Gerardo Fernández Noroña, político bien conocido –y no particularmente por su educación, formas de conducción y auto contención– será, a partir del inicio de la próxima legislatura, el presidente de la mesa mesa directiva del Senado de la República.
Noroña será, pues, el responsable de la conducción de la Cámara, del seguimiento del orden del día, de la moderación verbal de los ponentes, de la cesión del uso de la palabra, y en general, de todo lo que ocurre –o no ocurre– en el seno de la Cámara Alta.
En este contexto, el lector recordará que el Senado durante la República Romana era la institución responsable de asesorar a los cónsules y de emitir resoluciones que condujesen a fortalecer las políticas del Estado. Se componía de familias aristocráticas de viejo abolengo romano con trayectoria militar y política.
En contraste, en el mismo periodo de la historia antigua, los tribunos de la plebe representaban a los plebeyos, y buscaban presentar una oposición a los patricios y a las clases senatoriales. Se consideran en la historia de la civilización occidental los antecesores de los representantes populares, es decir, de los diputados y de las asambleas.
Ahora bien, el polémico Noroña, a pesar de jactarse de ser un hombre culto e instruido, y de ser sin duda un buen orador, se ha distinguido por sus discursos incendiarios y por sus enfrentamientos verbales –y asaz vulgares– con personajes de la oposición.
Como auténtico representante del pueblo de Iztapalapa, el otrora diputado, a pesar de no recordársele un trabajo sustantivo en la Cámara, hizo bien lo suyo con su aparente atropellamiento de los argumentos de la oposición.
Con su característica violencia verbal, se enfrentó salvajemente a Margarita Zavala, Jorge Triana, Porfirio Muñoz Ledo, entre otros.
Sin embargo, algo que deberá conocer el radical Noroña es que el Senado, a diferencia de la Cámara de Diputados, no es una asamblea popular, sino la representación de las entidades federativas.
Por lo tanto, la Cámara Alta, así como lo fue el Senado romano, está obligada a ser el foro de deliberación de las altas responsabilidades de Estado, tales como la ratificación de embajadores, altos cargos militares, cónsules generales, tratados internacionales, entre otros, además de fungir, desde luego, como cámara revisora y colegisladora.
En otras palabras, el Senado no es un foro para rencillas callejeras ni insultos ni descalificaciones ni apodos al estilo el ex diputado del PT. ¿Lo entenderá así el radical Noroña? ¿Sabrá comportarse el tribuno de la plebe en la Cámara Alta con la dignidad que conlleva ser senador? Difícilmente.