Les platico: yo le llamo “Percherón”, por muchas razones, pero una de ellas no es por su robustez, porque es más bien menudito. Le digo así porque los pasos que da en su vida dejan huella... como las de esos majestuosos ejemplares que nomás de verlos, imponen. Sí, ver a Gustavo en acción, impone. A su edad -aunque también le digo joven por la energía que se carga- se reinventa cada día y aunque en los organigramas está retirado de sus empresas, les sigue moviendo y se avienta juntas con la frecuencia de cualquiera de sus directores.

Escribe tan bien como pocos y suelta ideas a tal velocidad que pone en jaque a cualquiera que se le ponga en frente. Es de los pocos que me llaman en plena madrugada, cuando lo que bulle en su mente lo lleva a buscarme para platicar sobre lo que trae entre manos. Siempre trae algo entre manos y como la gente lo sabe, lo buscan para consultarlo sobre los temas en que se mantiene muy bien informado.

Me gusta la visión de País que tiene, y se interesa y participa en todo aquello que busque hacer de México lo que los mexicanos merecemos y lo que vamos a heredarles a quienes nos siguen. Está metido en una cruzada por regresarle con creces a la vida lo que a él le ha dado y en su más reciente cumpleaños le dije: que ni se te ocurra decirle a nadie cuántos tienes, porque los que cumpliste, ya se fueron y los que tienes, son los muchos que yo espero que vengan por delante. Bueno, pues hace unos días me llamó para decirme que uno de los planteles de Conalep, el de San Nicolás de los Garza, iba a llevar su nombre.

¿Cómo ves?

Me preguntó y en seguida le respondí: Con madre, a ver qué se te ocurre para tu mensaje de aceptación y -como él todo lo agradece- de agradecimiento.Y esto que reproduzco en seguida, es el mensaje que dirigió al Consejo Directivo de Conalep por la merecida distinción de que ha sido objeto.

Abro comillas:

Las columnas más leídas de hoy

Estimado y respetado Consejo Directivo.

Estimada Nora Elia Cantú Suárez.

Prof. Roel Guajardo.

Estimados Maestros.

Jóvenes estudiantes.

Yo fui un estudiante, casi como ustedes…digo casi porque confieso avergonzado que no fui un buen estudiante. Bromeaba en clase y en multitud de ocasiones me sacaron del salón. Pocas veces, o casi nunca, hacia las tareas, pero eso sí, jamás me reprobaron alguna materia…pero, insisto, no fui un brillante estudiante; mis calificaciones oscilaban entre los 8 y 8.5; nunca me dieron diploma de excelencia; no me hacía falta estudiar, con la explicación del maestro yo ya entendía y mi carácter rebelde y bullicioso, me estorbaba demasiado.

¿Por qué les comento esto…?

Porque el día de la graduación de secundaria, todos fuimos con nuestros padres al evento…el director, Don Víctor Bertrand, fue llamando a cada uno de nosotros y leyó los premios a que fueron acreedores por sus esfuerzos…Empezaron con los más brillantes que desfilaron pletóricos de medallas y aturdidos de aplausos. Ya para terminar, me nombraron a mí, que como no me había ganado ni una medalla, el director improvisó una medalla de música, que ni existía, pero, por haber pertenecido a la banda de música, me la asignó para que no me viera tan trivial.

Al terminar la ceremonia, todos corrimos hacia nuestras familias para recibir las felicitaciones por haber obtenido el certificado de secundaria. Al llegar con los míos, mi papá me recibió, avergonzado, con una exclamación de duro y severo reproche diciéndome: “¡Que pena que te puse a ti mí mismo nombre…!” Y se quedó muy serio y molesto.Los hijos de sus amigos habían recibido toneladas de medallas y diplomas y yo, su hijo, ninguno.

Fue tan severo su reproche que, en ese momento, sin decírselo, solo pensándolo, me propuse ser un empresario lúcido y envidiable para hacer brillar el nombre de mi padre que yo había enlodado involuntariamente aquella noche.A mi padre, que está en el cielo, pasados los años, le tocó verme a mí, convertido en un empresario próspero y un día que me visitó en mi oficina, y a solicitud mía, me escribió un pensamiento en mi libro de Visitantes Distinguidos en donde afirmó: Gustavo, juzgo que has colmado las esperanzas y superado el ideal que siempre tuve sobre de ti…Te felicito.

GUSTAVO, TU PADRE.

Hoy, con motivo de este honroso homenaje que creo no merecer, me gustaría brindárselo a mi padre, que desde lo alto nos observa, y en desagravio por aquella noche en que no lo hice feliz y que hoy, estoy seguro, estaría muy orgulloso de haberme puesto su mismo nombre; considero, ahora, haberme sacado ya la espina. Misión cumplida. Me enorgullezco de este acto y de este momento…correspondo ofreciendo becar, en honor de mi padre, a los 50 más destacados alumnos del plantel hasta su graduación.Muchas gracias. Gustavo Mario de la Garza Ortega.” Cierro comillas.

CAJÓN DE SASTRE

”Felicidades, querido Gustavo”, exclama la irreverente de mi Gaby.