicas, apuestas y reflexiones, publicada precisamente en 2020 por la UAM Azcapotzalco, se divide en dos partes. I. Ensayos y artículos. II. Críticas y reseñas. Ambas nutridas por un buen número de imágenes y fotografías. Pero antes de adentrarse al contenido de la colección, en “I’o sono il Prologo” (“Yo soy el prólogo”; en clara referencia al aria de Tonio que abre la ópera Payasos, de Ruggiero Leoncavallo), Rivas explica cómo es que llegó a la ópera y esta lo atrapó.

“Mi afición por la ópera fue tardía. Amé primero otras músicas, la popular, desde luego: tangos, boleros, valses, y luego, la sinfónica, de cámara, instrumental, particularmente pianística, y la coral… Pero la música vocal, particularmente operística, me resultaba extraña. En mi adolescencia llegué incluso a detestarla. Escuchar a una soprano cantando agudos y sobreagudos en escenas extremadamente dramáticas me resultaba una experiencia irritante. La frontera entre el canto y el grito era indistinguible”.

Afortunadamente, Mozart y Wagner, discos con arias de sus óperas, condujeron a Rivas a su gusto definitivo por este género surgido en el Renacimiento tardío en Florencia; una manera poco ortodoxa si se considera que lo usual es llegar primero a la ópera Italiana: “Caí, casi súbitamente, atrapado por este nuevo arte. Supe entonces que del odio al amor sólo había una audición”. Así, después de aficionarse a través de las grabaciones, escuchó su primera ópera completa, Carmen, de Bizet, y vio en vivo también su primera ópera, El trovador, de Verdi. Desde ese tiempo inicial comenzó a ver ópera representada “con una frecuencia viciosa y una mezcla de pasión constante y un progresivo desarrollo del sentido crítico”.

El sentido crítico y la pasión que se perciben en los textos de Noches de Ópera. Escritos disfrutables, uno por uno. Ya sean los más prolongados, los de la Parte Uno, o los breves de la Parte Dos. Esta segunda reúne textos sobre óperas que Rivas Iturralde mayormente presenció en vivo, a las cuales decidió reseñar para diversos medios como Milenio y La Crónica así como en la revista Pro Ópera.

Entre los discos que definieron el amor operístico de Rivas, señala uno de arias de ópera con el tenor Leopold Simoneau. Comparto con el canadiense el aria “Il mio tesoro”, de la ópera Don Giovanni, de Mozart:

De la segunda parte me llama mucho la atención que Rivas dedique su pluma a una buena cantidad de ópera mexicanas, un total de quince: Alicia, Antonieta y El juego de los insectos, del prolífico Federico Ibarra; Florencia en el Amazonas, Il postino y Salsipuedes, de Daniel Catán; Aura, de Mario Lavista; La mulata de Córdoba, de Pablo Moncayo (dos distintas reseñas); Atzimba, de Ricardo Castro; Tata Vasco, de Bernal Jiménez; Alma, de J. M. Delgado; Ambrosio, de José Antonio Guzmán; Los murmullos del páramo, de Julio Estrada; Únicamente la verdad, de Gabriela Ortiz; e incluso una obra en náhuatl, Xochicuicatl cuecuechtli, de Gabriel Pareyón. Un magnifico catálogo mexicano en medio de reseñas y notas del repertorio operístico internacional. Catálogo que, por otro lado, da mayor sentido aún a la publicación de la institución educativa.

Noches de Ópera. UAM Azcapotzalco; 2020. Una linda edición.

III.

En la primera parte se encuentra diversidad de temas sobre compositores, directores de orquesta, cantantes, ¡Gutiérrez Nájera como crítico de ópera! De verdad, ensayos disfrutables que muestran el conocimiento, el rigor y aun el humor de Vladimiro Rivas Iturralde. Textos publicados en Pro Ópera, Pauta, Biblioteca de México, Fuentes Humanísticas, Mundo Diners, entre otras revistas.

Pero me agrada sobre manera descubrir, en esta primera parte, una coincidencia con el autor: su propia emoción sobre la presencia de María Callas en el Teatro del Palacio de Bellas Artes en 1950, 1951 y 1952: “Pensar que aquí estuvo y cantó María Callas”, comenta Rivas con orgullo a sus amigos y conocidos. Y sí, escuchar a Callas en discos cantando en Bellas Artes es una experiencia emocionante, conmovedora. E imaginarla emitiendo sobre la orquesta, coros y solistas el Mi Bemol sobreagudo del final del segundo acto de Aída, de Verdi, es realmente espectacular. Y puede escucharse, sentirse aún esa vibración, sobre todo en la versión de 1951 con Mario del Monaco; esto a pesar de las deformaciones que le hicieran al Teatro del Palacio en 2011. Y la catarsis producida en el oyente es incluso más marcada cuando escucha las cinco óperas cantadas junto a Giuseppe di Stefano en 1952. Porque afortunadamente, además de que Callas estuvo en México, tenemos sus grabaciones. Porque como ha dicho un crítico en la compilación de David Lowe sobre la diva griega: el teatro de María Callas está en sus discos.

Quizá sea oportuno escuchar ese asombro final del segundo acto de Aída, al cual me he referido.

Noches de Ópera se disfruta en cualquier momento, como pequeñas cápsulas o como ensayos para la reflexión sobre este género sobre el cual señala Rivas: “nunca dejé de percibir en este arte mixto, impuro, el rancio sabor de lo decadente. Si todo arte es artificio, la ópera lo es más: me sigue asombrando que las cosas se digan cantando”. Y concluyo con esta cita reveladora: “Mi amor por la ópera nunca fue incondicional; siempre fue una relación conflictiva, de odio y amor, como todos los amores verdaderos”.

Y de la confesión de Rivas sobre su iniciación en la ópera, ofrezco el aria del premio de Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner, con el célebre tenor alemán Lauritz Melchior:

Tuve la fortuna de conversar con el autor a propósito de su nueva obra, por la cual siente un orgullo del todo comprensible y justificado. En la charla ratificó con claridad lo establecido en el libro. Me comentó también lo que revela como parte de sus “credenciales”, que además de tocar el piano “como instrumentista aficionado”, ha cantado en coros por veinte años, tanto en el reconocido grupo coral Convivium Musicum como en el Coro Filarmónico Universitario. Me comentó la anécdota de su emocionado asombro al escuchar un pasaje de la Sinfonía n.º 8, de Gustav Mahler, conocida como “Sinfonía de los Mil” (por la cantidad de músicos y cantantes involucrados), que lo obligó, en su representación en Bellas Artes en la cual participaba, a callar por unos instantes su propio canto.

Y por ello le pregunto si tiene alguna pieza favorita que haya cantado. Y le escucho decir -con su voz que clasifica de barítono pero en la cual alcanzo incluso a distinguir tonos o resonancias de bajo barítono; no por nada se tiene nombre de origen ruso, Vladimiro, de una geografía donde abundan las voces masculinas del registro profundo- de sus ensayos de una bella canción de Brahms que yo no recordaba haber escuchado: “Ruhe, Süßliebchen”, que empieza más o menos así: “Descansa, dulce cariño, en la sombra de esta noche verde que se desvanece”. Aquí, en la versión que me ha referido y recomendado el autor de Noches de Ópera, la del cantante y escritor Dietrich Fischer Diskau:

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo