El enfrentamiento en vivo entre Ciro Gómez Leyva y Epigmenio Ibarra, durante el programa matutino en Radio Fórmula ayer 4 de diciembre, representa más que una mera discusión entre dos personajes mediáticos. El choque, que tuvo su origen en la crítica columna de opinión publicada por Ibarra en el diario Milenio, puso al descubierto no solo la polarización en torno al ejercicio periodístico en México, sino también las profundas fracturas entre quienes se autodenominan defensores de la verdad y aquellos que denuncian la parcialidad histórica de los medios.
La tensión escaló cuando Ibarra cuestionó directamente la postura de Gómez Leyva, señalando que su estilo de cobertura refleja un periodismo alineado con los intereses de las élites del pasado, particularmente durante los regímenes priistas y panistas. En medio de la discusión, el colaborador lanzó la frase “¿Vas a seguir con tu perorata o vamos a dialogar?”, dejando clara su percepción de que el conductor evita confrontar las críticas al modelo de comunicación tradicional que representó un pilar del neoliberalismo en México.
Gómez Leyva, por su parte, se mostró irritado, exigiendo respeto a su trayectoria y reclamando independencia editorial, pero las interrogantes planteadas por Ibarra resuenan más allá del estudio de Radio Fórmula. ¿Cómo juzgar a un periodista que, mientras hoy se erige como crítico del poder, permaneció callado frente a los excesos y corrupciones que marcaron gobiernos anteriores? La pregunta es incómoda, pero necesaria.
Los intercambios de este calibre, aunque espectaculares para el público, no deben quedarse en un plano superficial. El debate apunta a un problema estructural del periodismo mexicano: el legado de su cercanía con las élites políticas y económicas. Durante décadas, figuras como Gómez Leyva consolidaron una posición de poder mediático que, según críticos como Ibarra, sirvió para legitimar decisiones gubernamentales perjudiciales para la mayoría de los mexicanos.
La reacción de Gómez Leyva ante las críticas, más que refutar los argumentos de Ibarra, parece confirmar lo señalado en la columna de Milenio: que el periodismo mexicano aún tiene una gran deuda con la sociedad. Un ejercicio verdaderamente independiente exige no solo cuestionar al poder en turno, sino también revisar críticamente su papel histórico como actor cómplice o indiferente ante los abusos del pasado.
Epigmenio Ibarra, conocido por su respaldo al proyecto de la Cuarta Transformación, también enfrenta sus propios cuestionamientos sobre la imparcialidad de su discurso. Sin embargo, su insistencia en destacar las fallas del periodismo tradicional abre una discusión indispensable sobre el rumbo que deben tomar los medios en un país que exige mayor transparencia y compromiso social.
El choque entre ambos no es únicamente una disputa personal o ideológica; es un síntoma de un periodismo en transición, donde las viejas prácticas ya no son suficientes para una audiencia más crítica y empoderada. Las palabras de Ibarra reflejan una postura combativa, mientras que la respuesta de Gómez Leyva deja entrever las resistencias de un modelo mediático que se aferra a su narrativa tradicional.