Desde la noche anterior comenzaron a llegar los compañeros, provenientes de todas partes de la geografía nacional. Como ya se ha hecho costumbre, desde muchas horas antes de la cita los simpatizantes de AMLO nos vamos congregando en NUESTRO lugar: el Zócalo capitalino. Nuestro recinto de la democracia; el escenario de nuestras grandes concentraciones. Nuestro Zócalo.

A las 17 horas comienza el acto de festejo por los 85 años de la Expropiación petrolera de 1938. Pero desde horas antes están abarrotadas la Plaza de la Constitución, NUESTRA plaza, así como todas las calles aledañas. No están llenas a medias ni se ven “huecos” en las tomas aéreas del evento. Están a reventar. Y sigue llegando la marea humana, los ríos de gente que acude derrochando alegría y cariño por su presidente. No nos mueve, como a los que marchan “en defensa del INE”, ni el odio al primer mandatario, ni el rencor social contra los desposeídos que por primera vez en décadas ven reivindicados sus derechos por un gobierno popular. Lo que nos mueve es la esperanza, el orgullo nacional, la convicción. “Pequeña” diferencia entre este festejo y la Marcha del Odio de unos días atrás.

Después de los discursos de la Secretaria de Energía y del director de Pemex, viene el mensaje del Presidente López Obrador; el que todos queremos oír. Como en ocasiones anteriores, como siempre, una pieza de oratoria digna de un análisis más profundo del que se puede hacer al calor del momento. Cada mensaje de AMLO da para la reflexión de los días posteriores, donde se pueden extraer lecciones, conclusiones, quizá mensajes cifrados y sin duda valiosas lecciones de historia de México. Por momentos parece extenderse demasiado; incluso él mismo ofrece disculpas por el tiempo empleado en su lectura.

El momento cumbre del discurso se da al cierre. La férrea defensa de la soberanía frente a los apetitos intervencionistas de ciertos políticos menores de Estados Unidos. La multitud enardece cuando escucha a su presidente plantarle cara a quienes quisieran ver a México convertido en un protectorado del Imperio: “¡cooperación, sí; sometimiento, no!”.

En un país con medios de información medianamente plurales el mitin del sábado habría sido nota de ocho columnas en la prensa, y ocupado los principales espacios en los noticieros de radio y tv. Por supuesto, no es el caso de México, donde los grandes corporativos que hacen de la información un negocio y cuyos intereses no pasan por la democracia ni la libertad de prensa, prefirieron hablar de una piñata quemada.

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Tal cual, amigo lector. Frente al músculo político exhibido por el movimiento obradorista en la mayor plaza pública de México; ante el enorme apoyo popular que da su fuerza al gobierno de AMLO; y cuando quedó claro que la calle, el Zócalo, la plaza pública, NOS PERTENECE; es decir, le pertenece a la izquierda, a la lucha social, al movimiento democrático, al PUEBLO; cuando todo eso quedó más que claro, los mercenarios de la información no encontraron mejor “argumento” que indignarse porque alguien quemó en el mitin una piñata con la imagen de Norma Piña, la corrupta presidenta de la Suprema Corte; la misma que ha solapado aberraciones como la exoneración de Rosario Robles, el descongelamiento de las cuentas bancarias de García Luna, o la reinstalación de Edmundo Jacobo en el INE.

Como plañideras aullaron todo el fin de semana los merolicos y levantacejas de la oposición, llamando a “la pacificación” y repudiando “la violencia verbal” que según ellos, llevaron a que alguien incendiara una piñata, y con ello tal vez lo que siga sea una guerra civil. Así de ridículos los opositores, pero se entiende: frente a un Zócalo NUESTRO a reventar, lo único que les queda es llorar con cualquier pretexto, y la piñatita quemada parece ser el mejor que encontraron.

Por supuesto, la “indignación” opositora es selectiva e hipócrita: cuando una legisladora del PRD fue captada golpeando con un palo una piñata con la imagen de AMLO; cuando a Guadalupe Loaeza se le ocurrió la “travesura” de apuñalar otra piñata, ésta con la figura de Donald Trump; o cuando un grupo de feministas panistas quemaron una efigie del propio AMLO afuera del Palacio Nacional, ninguno de los opinólogos de la derecha manifestó indignación alguna. No les pareció que fuera “peligroso” o que se hubiera llegado a un nivel “de violencia inaceptable”, y mucho menos emprendieron una campañita idiota en Twitter para subir fotografías cursis del “México que queremos”. NADIE de ellos expresó ni la más ligera desaprobación por la quema de esas imágenes, como se rasgan hoy las vestiduras por una piñata malhecha y deforme a la que le prendieron fuego.

Así de ridícula la oposición en nuestro país. Así de carente de cualquier bandera, de cualquier argumento, de cualquier principio. Su ideología es el odio; sus valores la hipocresía y la mentira. Ante una plaza llena y una multitud alegre por estar en NUESTRO Zócalo, ellos sólo atinan a defender a una piñata quemada.

Van muy bien rumbo al 2024.

Twitter: @Renegado_L