Mientras el presidente Joe Biden y las agencias de inteligencias estadounidenses estiman muy alta la posibilidad de un ataque del ejército ruso contra Ucrania, un número de eventos recientes han sacudido el este del país.
Si bien Ucrania es un Estado soberano e independiente (independencia alcanzada tras el desmembramiento de la Unión Soviética en 1991) una parte importante de la población que habita la zona oriental del país es rusófona y se manifiesta en favor de su anexión a Rusia. Sin embargo, estas reivindicaciones han estado históricamente ocultas detrás de un movimiento separatista. Este es el caso de las regiones de Lougansk, Donetsk y Donbass.
Moscú, por su parte, ha apoyado abiertamente los movimientos nacionalistas de las minorías rusófilas en los Estados ex miembros de la Unión Soviética, tales como los países bálticos - particularmente Estonia- Bielorrusia, y, desde luego, Ucrania. Desde el fin de la Guerra Fría el Kremlin, celoso del pasado soviético, ha destinado recursos al financiamiento de los grupos minoritarios que rechazan la presencia de Occidente en la región, y que, por el contrario, se identifican cultural, política e históricamente con el gigante ruso.
Desde hace dos días han tenido lugar enfrentamientos y escaramuzas entre las fuerzas paramilitares de los grupos separatistas y las fuerzas ucranianas. Estos acontecimientos han sido motivados por Rusia e interpretados por los Estados Unidos, sus aliados y por la prensa internacional como la posible antesala de la invasión, pues podrían ser utilizados -así ha trascendido en los medios de comunicación– como el pretexto o excusa para que el presidente Vladimir Putin ordene finalmente el cruce de las fuerzas rusas a través de la frontera ruso-ucraniana.
En adición a ello, el gobierno de Moscú ha anunciado recientemente la recepción y cobijo de refugiados ucranianos pro rusos provenientes de las regiones separatistas que se encuentran, según la narrativa rusa, bajo asedio del ejército ucraniano.
Los enfrentamientos en las regiones separatistas de Ucrania parecen haber dado un viraje importante en la lectura y especulaciones en torno a la invasión rusa. Por un lado, algunos analistas estiman que la intervención es inminente y que se espera el recrudecimiento de las tensiones para que Moscú inicie la guerra. Y por el otro, especulan que Putin no espera la guerra, y que el juego perpetrado por el mandatario ruso se ciñe a enviar un mensaje político de que no tolerará, bajo ninguna circunstancia, la expansión de la OTAN hacia el Oeste, mismo si ello implicase la invasión de Ucrania y el inicio de un conflicto costoso que conllevaría eventualmente dañinas repercusiones económicas y políticas para los rusos.
En suma, se desconoce el futuro de Ucrania y las verdaderas intenciones de Vladimir Putin. Sin embargo, lo que sí que es un hecho es que Rusia, una vez más, es el protagonista de un desequilibrio de las relaciones internacionales, y es culpable de haber provocado tensiones innecesarias que nada abonan a la consecución de los grandes desafíos globales.
José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4