Interesante artículo el de este viernes de Alejandro Moreno en El Financiero, “La popularidad presidencial a tres años”.
Esta vez no voy a intentar refutar los números que presenta el experto en encuestas del diario de Manuel Arroyo, aunque no quisiera mencionarlos sin hacer dos precisiones:
- Me parecen artificialmente inflados —en otros artículos argumentaré por qué— los porcentajes de popularidad que el encuestador otorga a Carlos Salinas y a Felipe Calderón.
- Considero cuchareadas a la baja las cifras de popularidad de Andrés Manuel López Obrador; ya expondré mis razones para pensar de esta manera.
Son los tres presidentes más populares a la mitad de sus periodos, según el especialista Moreno:
Popularidad de Carlos Salinas (% promedio anual 1989, 1990, 1991)
- 1º año 63
- 2º año 72
- 3º año 77
Popularidad de Felipe Calderón (% promedio anual 2007, 2008, 2009)
- 1º año 63
- 2º año 63
- 3º año 64
Popularidad de Andrés Manuel López Obrador (% promedio anual 2019, 2020, 2021)
- 1º año 71
- 2º año 62
- 3º año 61
Popularidad de Vicente Fox (% promedio anual 2001, 2002, 2003)
- 1º año 65
- 2º año 56
- 3º año 59
Popularidad de Ernesto Zedillo (% promedio anual 1995, 1996, 1997)
- 1º año 37
- 2º año 42
- 3º año 56
Popularidad de Enrique Peña Nieto (% promedio anual 2013, 2014, 2015)
- 1º año 49
- 2º año 47
- 3º año 37
Salinas, el engaño
Suponiendo que sean ciertos los elevados números de popularidad que encuentra Alejandro Moreno para los primeros tres años del gobierno de Carlos Salinas de Gortari —fueron altos, sin duda, pero no tanto; lo que sea, esta es otra historia—, la explicación de su buena imagen está en que, simple y sencillamente, nos engañó.
Muchos le creímos a Salinas cuando su propaganda nos contó que íbamos a toda velocidad, sin escalas, a estar a la altura de las grandes potencias.
Quizá —para quienes creemos en las bondades de la libre empresa y el comercio internacional sin restricciones— no era del todo mala la estrategia económica de Salinas, bastante más neoliberal que la de cualquier presidente anterior a él, pero… en lo político fracasó lamentablemente.
Salinas no logró, y tal vez ni siquiera lo intentó, abrir el sistema a la democracia, y obsesionado con el poder, no entendió al final de su periodo que que se acercaba la hora del retiro, y entonces destruyó la candidatura de Luis Donaldo Colosio y jugó con las ambiciones de Manuel Camacho; ¿el resultado? Un magnicidio y la destrucción de México, que al siguiente presidente, Ernesto Zedillo, le costó bastante empezar a reedificar.
Calderón y la sangre
Felipe Calderón recurrió al fraude electoral para llegar al poder. Sí, como Salinas en su momento, con la diferencia de que en 1988 todavía era normal el robo de votos, mientras que en 2006, ya en las primeras elecciones presidenciales después de haber más o menos llegado a la democracia, el fraude no era perdonable por la ciudadanía ya despierta.
Así que, para que se olvidara el fraude electoral de 2006 —el perdón no lo ha logrado—, Calderón metió a México en una absurda guerra contra las mafias del narcotráfico. Lo hizo para distraer y, como le funcionó tal estrategia propagandística al principio, decidió ir mucho más a fondo y profundizó los combates, algo que hizo a tontas y a locas, sin estrategia sensata de ningún tipo y, lo peor, como hoy sabemos, entregando la comandancia de las operaciones bélicas a un empleado del cártel de Sinaloa, Genaro García Luna.
Tal guerra ensangrentó a México —hoy seguimos sufriendo las consecuencias—, pero le sirvió para incrementar su popularidad, que era lo que Calderón buscaba. El colmo de la inmoralidad fue inventar una pandemia global, la de la influenza A (H1N1), para volver a vestirse como héroe. No hubo tal pandemia. Pero Calderón paró sin ninguna lógica las actividades económicas en el país, lo que provocó muchos daños, pero pudo presentarse como salvador no solo de México, sino de la humanidad. Hubo gente que le creyó.
Al final, la mayoría del pueblo entendió las cosas y, en las elecciones presidenciales, el partido de Calderón se fue al tercer lugar. Su farsa funcionó unos años, pero terminó por ser descubierta.
AMLO, programas sociales
Ningún presidente había tenido tanto en contra como Andres Manuel López Obrador. La pandemia esta vez es real —ha golpeado a todas las naciones de la tierra durante terribles dos años y no se detiene—; las mafias son más poderosos que nunca antes porque se alimentaron de la guerra de Calderón, en la que los capos tenían a sueldo al secretario de Seguridad; ha sido durísima la crisis económica generada por el confinamiento mundial obligado por el covid.
¿Por qué se mantiene en niveles bastante altos la popularidad de Andrés Manuel? Algunos analistas dicen que por las conferencias de prensa mañaneras. Pienso que no. Le ayudan a AMLO, sin duda, pero apenas a emparejar el marcador frente a unos medios de comunicación decididos a destruirlo.
La popularidad del presidente López Obrador obedece a la esencia de su proyecto de gobierno: apoyar a quienes menos tienen, con sinceridad, sin demagogia, como un elemental acto de justicia. Ha ocurrido así, y la sociedad lo sabe, a pesar de que se manipulan cifras y se cuenta la fábula de que en el actual sexenio hay más pobreza que en los anteriores. Tal mentira se apoya de otra: que antes gobernaban los expertos y hoy, dicen, solo los leales a Andrés Manuel. Me pregunto por qué si desde 1988 fuimos gobernados por tantos sabios de la economía y la administración pública siempre estuvo el país tan jodido… Pero este es ya otro debate.
Federico Arreola en Twitter: @FedericoArreola