El “madruguete” -como se dice popularmente- impuesto por el exalcalde de Atlacomulco, Estado de México, Roberto Téllez Monroy, al develar una estatua del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), justo en la “cuna del priísmo” y del denominado Grupo Atlacomulco, (al que pertenecen el expresidente Enrique Peña Nieto y su primo, el actual gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo), constituyó una afrenta que difícilmente iba a ser pasada por alto o asumida como un asunto menor, de ahí que a los tres días fuera violentada, decapitada, y arrojada al piso. Sin embargo, habría que decir que en el marco de una creciente inconformidad de no pocos mexicanos con el actual régimen, pudo haber sido cualquiera el que habría tenido la iniciativa de derribarla sin importar su filiación política.
“Para uno que madruga hay otro que no se duerme”, reza un conocido refrán mexicano, y Téllez Monroy, quien ahora se queja amargamente y amaga con acudir ante la Fiscalía General de Justicia del Estado de México para denunciar el hecho, es víctima de su propia iniciativa porque hasta donde se sabe, ningún habitante de Atlacomulco solicitó o manifestó algún deseo expreso de que se colocara la estatua del presidente morenista en su municipio. Fue, según ha trascendido, una expresión de “agradecimiento” del ex funcionario y que pagó de su propio bolsillo (eso dijo).
La creación de una estatua puede obedecer a diferentes motivos. En algunos casos, la estatua tiene un fin ritual o espiritual e incluso pretende lograr la evocación de una divinidad o de un ser mitológico. Por otro lado, hay estatuas que apuntan a simbolizar un valor, un concepto o un sentimiento (como la justicia, la razón o la familia). Además puede hacerse referencia a las estatuas de contenido histórico y a aquellas que nacen con una intención meramente estética.
Según el primer alcalde no priísta de Atlacomulco, su intención era “romper estigmas y paradigmas y que la gente reconozca lo que hizo”. Pero evidentemente, hubo quien o quienes no comparten su óptica en cuanto a los merecimientos de López Obrador de contar con una estatua y tras haber sido develada el 29 de diciembre, en las primeras horas del 1 de enero de este naciente 2022, ya había sido derribada y decapitada.
En una entrevista para “El Universal”, Téllez Monroy declaró lo siguiente: “El control de la policía se dio a las 0:00 horas a la nueva administración. Y en las primeras horas del 1 de enero casualmente no había alumbrado eléctrico, de acuerdo a la versión de los vecinos. Y la cámara que estaba frente a la escultura no funcionó”.
Habrá que recordar que apenas en septiembre pasado, Andrés Manuel manifestó durante su conferencia Mañanera “no es tiempo de rendir culto a las personalidades, en mi caso tengo escrito en mi testamento que no quiero que se use mi nombre para nombrar ninguna calle, no quiero estatuas, no quiero que usen mi nombre para nombrar una escuela, un hospital, nada absolutamente”. Pero tampoco nada comentó cuando se conoció que había sido develada una estatua de su figura. No expresó alguna inconformidad y tampoco pidió que la retiraran.
Luego entonces, fue hasta la mañana de este lunes 3 de enero, cuando se pronunció al respecto y recordó lo que ya había pedido meses atrás.
“Darle un mensaje a los habitantes de Atlacomulco, del Estado de México, a los que se organizaron e hicieron una estatua de mi persona. Decirles que los quiero mucho, que les agradezco mucho por su iniciativa, que son mis amigos del alma como millones de mexicanos, que los queremos mucho y que amor con amor se paga. Pero que tomen en cuenta de que yo he expresado de que no quiero que pongan a calles, a parques, a bibliotecas, a escuelas mi nombre. Ni quiero tampoco que me levanten ninguna estatua”
AMLO
Contrario a su estilo, AMLO decidió no dar mayor relevancia al tema que por cierto, se convirtió en tendencia en redes sociales durante el fin de semana, siendo la frase “el pueblo pone y el pueblo quita”, una de las más recurrentes en las imágenes de la estatua caída. Lo que sí llamó la atención fue el silencio sepulcral de los priistas, que optaron por hacer mutis ante el hecho que no pocos adjudicaron a militantes de su partido la vandálica acción.
Lo cierto es que lo que podría catalogarse como un acto de lambisconería por un exalcalde que no logró ganar su reelección bajo la coalición Juntos Haremos Historia, conformada por Morena, Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro Solidario (PES), terminó en un despropósito mayúsculo, pues colocó a su jefe máximo en una situación ridícula, bochornosa y humillante al ser su estatua vandalizada, decapitada y arrojada al piso.
Y habrá que decir que aunque muchos recordaron las imágenes de la caída de la estatua de Saddam Hussein ocurrida en abril de 2003 a manos de fuerzas estadounidenses en Bagdad, es propicio señalar que no existe punto de comparación entre una y otra, pues la enorme figura de 12 metros de altura con el brazo en lo alto del terrible dictador iraquí fue erigida en su honor por su 65 aniversario y su derribo significó el fin de su atroz régimen; en tanto que la de AMLO, fue una ocurrencia de un personaje caído en desgracia que buscaba congraciarse con su mesías, y el derribo de la pieza apenas y representa un acto de vandalismo que seguramente no irá más allá de lo anecdótico.
Salvador Cosío Gaona en Twitter: @salvadorcosio1
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