Pedro Infante
Dos de las películas esenciales en que actúa Pedro Infante tienen como argumento, de manera parcial, cuentos o historias de dos autores rusos, Antón Chéjov y Máximo Gorki. Este es un dato que tal vez conozcan muchos, pero en mi caso he dejado pasar aniversario tras aniversario luctuoso o de nacimiento del actor mexicano sin haber hecho el debido registro de esta particularidad, así que lo hago de una vez y ya pasada la memoria anual del trágico 15 de abril de 1957, en que Infante perdiera la existencia carnal para transformarse en leyenda, en un personaje mítico.
Personaje producto del arte del cine mexicano, pero sobre todo, producto de sí mismo. Tal cual lo describe el sociólogo Gabriel Careaga: “El viejo cine mexicano de estrellas y de arquetipos como los charros, los cómicos, las rumberas, las prostitutas, la madre abnegada, como expresión del melodrama pueril y fácil, terminó en el olvido [no estaría yo de acuerdo del todo con esta última sentencia, pues ese cine continúa viéndose con éxito en México, Latinoamérica y Estados Unidos]. De toda esa galería de actores-personajes, sólo uno logró pasar a la categoría de mito cinematográfico: es el caso de Pedro Infante, quien gracias a su talento natural, a su proyección carismática, a su simpatía desbordante logró, pese a los defectos de los argumentos y directores, que los tipos que encarnó en el cine tuvieran rasgos de veracidad, y que el público tuviera una empatía tanto del proletariado del campo como del de la ciudad y aun de la clase media. En Pedro Infante se expresaban los sueños colectivos, las imágenes fantasiosas de lo mejor y de lo peor del pueblo mexicano”. Pero no todo fue producto del talento natural y la gracia, también y principalmente del trabajo por parte del actor: “Infante, como todo gran actor –continúa Careaga-, no es resultado de la publicidad, sino del desarrollo consciente de su personalidad que cultivaba en forma disciplinada y obsesiva, ya que ensayaba, recreaba sus personajes y tenía una vida de consumado deportista, puesto que nadaba, entrenaba en el gimnasio y no fumaba ni tomaba alcohol”. Cita tomada de Estrellas de cine. Los mitos del siglo XX (Océano, 1984); ensayo en que el autor se aproxima también a Montgomery Clift, Marlos Brando, James Dean y Marilyn Monroe.
Chéjov y Gorki; dos películas
1. La oveja negra, de 1949, dirigida por Ismael Rodríguez, en la que interactúa con Fernando Soler. Un día descubrí que alguien había descubierto, no sé quién, que la primera escena de esta película está basada en el cuento “Un padre de familia”, de Chéjov (o “El padre de familia”; la lengua rusa no usa artículos, de ahí la confusión), sin que le hubieran otorgado el debido y obligado crédito. El filme refiere: Cinedrama original y adaptación de Rogelio González e Ismael Rodríguez.
Y en efecto, va uno de inmediato a la lectura del cuento y se halla con una transposición prácticamente literal de la realidad rusa a la mexicana en esa primera escena. La de un hombre violento, padre autoritario, macho, manipulador, borracho, vicioso vividor y mantenido que nunca ha trabajado pues vive a expensas de la mujer complaciente, sometida y abnegada. Estamos hablando de Cruz Treviño Martínez de la Garza en la película, es decir, Stefan Stefanovitch Gilin en el cuento; es decir, el gran actor Fernando Soler. Y en la contraparte tenemos a su hijo Fedia, de siete años en el cuento, transmutado en Silvano Treviño, hijo de Cruz; interpretado por un Pedro Infante ya crecidito aunque también sometido. En principio, porque las cosas cambiarán gradualmente y este se irá rebelando al padre, como se verá sobre todo en la secuela No desearás la mujer de tu hijo. El filme “La oveja negra representará uno de los diagnósticos más devastadores sobre la aparente sencillez y frescura del mundo rural mexicano que esconde relaciones sórdidas y corruptas”, escribe Careaga desde la perspectiva sociológica del cine.
Aquí, “Trailer” de La oveja negra:
2. La vida no vale nada, de 1955, dirigida por Rogelio González. He considerado a esta película como la mejor de Infante en el sentido de la actuación, ya que su personaje no trata del trillado muchacho alegre, el cantante, el charro, el carpintero, el mujeriego, etcétera, sino que está en papel de verdadero actor (con esta ganó su único Premio Ariel como mejor actor). El filme acredita el cinedrama a Raquel y Luis Alcoriza (este devendría en un gran cineasta tras su trabajo en el cine mexicano en general y con Luis Buñuel en particular), “inspirado en dos cuentos de Máximo Gorki”, sin decir cuáles. Se trata de “Malva” y “Los amansadores”. Encontré hace algunos años una traducción de este último, mas no pude localizarlo en esta ocasión para refrescar la memoria y particularizar qué parte de la película se basa o se caracteriza a partir de este cuento; que si no mal recuerdo, en realidad tiene un título distinto (dejémoslo para otra ocasión).

Aunque en apariencia parte del título de la canción de José Alfredo Jiménez, la película cuenta la historia de un desadaptado, un hombre solitario que se alcoholiza para olvidar, que no logra establecer relaciones estables, que vaga de un lado a otro habiendo salido del campo; pues se trata de un campesino de origen. Se enamora de una bella viuda (Rosario Granados) cuando llega a la ciudad, se relaciona con una prostituta (Magda Guzmán) a la que quiere ayudar, “salvar” de su condición, pero termina por abandonar a la primera y ser maldecido por la segunda.
“Yo no sé pa’ qué vivo. A mí nadie me necesita. Pero es una cosa que traigo aquí dentro, aquí, que no sé lo que es… Esta maldita tristeza… Yo soy un perdido. No tiene remedio. Si yo no debí nacer. Si he sabido no nazco”, dice Pablo, el protagonista, mientras se alcoholiza. Decide regresar al campo y sufre un golpe de realidad al ver la condición de miseria de la familia numerosa que ha sido abandonada por el padre. Decide ir a buscarlo para su regreso; será la última historia de la película. En el personaje central “existe un trasfondo de cultura campesina rural que ha sido impactada por la cultura urbana; es un vago pero no por pereza; es un borracho no por decepción amorosa; es un solitario no por falta de compañía, sino porque todo ello no le sirve para liquidar su desesperanza radical: la soledad del nuevo hombre de la sociedad mexicana que no acaba de integrar sus patrones urbanos con los vestigios de su cultura rural”, argumenta Careaga. De allí que uno de los amigos ocasionales le haya dicho a Pablo: “No te tengas lástima ni te chiquees tanto, lo que te sobra es miedo… Tú naciste campesino y el campesino sin tierra es como el árbol sin raíces, se pudre… Vuelve a tu tierra con tus gentes. Siembra campo y mujer”; es decir, aparentemente una vida tranquila, en paz y con amor…
[A pesar de todo, Pedro Infante también canta en esta película, una de sus mejores interpretaciones, el bolero “Alma”, de Jesús Monge:]
Malva es Lilia; Lilia es Malva
La tercera de las historias de La vida no vale nada está basada casi literalmente (como en el caso de “Un padre de familia” en La oveja negra) en “Malva”, un cuento bastante largo; acaso una novela breve. Es una historia en y del mar: “El mar reía. El mar reía…” son la primera y la última frase de la historia de Gorki que inicia con una amplia descripción del mismo. La adaptación a las costas del estado de Guerrero es magnífica, así como la traslación de la realidad rusa a la mexicana. Yákov es Pablo (Pedro Infante); Vasili Legóstev, su padre, es Leandro (Domingo Soler); Seriozhka es El Caimán (Wolf Ruvinskis; el letón mexicano); y la inconmensurable sensualidad y el erotismo a flor de sonrisa y piel de Malva es Martha (Lilia Prado).
La adaptación tiene pequeñas pero importantes variantes hacia el final de la película. Ambos finales son abrumadores pero la violencia última en la cinta es realizada de manera magistral. El personaje de Martha, una mujer libre, es más noble en el filme que en el cuento, donde hace alianza con “el malo” Seriozhka contra padre e hijo; con El Caimán sólo al final y por despecho al ser despreciada por Pablo.
Pero sin duda, los Alcoriza y González se inspiraron muy bien para encontrar la encarnación de Malva en México: Lilia Prado. No resisto transcribir las características de Malva a lo largo del cuento de Gorki adivinada en “aquella conocida sonrisa en el hermoso rostro de Malva”:
Toda ella redondeada, suave y fresca. La tez de sus redondas mejillas era morena, sus labios eran carnosos y se estremecían entreabiertos por una provocadora sonrisa. La blusa rosa de percal le sentaba especialmente bien, marcaba sus redondeados hombros y su pecho firme y turgente; hombros blancos, deliciosos. Ojos verdosos, dientes blancos y menudos, suaves brazos. Sonrisa maliciosa, en sus mejillas se formaban hoyuelos. Su cuerpo lozano y vigoroso, con aroma de mar. Tenía el pelo oscuro y no muy largo, pero abundante y ondulante. Voz cadenciosa y grave. Sonreía con una de esas sonrisas triunfantes tan frecuentes en las mujeres conscientes de la fuerza de su belleza.
¿Podría alguien más que Lilia Prado haber interpretado a Malva?; como si Gorki la hubiera intuido (excepto los ojos verdes; desconozco el color de los ojos de Lilia), y lo hizo magistralmente, como la gran actriz que fue siempre.

Finalmente, unas palabras sobre Pedro Infante en otra cita del sociólogo Careaga: “Vital y apasionado, siempre quiso y quería hacer mejores películas y cantar mejor y ofrecer al público más inteligencia y mayor capacidad histriónica… el cine mexicano nunca tuvo y nunca tendrá la presencia espléndida, carismática y la alegría de vivir que encarnó Pedro Infante”. Quizá esa haya sido la clave de su existencia: la alegría de vivir (que implica dolor y sufrimiento también) durante el tiempo que respiró la vida.
Y junto a Infante, Chéjov y Gorki habría que colocar acaso el nombre de Rogelio González, pues junto con Rodríguez trabajó en el argumento de La oveja negra y dirigió La vida no vale nada. Esto podría ser un indicio tras la idea de utilizar tres historias rusas en esas dos películas mexicanas. Y no deja de ser curioso que estos autores tuvieron una estrecha cercanía hacia los últimos años de vida de Chéjov. Era tan poderosa la presencia de este que influyó en su generación y las posteriores, como en el caso de Gorki (sólo 8 años menor), quien vivió la transición del mundo ruso en decadencia expresado por Chéjov a esa otra etapa decadente en que se convertiría el sovietismo.

Aunque en realidad se debe celebrar que el cine mexicano (incluso mucho más allá del conocido como de “la época de oro”) haya empleado buenas historias, buenos argumentistas. Está lleno de ellos.
Y qué gozo para el espectador y el analista que ese gran cine mexicano se haya nutrido de técnicos estadounidenses y alemanes, exiliados españoles, historias de escritores rusos, europeos y mexicanos, y el talento histrión de artistas heterogéneos mexicanos y extranjeros así como de guionistas “cinedramistas” y directores nacionales pero también de otras partes del mundo. Por eso este cine mexicano ha sido reconocido, celebrado, disfrutado y aplaudido en el tiempo que esta industria y este arte llevan de existencia.

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo