A nadie deben sorprender los amagos del presidente electo de los Estados Unidos de América respecto a su idea de bombardear a los cárteles de la droga en México. Esta intención del polémico magnate Donald Trump viene de tiempo atrás. Prueba de ello es una declaración del exsecretario de defensa, Mark Esper, quien ha mencionado que durante su primera administración (2017-2021), Trump le preguntó al menos dos veces si el ejército estadounidense podía “disparar misiles a México para destruir los laboratorios de drogas”. Cuando Esper le explicó por qué no se podía, Trump dijo que “simplemente podríamos disparar unos misiles Patriot y eliminar los laboratorios, con discreción” y agregaría que “nadie sabrá que fuimos nosotros”, y que Estados Unidos simplemente lo negaría.

El pasado domingo 22 de diciembre, Trump, volvió a mencionar su propósito de declarar a los cárteles del narcotráfico como organizaciones terroristas extranjeras cuando asuma el poder el próximo 20 de enero.

“Todos los miembros de pandillas extranjeras serán expulsados y designaré inmediatamente a los cárteles como organizaciones terroristas extranjeras. Lo haré de inmediato”, declaró durante un foro de la organización ultraconservadora Turning Point en Phoenix (Arizona). Asimismo, volvió a acusar a otros países de enviar a Estados Unidos a sus “narcotraficantes” y afirmó que “toda esta red criminal que opera en suelo estadounidense será desmantelada, deportada y destruida”.

Trump señaló que miles de personas mueren cada año por sobredosis de drogas, especialmente por fentanilo, y subrayó: “He informado a México que esto no puede continuar”.

La versión publicada por la revista Rolling Stone sobre que el equipo de Donald Trump evalúa la posibilidad de una “invasión suave” en México, con operaciones selectivas contra el narco, ha causado que otra vez se centre la atención en él.

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Trump ha dicho que el gobierno de México está “petrificado” por los cárteles. “Necesitamos una operación militar. Esta gente [los narcotraficantes] se ha vuelto ya militar. Son muy ricos. Tienen mucho dinero. Se encuentran probablemente entre las personas más ricas del mundo. Son muy ricos y muy malvados”, indicó en una entrevista con NewsNation.

De hecho, el próximo inquilino de la Casa Blanca ha expresado ya en varias oportunidades algunas de sus intenciones para con los integrantes de los cárteles.

Por ejemplo, en un discurso en la Fraternidad de Policía de Charlotte, en Carolina del Norte, afirmó que si ganaba las elecciones -como ocurrió-, se instauraría la pena de muerte “para los narcotraficantes y cualquier culpable de tráfico sexual de niños y mujeres, que está sucediendo en cifras masivas”.

En otra entrevista, le preguntaron si seguía en pie su idea de bombardear a los cárteles mexicanos de las drogas.”Absolutamente, México tendrá que alinearse bastante rápido”, respondió.

“Recuperaremos nuestro territorio, restauraremos las fronteras soberanas de los Estados Unidos de América y sacaremos rápidamente del negocio a los cárteles. Se van a ir”, aseguró.

De Donald Trump se conoce que le gusta alardear, amenazar, vituperar, divertirse y mofarse de quien en determinado momento sea objeto de su desprecio o rechazo.  Pocas veces cumple sus amagos o si lo hace no lo concreta con la severidad que antes presumió.

De ello se tuvo constancia en su anterior mandato como presidente de Estados Unidos. Si bien jugaba el juego y se jactaba de mostrarse como “el terror de la vecindad”, la realidad es que tenía cuñas y diques en su gobierno que en la mayoría de los casos lograban contenerlo: el asunto es que en el gobierno que está por comenzar esos elementos ya no estarán. Y sus cercanos se caracterizan por ser parte de esa ala dura que le apoya y lo impulsa a jugar el rol de malvado.

Según la revista Rolling Stone, que cita a fuentes informadas del debate que tiene lugar en el equipo Trump, una de las opciones que se considera es la de una “invasión suave”; esto es, enviar a fuerzas especiales estadounidenses de manera encubierta para operaciones selectivas con el objetivo de asesinar a los líderes de los cárteles.

Entre las posibilidades consideradas están ataques con aviones no tripulados o ataques aéreos contra la infraestructura de los cárteles o laboratorios de drogas; el envío de entrenadores y “asesores” militares a México; el despliegue de equipos de exterminio en suelo mexicano, una guerra cibernética contra los narcotraficantes y sus redes, y hacer que las fuerzas especiales estadounidenses realicen una serie de redadas y secuestros de figuras notorias, señaló el medio estadounidense.

Además, el ala dura del Partido Republicano ha pedido desde hace tiempo considerar a los narcotraficantes como terroristas e intervenir militarmente en territorio mexicano para combatirlos, una línea roja para el gobierno de México, que advierte que defenderá su soberanía.

El futuro vicepresidente, JD Vance, quien ha señalado que México se dirige a convertirse en un narco Estado ha declarado al respecto: “Miles de personas están perdiendo su vida porque no tomamos acción seria contra los cárteles”.

Legisladores como Dan Crenshaw han presentado iniciativas para declarar terroristas a los cárteles mexicanos de las drogas para posibilitar el uso del ejército contra esa amenaza.

Marco Rubio, a quien Trump nominó como secretario de Estado, dijo que estaría de acuerdo, siempre que se haga “en colaboración” con el gobierno de México y con las Fuerzas Armadas y la policía mexicanas, no sin su autorización.

Como ya he señalado, el tema se ha viralizado en redes sociales y no pocas personas simpatizan con la idea presentada por Donald Trump.

Sin embargo, ha venido a escucharse la voz autorizada del ex embajador de México en el país vecino del norte, Arturo Sarukhán, vertiendo una posición que bien podría anotarse como un jalón de orejas a quienes festinan una posible intervención estadounidense.

En su cuenta de X (antes Twitter) escribió:

“Más allá de que muchos aplaudan en #México que Trump anuncie que designará a organizaciones criminales operando en nuestro país como organizaciones terroristas internacionales (FTOs, por las siglas en inglés), esta decisión conlleva muchas secuelas que se siguen sin dimensionar correctamente, pero también la oportunidad para el gobierno mexicano de hacer Jiu-jitsu con dicha designación si es que se da.

1) Lo que no se acaba de procesar en México:

• De entrada, designarlos como terroristas solo profundizará la militarización de la lucha contra el narcotráfico; el problema se agrava porque cuando la única herramienta que tienes es un martillo, todos los problemas se ven como clavos.

• Esa es la razón por la cual primero con Bush y luego con Obama (y las respectivas legislaturas, ya sea con mayoría demócrata o republicana), se acabó descartando, después de sendas consultas bilaterales con México, esa posibilidad.

• La designación de grupos criminales como FTO implica además consecuencias para las relaciones comerciales, financieras y económicas. Un país en el que existen FTO puede quedar sujeto a medidas de suspensión de beneficios de acuerdos comerciales o la imposición de sanciones comerciales, congelamiento de activos de connacionales o empresas mexicanas en EEUU, la suspensión de relaciones interbancarias con bancos estadounidenses, a la regulación y control de remesas, o la obligación estadounidense de votar en contra de líneas de crédito a México y programas de organismos multilaterales económicos como el Banco Mundial, el FMI o el BID.

• La decisión también implica la potencial suspensión de visados a esa nación.

2) Las dos oportunidades que abre para México si se implementa esa decisión:

• Todo estadounidense que venda ilegalmente un arma que sea traficada a México o que venda armas al narcotráfico, o que blanquee activos del narcotráfico, se convertirá ipso facto en cómplice del terrorismo, y el gobierno mexicano debiera presionar que sean tratados como tal en EEUU.

• Una de las lecciones -y herramientas- más importantes de EEUU en la lucha contra el terrorismo internacional después del 2001 fue el uso de una política muy agresiva -inter agencias y centralizada en el Departamento del Tesoro- para detectar, combatir y prevenir el lavado de dinero que alimentaba al terrorismo fundamentalista, y que en gran medida explica por qué no ha habido un ataque terrorista en suelo estadounidense desde entonces. Esa experiencia debería ser aprovechada por México para subrayar que ese enfoque -en lugar de la erradicación, la interdicción o el arresto de capos- debe erigirse en la punta de lanza en la lucha contra el crimen organizado internacional.

Así que no concuerdo con quienes en México celebran esta potencial decisión a partir del 20 de enero, por mucho que sea el resultado directo de las políticas lopezobradistas ante el crimen organizado y la evisceración de la cooperación bilateral con EEUU en materia de seguridad. Pero si llega a darse, sin duda abre oportunidades -de posicionamiento, narrativa y de política pública bilateral- que el gobierno mexicano no debe desaprovechar”.

Ahí queda pues el tema para reflexionar.