Hay al menos dos libros importantísimos tan confusos que necesitan ser interpretados. Uno es la supuesta palabra de Dios, la Biblia. El otro es el acuerdo fundamental para la organización de nuestra nación, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Encontré por ahí los siguientes criterios de interpretación de la Biblia —no son los únicos: hay muchos otros, todos igual de difusos—. Los desarrolló Andrés Birch, pastor en la llamada Iglesia Bautista Reformada de Palma de Mallorca, España:
- 1. La interpretación de la Biblia es una tarea espiritual.
- 2. Hay que empezar buscando el sentido más natural.
- 3. Cada parte de la Biblia debe ser interpretada a la luz de toda la Biblia.
- 4. Hay que interpretar cada texto dentro de su contexto histórico.
- 5. Hay que interpretar cada texto dentro de su contexto literario.
- 6. Hay que tener en cuenta el tipo de lenguaje de cada texto.
- 7. Hay que tener en cuenta las palabras de conexión.
- 8. Hay que interpretar los textos menos claros a la luz de otros más claros.
- 9. Hay que tener en cuenta la versión original de cada texto.
- 10. Hay que tener en cuenta la dimensión cristológica.
Desde junio pasado se ha puesto de moda en México decir que la Constitución debe ser interpretada —algunas personas lo proponen para que Morena no tenga mayoría constitucional; otras, para que sí domine totalmente la Cámara de Diputados y Diputadas—. Estos son los criterios de interpretación constitucional:
- 1. Contextualmente.
- 2. Teológicamente.
- 3. Sistemáticamente.
- 4. Gramaticalmente.
- 5. Históricamente.
- 6. Evolutivamente.
- 7. Axiológicamente.
- 8. Neoconstitucionalmente.
- 9. Funcionalmente.
- 10. Garantistamente.
Alguna vez leí a un pensador ateo quejarse de que Dios eligiera para transmitir su palabra no solo a malos escritores, sino a hombres incapaces de redactar con absoluta claridad lo que un ser sinónimo de perfección les dictaba: Moisés, Josué, Samuel, Natán, Jeremías, Esdras, David, Salomón, Isaías, Ezequiel, Amós, Abdías, Zacarías, Malaquías, Mateo, Lucas, Juan, Pablo, Santiago, Pedro.
En su infinito poder, Dios pudo haber optado por dictar su palabra a un hombre mucho más brillante, lógico, coherente y con mayor capacidad para expresarse por escrito como Platón. No recuerdo si esta reflexión la hacía Bertrand Russell, pero cuando la leí pensé que, si Dios existiera, podría corregir en cualquier momento semejante metida de pata resucitando al discípulo de Sócrates para pedirle redactar con total inteligibilidad sus pensamientos.
Afortunadamente no es necesario revivir constituyentes para resolver el problema de la falta de claridad de nuestra Constitución, que tristememente cada quien interpreta como se le pega la gana.
Seguramente la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos es confusa en extremo por la gran cantidad de cambios que ha sufrido, algunos de ellos realizados solo para neutralizar modificaciones realizadas en un periodo legislativo inmediatamente anterior. Según el Instituto Belisario Domínguez del Senado, desde 1917 hasta 2024 se han aprobado 256 reformas constitucionales que han alterado en 770 ocasiones diversos artículos. En otro lado leí que de las 20 mil palabras originales de la Constitución, ahora tiene más de 110 mil.
Creo que podríamos y deberíamos darnos la oportunidad de redactar una nueva carta magna: sencilla, moderna, lógica, breve, nítida, escrita de tal manera —nunca más en abogañol— que requiera de interpretaciones mínimas.
Antes de emprender semejante tarea sería necesario un plebiscito para confirmar, o no, que la mayoría de la gente está de acuerdo con desechar la nebulosa Constitución actual para reemplazarla por una nueva, mucho mejor estructurada.
Una vez decidido que se cambiará la Constitución el gran reto será seleccionar a quienes integrarán la asamblea constituyente. En mi opinión, se requeriría de la participación solo de gente reconocidamente sabia en derecho, medio ambiente, ciencia, economía, educación e historia de México.
En el próximo gobierno habrá condiciones para un proyecto tan ambicioso, particularmente porque una de las interpretaciones de la Constitución vigente —una de tantas, tan correcta o inadecuada como las otras— muy probablemente dará a Morena y aliados la mayoría que necesitan para cambiar la carta magna.
Para algunas personas Morena y aliados no deberían contar con la capacidad de cambiar la Constitución porque solo lograron el 46% de la votación nacional efectiva en la contienda para elegir diputados y diputadas.
Aquí empiezan los problemas de interpretación. ¿Qué es votación nacional efectiva de diputados y diputadas? Lógicamente no puede hablarse de una votación nacional efectiva porque no hubo una votación nacional para renovar la cámara baja: hubo, sí, 300 votaciones distritales distintas.
Alguna vez, hace tiempo, votamos en una papeleta por diputados de partido. Ahora, lo que es una falta que genera confusión, no hay una boleta para votar por diputados y diputadas de representación proporcional. Entonces, se asignan en función de los votos y los triunfos de los partidos, que pueden ir coaligados o no.
La Constitución lo único que dice es que, al margen de coaliciones, tales diputaciones se asignaran por partido. Si esto se hace, el 85% de los triunfos de Morena y aliados en las elecciones de diputaciones de mayoría, se traducirán en solo el 74% de la cámara, un castigo, sin duda, pero de cualquier modo un porcentaje suficiente para cambiar la Constitución.
Me parece sensato, para evitar en el futuro otra guerra absurda de exégesis constitucionales, elaborar ya una nueva Constitución que las minimice. Ya Dios decidirá revivir a Platón para que escriba sus palabras con mucho mayor nitidez porque los autores de la Biblia conocidos hicieron muy mal trabajo.