Cuando en 1987 irrumpió el debate sobre la postulación del candidato del PRI a la presidencia de la República, escenificada por lo que entonces se denominara la corriente crítica que entre sus figuras tuvo a Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, en donde en sus orígenes también figuró Don Augusto Gómez Villanueva, lo que se planteaba iba más allá de un tema de coyuntura, pues en el fondo involucraba la discusión sobre una facultad inscrita en el presidencialismo a través de su control hacia el partido en el poder.
La costumbre de resolver la candidatura presidencial del PRI desde la presidencia y mediante el método que se conoció como del “tapado” se codificó como parte del régimen presidencial y condujo a un ritual que se repetía al final de cada sexenio. Era una especie de juego de espejos que multiplicaba imágenes y posibilidades sobre los que se había nominado como presuntos tapados, hasta que se producía el famoso destape, el cual descubría finalmente la personalidad del candidato que sería respaldado para ser registrado y postulado a la presidencia por el partido en el poder.
Se trató de una suerte casi mítica que tenía como sacerdote supremo a la figura presidencial, quien designaba a los tapados a través de interpósita persona, pero todos sabían que aquel los había nominado; finalmente él mismo despejaba la incógnita, destapaba o quitaba la capucha de quien era designado, aunque formalmente lo hacía el propio partido.
El ejercicio se repitió sexenalmente, pero en 1987 la corriente crítica planteó que debía modificarse el procedimiento y democratizar la decisión. El planteamiento condujo finalmente a una escisión expresada en la separación de la corriente crítica del PRI, para formar el frente democrático nacional e impulsar la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas por el PARM.
La democracia a más de ser concepto se convirtió en verbo; la democratización y su reclamo en distintos procesos se convirtió en bandera, mientras el PRI parecía rígido e inalterable, pero llamado a innovar su vida interna y procesos de decisión, lo que fue materia de su XIV Asamblea Nacional con Colosio al frente del PRI. Pero es indiscutible que ya Porfirio planteaba en compañía del Ing. Cárdenas la idea de la democratización que tendería a conducir el tema del presidencialismo y de pensar la transición política en una dimensión que no se agotara en las reformas electorales.
Por su parte Colosio planteó de manera explícita y enfática la reforma del poder en su célebre discurso del 6 de marzo de 1994, donde se pronunció por poner coto a los excesos del presidencialismo y de sujetarlo a los equilibrios y contrapesos previstos en la Constitución. Sin lugar a duda, el tema del régimen de gobierno estaba inscrito en la agenda, pero no se entendió cabalmente pues las reformas políticas se siguieron centrando en el tema electoral, dejando sin atender o de lado la parte del gobierno y la forma de gobernar.
Porfirio Muñoz Ledo fue una voz insistente en el tema y pronto empujaría reformas a la estructura de gobierno del Congreso; con él se creó la Junta de Coordinación Política en sustitución de lo que antes fue la Gran Comisión, que siempre le había correspondido detentar al partido en el gobierno. Porfirio Muñoz Ledo fue una voz insistente para dar continuidad a una transición política que reclamaba realizar cambios en el régimen de gobierno.
Sin duda que Muñoz Ledo pensaba en el Estado; en esa perspectiva ubicó su militancia política en el PRI, en el PRD y en Morena como parte de un trazo de activismo político que pretendió modernizar el régimen político, Nunca dejó de ser un crítico y de estar insatisfecho con la situación que se vivía; al último rompió con Morena a consecuencia de asumir que este partido había roto con él y que lo había usado.
Porfirio se volvió un crítico mordaz del presidente de la República y de su partido. Sin importar que su salud estuviera menguada, conservó el ánimo político y la energía del activista que siempre fue; volvió a la carga, pensaba en cómo derrotar al autoritarismo y al populismo que se convirtieron en los signos del gobierno de la 4T. El proceso de las corcholatas que el gobierno puso en pie para decidir la candidatura presidencial significó una vuelta de tuerca para retornar a los brazos del viejo presidencialismo, el mismo que tenía entre sus facultades -no reguladas- decidir los nombres de quienes podían recibir la nominación a la presidencia; sí, aquél engendro que Porfirio repudiara y combatiera en 1986 cuando impulsó la corriente crítica del PRI y que ubicará como uno de los diques a derrumbar para impulsar la democratización de México.
Al final, Porfirio fue una figura que marcó los derroteros de buena parte del México político de las últimas siete décadas; su presencia atravesó el transcurrir de un siglo a otro; siguió impulsando el debate y las propuestas hasta su último aliento de vida, desenfadado de los límites que ésta le imponía y casi retándola o, cuando menos, despreciando los avisos que hablaban de que el tiempo se le agotaba.