A quien está leyendo esto, le recomiendo que vea el basketball femenil durante las olimpiadas. Aquí la justificación: como adolescente en la década de los noventa, me tocó la era dorada del basketball profesional en todo su esplendor. Larry Bird y Magic Johnson, a quienes sólo vi jugar al final de sus carreras, habían puesto los cimientos de un juego físico, espectacular y competitivo, donde además las rivalidades y las dinastías le daban alcances narrativos al deporte que trascendían un partido o un campeonato anual. Michael Jordan dominó una era donde sin embargo había jugadores que, en cualquier otro tiempo, hubiesen ganado campeonatos y premios que el #23 de Chicago les negó, porque cuando eres el mejor de todos los tiempos, tus tiempos son difíciles para los contemporáneos.

Hoy la NBA está repleta de talento, pero el juego es diferente, y no me entusiasma. Las estadísticas avanzadas han hecho que se intenten tiros de tres puntos aunque la pintura esté vacía, que la posición de poste haya desaparecido de facto y que los “armadores de juego” o point guards, no armen nada para nadie y en cuanto les cae la bola, tiren ellos. Y nadie defiende, porque la marca cerrada que antes era la norma, hoy es considerada falta, y al centro que cuidaba el aro, hoy le marcan violación si está más de 3 segundos en el área que rodea al aro. En la ofensiva, veo a Lebron James dar 7 pasos antes de soltar la bola, y hasta hace poco, James Harden se lanzaba contra los defensores como motociclista monta choques, para anotar todos sus puntos cobrando tiros libres. Y todo lo anterior porque los de pantalón largo (el Comisionado Adam Silver y compañía) descubrieron que mientras más puntos se anotaran, más interés despertaba el juego en el espectador casual, y con él llegan los ríos de publicidad y patrocinios.

Es natural, entonces, que se haya tendido hacia donde marcaba el dinero, porque las ligas profesionales son un negocio. Pero se les pasó la mano y ahora la NBA es un club de jóvenes que reciben millones de dólares desde antes de que jueguen su primer partido y sin haber demostrado nada aún, y en el que todos se ponen a tirar de 3 todo el partido y a quitarse cuando alguien intenta una clavada (porque no vayan a sacar esa humillación en las redes sociales). Las nuevas generaciones creen, quizás que eso es el basketball y está bien, simplemente reitero que ese no es el juego que no veía yo, y ya no me interesa. Pero buscando un sustituto hace meses, lo encontré donde menos lo esperaba: la competitividad, la garra, el hambre de triunfo y el profesionalismo que ya no tiene la liga varonil, está, totalmente representada, en la liga de mujeres, la WNBA. No es broma.

El basketball femenil ha tenido este año cifras récord de asistencia a los estadios y de espectadores en sus transmisiones. El catalizador fue una generación de novatas que han despertado un enorme interés: Caitlin Clark, una francotiradora que además pasa la bola como lo hacía John Stockton; también Angel Reese, que ha abrazado su rol de villana y némesis de Clark, una máquina de dobles dígitos; y Cameron Brink, ahí búsquenla en Google, porque hay que verla para creerla. Pero aunque yo, como muchos, comencé a ver la liga por las novatas, me quedé porque descubrí a otras jugadoras que ya estaban establecidas pero ni las conocía ni sabía que jugaban a ese nivel. No estoy orgulloso en recordarlo, pero yo era uno de los tipos que ignoró durante años la WNBA, a la que concebía como una liga de caridad o de acción afirmativa, sin valor alguno, ni atlético ni de entretenimiento. Estaba yo muy equivocado.

Se espera que el equipo de Estados Unidos gane el oro, y seguramente lo hará sin muchas dificultades. Aún así, vale la pena ver a la selección de Australia con Alanna Smith, que es perfecta, y a Brasil, que seguramente llevará a Kamilla Cardoso, que cuando no gana, al menos intimida. Pero la razón principal es similar a la que nos causó expectativa en el lejano año de 1992, cuando EU decidió, por primera vez, mandar al los juegos olímpicos un equipo de jugadores profesionales. Fue un espectáculo, y hasta los jugadores de los equipos perdedores se tomaban fotos con sus rivales y les pedían autógrafos. Estos juegos pueden ser, deberían ser, la presentación del basketball femenil a la audiencia global. Véanlas jugar. Vale la pena.