Se utiliza el término mitocracia para describir la forma de gobernar del actual régimen, una administración que ha cimentado su poder no en la verdad, sino en una popularidad alimentada por mentiras. En el obradorato, las falacias se han convertido en una costumbre sistemática, una herramienta con la que se construye una narrativa que, lejos de buscar la verdad, la dinamita.
El presidente, a través de sus conferencias de prensa matutinas, ha ido usurpando de manera paulatina la narrativa e imponiendo una agenda propia, que devino la agenda nacional. Desde ese púlpito, donde se detenta el poder a diario, no solo manipula las conciencias, sino que también aprovecha la ocasión para golpear y atacar a sus críticos. Esta práctica, realizada desde una desproporción brutal de igualdades, no es más que una forma de censura encubierta y un acto de cobardía. Así, el presidente de la república ha logrado polarizar a la sociedad mexicana, promoviendo un falso dilema: o se está con el oficialismo, o se está en su contra. No hay término medio, no hay matices. Esta lógica binaria, esta visión maniquea del poder, es una estrategia de control que busca reducir la complejidad del mundo a una visión simple y manipulable.
La falacia de apelar a la masa se convierte, en manos del oficialismo, en una herramienta poderosa. Con una mayoría calificada que no se la concedieron los sufragios de los electores el día de los comicios federales del 2 de junio, sino más bien un tribunal electoral compuesto por magistrados que fueron corrompidos y que se pusieron al servicio del oficialismo, buscando imponer el argumento falaz de que, por ser ellos más, lo que proponen es correcto.
Los oficialistas, con esta mayoría calificada espuria, justificarán atropellos, violaciones sistemáticas a los contrapesos democráticos, el desmantelamiento de instituciones autónomas y la erosión del poder judicial.
En este contexto, la popularidad se confunde con legitimidad, y la victoria electoral se convierte en un permiso tácito para avasallar a quienes piensan diferente.
El contraste es claro: mientras que aquellos que se oponen al régimen son tachados de traidores y enemigos, los aduladores, los salameros y lambiscones se deshacen en alabanzas ciegas, defendiendo lo indefendible. Se erigen como los defensores de un discurso vacío, donde la ignorancia se convierte en argumento y la mentira absoluta en un arma eficaz contra el pueblo. Esta defensa incondicional y acrítica de las acciones del régimen no solo demuestra una falta de integridad, sino que también pone de manifiesto una alarmante aceptación de la manipulación y la falsedad como bases del discurso político.
En las calles de México, estudiantes, obreros, campesinos y ciudadanos se alzan contra esta mitocracia, contra esta maquinaria de falsedades que pretende imponer su visión única y autoritaria. Se trata de una protesta contra la mentira institucionalizada, una lucha que recuerda a los movimientos antifascistas de otras épocas. Porque, aunque el actual régimen aún no se haya declarado abiertamente fascista, coquetea peligrosamente con ese límite. Utiliza la retórica del miedo, amenaza con juicios políticos y acusa de traición a quienes no se alinean con su retórica embustera.
Estamos ante un gobierno protofascista, un régimen que, al igual que sus predecesores autoritarios a los que revive con su conato de regresión, identifica a sus críticos no como adversarios legítimos, sino como enemigos del Estado. Y con cada ataque a la disidencia, con cada intento de silenciar a la oposición, México se hunde un poco más en una espiral oscura, donde la verdad es la primera víctima.
Este panorama sombrío ha vestido de luto a las conciencias libres, que solo cuentan con la inteligencia, la firmeza y la insubordinación como armas frente a un poder que se alimenta de mentiras y que desprecia la razón.
La batalla por la verdad, por el derecho a disentir y por la defensa de las instituciones democráticas se ha convertido en un acto de valentía. Es en las minorías, en aquellos que se niegan a ceder su dignidad y sus libertades, donde reside la esperanza de un México que se niega a ser gobernado por falacias y engaños. Porque, en última instancia, es en esta resistencia inquebrantable donde se encuentra la posibilidad de evitar la debacle, de frenar la hecatombe que amenaza con destruir los cimientos de nuestra nación. Y es en esa lucha donde se encontrará la pelea por la democracia.
X: @HECavazosA