En el escenario de los grandes cambios de época, impulsados por las revoluciones científicas y tecnológicas, mantener el control y la conducción del estado resulta indispensable, pero la naturaleza conflictiva del poder lo torna muy complejo.

Las posibles vías varían de contexto en contexto nacional. La más usual, desde luego, es la continuidad, personal o de partido, que se enfrenta día a día al desafío del pluralismo democrático, el conflicto de intereses y la demanda de eficacia.

Desde las centurias dinásticas de los faraones egipcios a las de los emperadores chinos o romanos y los reyes medievales hasta los impulsos de los Hitler, Mussolini Stalin, incluso Roosevelt, y de allí a los tiempos de Putin, Xi, Netanyahu, Sanchez, los Kirschner, Evo Morales, Biden. Trudeau o López Obrador, la continuidad puede generar frutos nutritivos cuando es crítica y eficaz.

Empero, a la vez la continuidad suele sembrar semillas envenenadas. Ante la frecuente imposibilidad de eliminar sus propias contradicciones, políticamente humanas, estas terminan por marcar el fin de los ciclos de gobierno y hasta de régimen.

La peor actitud dentro de la continuidad suele ser el no ejercer la autocrítica y no enmendar errores.

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En Argentina, la prolongada continuidad del matrimonio Kirshner resquebrajó su coalición gobernante que terminó cediendo en 2023 la presidencia a una expresión ultraderechista liberal encarnada en Javier Milei.

En Bolivia, la persistente voluntad de Evo Morales por retomar personalmente la titularidad del poder ejecutivo ha dividido a su partido, el Movimiento al Socialismo, cuyas dos décadas de continuidad se verán nuevamente en riesgo en 2025, cuando se celebren elecciones generales.

En Brasil, la legitimidad social y política del Partido del Trabajo y su líder histórico, Lula Da Silva, se halla por segunda ocasión, luego de perder el poder ante la coalición derechista de Jair Bolsonaro y reconquistarlo de manera dramática, en una caverna de percepciones adversas que hoy vaticina otro revés en 2026.

En el Triángulo Norte de Centroamérica, la rigidez de la continuidad bipartidaria y de los grupos de poder informales, lícitos o ilícitos, terminaron por ceder sus respectivos gobiernos a la personalización de la política (Bukele en El Salvador), la izquierda radical (Xiomara Castro en Honduras) o una más genuina izquierda socialdemócrata por fuera del Pacto de Corruptos que contrareloj se resiste a fenecer (Guatemala).

Dos casos que ya forman fila en esta saga del recambio de una continuidad por la aspiración a instalar otra son, a ojos vista, Costa Rica y Panamá, en donde sus respectivas derechas conservadoras no se cansan de desgastar al estado y la sociedad.

Ni qué decir de Chile, Colombia o Ecuador, ya por no citar Uruguay y mucho menos Paraguay en donde, en general, las continuidades rígidas dentro del círculo cerrado y selectivo, que por desfortuna las democracias liberales propician en los países dependientes con estructuras sociales desiguales, piden abrir oportunidades a la democracia popular. En esos sistemas circulatorios ya se forman o vuelven a formar coágulos y trombos por venir.

La proverbial continuidad seudo-democrática o seudo-autoritaria del PRI mexicano ha sido una excepción en el planeta. Es probable que su continuidad en parte se explique por su vocación más o menos crítica.

Sus propias maniobras junto a las negociaciones opositoras para administrar, demorar o consumar su reemplazo derivaron en la llegada al poder en 2018 de una versión híbrida de lo mejor y lo no tan aplaudible del régimen político-cultural que se prohijó durante décadas y que la transición democrática no pudo dejar atrás por completo. Lo que Fernando Escalante llama “el peso del pasado”.

La continuidad cultural mexicana del PRI, prolongada a través del PAN y el PRD, así como de otros partidos medianos, ha sido tan sólo en parte interrumpida por la expresión popular de Morena y su líder, el presidente López Obrador, y en parte, lamento decirlo, para bien o para mal, las ha reeditado.

Si la mayoría del electorado, como así lo indican la suma de las tendencias documentadas, le refrenda a Morena su confianza este domingo 2 de junio de 2024, sus gobiernos deberán ejercer la autocrítica y aumentar su eficacia a la luz de los propósitos de la Constitución vigente. Allí donde la continuidad no tenga lugar, ya se sabrá por qué

De manera que si Morena recae en los excesos y contradicciones propias del ejercicio del poder, algo muy difícil de evitar, el tiempo por venir le cobrará factura, tal y como otras experiencias lo muestran al desenterrar sus respectivos espejos y ver en ellos rostros desfigurados.

En México, confiamos en la crítica razonable; el cuidado de los delicados equilibrios entre poderes formales y reales; entre libertad, igualdad y justicia; o bien, entre democracia liberal y popular.

Esperamos que tales valores permitan la gobernabilidad y cambio de estructuras sociales y régimen político de manera pacífica, en contextos tan modernos como arcaicos y en el turbulento tiempo de la Cuarta Revolución Industrial y la plena Revolución de las Mujeres.