No soy médico. Pocas veces he enfermado al grado de requerir hospitalización. Pero he pasado demasiado tiempo de mi vida en hospitales.

Si algo sé es que el familiar sufre la enfermedad grave tanto como la hija o el nieto que han necesitado internarse durante semanas, inclusive meses, y no una sola vez, sino con excesiva frecuencia cada año ya durante dos décadas.

Alguna vez leí a alguien preguntarse cómo es que ocurre el milagro de que un niño seriamente enfermo se ría en su cama de hospital. Esa magia, que a mí me ha dado la mayor felicidad, se produce solo porque, es un hecho, quien administra el establecimiento se preocupa no solo por la calidad de los servicios clínicos prestados, sino por ofrecerlos con compasión, humanidad y jovialidad.

He perdido la cuenta de las hospitalizaciones de semanas y aun meses de dos de las personas que más quiero, las que más sufren en mi familia. Hemos salido adelante por el privilegio de tener acceso a la atención privada hospitalaria.

No voy a entrar en la politización absurda ni en debates ideológicos sin sentido. Solo diré, con conocimiento de causa, que el sector público mexicano relacionado con la salud proporciona atención bastante digna; es así lógicamente gracias al trabajo de quienes han participado en los distintos gobiernos, sobre todo en los dos de izquierda, los de la 4T que han cambiado todo lo que se tenía que cambiar para limpiar de corrupción lo que se había echado a perder en el pasado.

Las columnas más leídas de hoy

Pero, digamos las cosas como son, el sector salud público funciona en México no solo por la pasión y la ética de quienes lo integran y dirigen desde los altos niveles de la administración federal, sino también por la enorme carga económica que les quita el eficiente sistema de hospitales privados; entre estos los mejores, por mucho, y no solo médicamente los mejores, sino los más humanitarios, son los hospitales Ángeles: lo sé por varias décadas de visitar varias veces al año distintos hospitales privados siempre por enfermedades complejas.

Reconozco mi deuda moral, que nunca podré pagar, con los hospitales Ángeles, es decir, con Olegario Vázquez Raña, el gran empresario mexicano que hizo posible su desarrollo hasta ubicarlos entre los más importantes del mundo.

Hoy me desperté con la noticia del fallecimiento de don Olegario y realmente me dolió. No sé cómo agradecerle lo mejor que me ha dado la vida: las sonrisas de mi hija y mi nieto en sus hospitales. El dato para el optimismo es que su obra perdurará porque ya la encabeza seguramente quien era el mayor orgullo del señor Vázquez Raña, su hijo, Olegario Vázquez Aldir, un talentoso y amable hombre todavía muy joven que es, en mi opinión, el empresario más trabajador y creativo de México.