Andrés Manuel se resistía. Sabía que si se presentaba en los sitios en los que ocurren tragedias se le iba a fotografiar al estar cerca de las víctimas o sus familias.
Los presidentes de antes, los del PRI y el PAN, eran expertos en aprovechar los desastres. Buscaban la foto y hasta posaban al lado de hombres y mujeres que no podían ocultar las lágrimas. Excelente propaganda, pensaban sus estrategas, a quienes no preocupaba el dolor de las personas, sino el lucimiento del titular del ejecutivo.
Lo sabía Andrés Manuel y lo rechazaba: no iba a hacer algo tan escasamente ético, que además siempre ha agraviado a quienes sufren, personas que se saben utilizadas para la publicidad política.
Es la razón por la que el presidente López Obrador se había resistido a viajar a los lugares de las catástrofes, donde la presencia de un presidente no ayuda, sino estorba: un gobernante genera aglomeraciones y ruido, factores que complican la tarea de quienes están entregados a la búsqueda de víctimas con vida.
Pero AMLO, por la presión mediática, finalmente cedió y acudió a la mina El Pintabete, en Coahuila. ¿Qué ocurrió? Lo esperado: la barahúnda que nunca falta cuando un gobernante aparece en público. Eso sí, sirvió para que la comentocracia obtuviera lo que buscaba cuando tanto presionaba a Andrés Manuel para que hiciera presencia en un desastre: que la esposa de una víctima diera las gracias irónicamente al presidente de México: “Le agradezco que haya venido a tomarse la foto con mi dolor”.
Lección aprendida, pensará Andrés Manuel y seguirá trabajando desde donde tiene que hacerlo para intentar hasta el final que suceda lo que ya parece un imposible milagro —encontrar con vida a los mineros— y, después, proceder a castigar a los responsables de la tragedia.
La comentocracia también seguirá en lo suyo: explotar la tragedia para tener más rating o más gente leyendo sus diarios, esto es, en la más inmoral carroñería.