Se ha dicho, y existe algo de razón en ello, que la mejor política exterior es una buena política interior; en esa correlación entre una y otra, cabe suponer que cuando se extravía la orientación que se supone se debe tener al interior, inevitablemente se deteriora la posición que se tiene en lo externo.
Todo indica que algo así ocurre actualmente en el gobierno, pues éste se regodea en una constante confrontación con diversos grupos de la población como son los empresarios, inversionistas, los periodistas, sectores académicos, entre otros, en un marco de interrelación confuso y hostil, que ahora se proyecta con pronunciamientos agrestes con otros países; así lo prueba el intercambio de declaraciones con representantes del gobierno panameño al no otorgar su beneplácito ante la propuesta de embajador que México presentó; algo similar sucedió con España con quien se anunció un paréntesis en la relación; y ahora, los desencuentros se llevan a un nuevo capítulo con los diputados de la Unión Europea que se pronunciaron en un punto de acuerdo por recomendar garantizar protección y derechos a periodistas, lo que irritó a la administración lopezobradorista; desde luego que hacia los Estados Unidos no se ha perdido oportunidad para denunciar su indebida injerencia y trato hacia nosotros, a la manera de una Colonia.
Tal vez nada más enfático para hablar del tema desde la contribución diplomática que Maquiavelo, quien, como se sabe, recibió el nombramiento de secretario de la Segunda Cancillería en 1498 y ahí inició un largo proceso de reflexión, análisis y contribución sobre el fenómeno de la política, desde donde pudo escudriñar la naturaleza del Estado y desarrollar su pensamiento a partir de una visión acuciosa y analítica.
El hecho es que, ciertamente, la política interna del gobierno recurre a un método que consiste en la polarización, de modo de ubicar a los grupos de interés en los extremos de una confrontación ideológica, que conduce a identificar a los enemigos y, en la contraparte, a quienes respaldan sus propuestas; el lenguaje que se emplea para ello es de confrontación y descalificación en un caso, mientras que en el otro es de vinculación y de búsqueda de identidad.
El problema no sólo es de enfoque, sino también conduce al plano ético, pues supone, implícitamente, una división de intereses y demandas, entre las que se identifican como legítimas y de las que se entiende como ilegítimas por ser opuestas a aquéllas; de más está señalar que las segundas deben ser condenadas y atacadas, con lo que la política pierde su sentido integrador y de negociación de aspiraciones y propuestas, para abrazar lo faccioso
Cuando esa forma de entender la política y las relaciones se lleva al ámbito externo, el resultado es que lleva a tensar la dinámica de entendimiento con otros países. Así, en el interior la visión que tiene el gobierno se enmarca entre quienes son afines y los que son contrarios; en el exterior tal óptica se corresponde en un planteamiento que se sustenta en descartar a sus críticos por ser injerencistas o neocolonialistas, e identificarse con quienes lo apoyan por compartir con ellos una perspectiva de respeto y justa. La división que marca tal axiología resulta más que controvertida, pues si bien los valores son fundamentales para definir la actividad política, ésta regularmente demanda la construcción de espacios amplios de entendimiento que no pueden ser reducidos a la dicotomía entre buenos y malos.
Cabe una referencia que hace Maurizio Viroli, el más connotado biógrafo de Maquiavelo, cuando refiere un sueño de éste, cerca de su muerte, en donde había encontrado a santos y beatos camino al paraíso, vestidos con simplicidad y humildad; pero que encontró a otro grupo que hablaba de política y de los estados, estaba ahí Platón, Plutarco y Tácito, quienes dijeron conducirse al infierno. Entonces dijo que prefería ir al infierno conversar de política, antes de ir al paraíso a morirse de tedio con los santos y los beatos.
La referencia no es para vincular la política con lo inconfesable, opuesto a la ética y a la moral; pero sí a subrayar que es una actividad que demanda acercar visiones y construir acuerdos para resolver conflictos; una visión simplista que diferencia entre buenos y malos, no lo permite. La historia, decía el florentino, muestra que entre el pasado y el presente se hallan las mismas pasiones y los mismos deseos. Se puede colegir que la política es, entonces, el mejor medio posible para superar las antinomias que se derivan de tales pulsiones; pero si, por el contrario, se exacerban las diferencias, ésta se anula.
Una política interior incierta se correlaciona con una política exterior caótica; en efecto se vinculan y en su grado extremo acaban por hundir a la sociedad en la incertidumbre de la política sin acuerdos, que es autoritarismo.