Nunca antes en la historia de los Juegos Olímpicos habían competido la misma cantidad de hombres y mujeres. Desde tiempos griegos, los deportes y el culto al atletismo eran reservados para hombres. Características de dioses musculosos, los hombres podían aspirar a la perfección corporal, ni siquiera todos los hombres: tan solo aquellos hombres considerados como libres según la ley de Grecia. Es decir que ni esclavos ni hombres que hubieran perdido la ciudadanía por deudas o por sanciones podían siquiera intentarlo.
Los Juegos Olímpicos tienen su origen en la antigua Grecia, específicamente en la ciudad de Olimpia. Se celebraban en honor a Zeus, el dios principal del panteón griego. Los primeros Juegos Olímpicos conocidos se llevaron a cabo en el año 776 a.C., aunque es probable que hayan existido competiciones anteriores no documentadas. La celebración de aquellos juegos era tan mística y religiosa que algunos símbolos se conservan, como la llama olímpica que para los antiguos era una adoración a la diosa Hera, reina de los dioses, el matrimonio, la familia y el parto. Ese lugar de fragilidad, inferioridad y debilidad en que fueron relegadas las mujeres a lo privado resultó en que las mujeres ni siquiera hubiesen podido ser espectadoras de las olimpiadas.
Por 12 siglos se celebraron así hasta que el emperador romano Teodosio I los prohibió en el año 393 d.C., como parte de su campaña para imponer el cristianismo como religión única en el Imperio Romano y suprimir las prácticas paganas. Desaparecieron los juegos hasta 1896, cuando el barón Pierre de Coubertin los retomó y fueron celebrados en Atenas, Grecia.
Las mujeres deportistas tuvieron que romper con miles de barreras comenzando con entrenadores abusivos que se aprovecharon sexualmente durante entrenamientos o competencias, mandatos familiares para tener vidas ordinarias como el matrimonio y la maternidad, techos de cristal impuestos por autoridades deportivas que no creían en impulsar a mujeres para representar a sus países hasta razones de exclusión que en pleno 2024 se mantienen.
A diferencia del poder y las reglas para hacer política en las que triunfa la democracia, los deportes tiene reglas objetivas y estrictas: el menor tiempo en competencias de velocidad, habilidad en competencias de coordinación y ni hablar de aquellas en las que se involucra la fuerza. Vencer la idea generalizada de que las mujeres son débiles fue labrado con récords históricos, como el oro para las mexicanas cuando Soraya Jiménez demostró que las mujeres pueden cargar hasta 222.5 kilogramos y lograr pasar a la historia mundial con su papel en Sydney 2000.
Las olimpiadas de París en 2024 prevén que compitan 5,250 mujeres y 5,250 hombres. Es curioso pues en el país de la “libertad, igualdad, fraternidad” participaron por primera vez las mujeres en 1900, también en París. Aunque tan sólo eran el 2,2% del total de participantes, sembraron las semillas para derribar ideas de que existen “deportes masculinos y deportes femeninos”.
De hecho, la participación de las mujeres en las Olimpiadas ha sido un logro arrebatado categoría por categoría pues en los olímpicos de Ámsterdam en 1928, se prohibió competir a las mujeres en pruebas de atletismo por supuesta “debilidad física”. Aquella discriminación se terminó hasta que las mujeres en los juegos de 1984 celebrados en Los Ángeles, Estados Unidos, presionaron tanto al Comité Olímpico para su aceptación que alcanzaron una presencia del 23% entre los competidores.
Solo para dimensionar lo retrasado y a la vez, histórico del momento que vivimos: apenas en Londres 2012, todos los países participantes contaban con mujeres representantes dentro de las competencias olímpicas. No se trata de una cuota: se trata de miles de mujeres que tuvieron que vencer y enfrentarse a todo tipo de obstáculos únicamente para tener la oportunidad de competir.
Aun así, vale la pena recordar la célebre frase de Simone de Beauvoir: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.
En Afganistán, el deporte está prohibido para las mujeres, por lo tanto, los talibanes han dicho que ese país desconoce a las mujeres que participarán en los juegos olímpicos y que tan sólo 3 hombres son sus representantes. Esas mujeres arriesgan su vida al competir.
Los talibanes han criticado y cuestionado, mediante voceros oficiales de su gobierno, que “¿Cómo es posible que haya mujeres en el equipo oficial si es que practicar deporte está prohibido en su país para ellas?”. Además de no reconocerlas, los antecedentes son extremos y han hecho que las competidoras se mantengan en el anonimato.
Apenas en 2021, Mahjabin Hakimi, jugadora de voleibol fue decapitada por practicar ese deporte que supuestamente “exponía su cuerpo”. La ley de Afganistán prohíbe a las mujeres practicar cualquier tipo actividad física que descubra sus cuerpos, cabellos o rostros. Además, en Francia se ha dicho que a ninguna de las atletas de su país se les permitirá usar velo o hiyab, sin embargo, el Comité Olímpico Internacional ha dicho que “para las competencias deportivas en París 2024, el uso del hiyab depende de las normas establecidas por la correspondiente Federación Internacional. En la Villa Olímpica, las atletas son libres de llevar el hiyab en cualquier momento”. El destino de las deportistas afganas pende de un hilo.
La vergüenza de la humanidad es así de polarizada: más de 100 años costó a las mujeres su presencia en los juegos olímpicos, pero en 3 años, un gobierno totalitario es capaz de advertirle muerte a las que se atrevan a competir en nombre de su país.