Luis Donaldo Colosio Riojas, un brillante joven de 38 años de edad, participa como candidato en el proceso electoral federal de este 2024. Desgraciadamente aspira a ser senador. He usado la palabra desgraciadamente porque él debería ser el candidato presidencial de la oposición.
Si Colosio Riojas fuera el candidato a la presidencia de la alianza PRI, PAN, PRD, quizá no tendría ahora mismo posibilidades de vencer a Claudia Sheinbaum, pero su desventaja en las mediciones de preferencias electorales no sería tan brutal como la de Xóchitl Gálvez. Es decir, con Colosio Riojas la oposición estaría en una posición competitiva, no en el desastre que hoy nadie puede negar.
No quiso Donaldo hijo buscar la presidencia, sino que se decidió por intentar llegar al Senado, lo que sin duda logrará. Podría ser la única victoria importante de Movimiento Ciudadano en Nuevo León, ya que luce ética y hasta estéticamente imposible —se vería de la chingada, de plano— que Mariana Rodríguez, esposa del gobernador Samuel García, derrotara al priista Adrián de la Garza en la elección por la alcaldía de Monterrey.
Y en una de esas, si Morena sigue dando la pelea en Jalisco –y vaya que ha crecido la izquierda en la más importante entidad del occidente–, el de Colosio Riojas será el único triunfo relevante de su partido.
Como todas las personas, Donaldo Colosio hijo tiene amigos y enemigos. Entre los primeros destaco a un joven político de su generación, Agustín Basave Alanís, y a tres adultos ya mayores que estuvieron cerca de Donaldo padre, Agustín Basave Benítez, Javier Treviño y Alfonso Durazo Montaño. El más conocido enemigo de Colosio Riojas se llama Francisco Cienfuegos, político también y, ni hablar, también aspirante al Senado.
La gente de Monterrey conoce la historia. Para decirlo fácilmente, Cienfuegos y Colosio se odian. Estamos hablando de odio político, nada que vaya más allá de disputas por posiciones de poder en la Sultana del Norte. Ambos se enfrentaron muy duro en el Congreso local, los dos buscaron la presidencia municipal regiomontana –ganó Colosio– y el destino los seguirá uniendo como adversarios en el próximo congreso donde serán senadores de distintos partidos y, por lo mismo, defenderán distintas causas.
Cienfuegos llegará a la llamada cámara alta con cierta originalidad. La ruta que eligió este priista, o quizá la que le obligaron a recorrer quienes mandan en el PRI, es bastante creativa, esto es, muy a la mexicana. Veamos.
Francisco Cienfuegos es suplente del tercero en la lista del PRI al Senado, Manlio Fabio Beltrones Rivera. Desde luego, para que el enemigo de Colosio llegara al cargo, Beltrones tendría que pedir licencia. Y, por la magia de los acuerdos políticos en México —donde la política no es del todo seria—, eso es lo que hará Manlio Fabio: renunciar a ser senador por lista.
Pero que conste, Beltrones no procederá de esa manera por generosidad, sino porque también busca ser senador compitiendo por el cargo en Sonora, donde en el peor de los casos tendrá éxito.
Estas rarezas las permite el clásico cuento de que la ley es la ley (AMLO dixit). La legislación electoral mexicana prevé que haya dos caminos para llegar al Senado: el primero, estar en una lista que los partidos elaboran —y en la misma está Manlio Beltrones—, y el segundo, competir en las elecciones frente a rivales de otros institutos políticos.
Colosio hijo solo tiene una posibilidad de ser senador y lo será: compite por el cargo y ganará. Cienfuegos llegará por una sola vía: la de la lista en la que es suplente de Beltrones. Pero Beltrones, quien toda su vida ha acomodado las cosas a su favor, curiosamente será dos veces senador: de lista y de elección.
Será senador por obra y gracias del listado porque en el mismo es el tercer mejor ubicado, y también llegará por elección, ya sea que derrote a Morena en Sonora, e inclusive si pierde, ya que en este caso lo conseguirá como primera minoría.
Eso de las primeras minorías es otra ridiculez del sistema electoral nacional que debería ser sustituida por un método más razonable, lo que esperemos ocurra en el futuro cercano, desde luego en el contexto de reformas profundas —y sobre todo serias— a la legislación electoral.
El hecho es que Beltrones será senador de lista y por elección. Tendrá entonces que renunciar a una de las dos opciones, y lógicamente rechazará el listado porque a cualquier persona dedicada a la política le adorna más ser legislador electo en las urnas que por aparecer en una lista generada por burocracias partidistas.
Creo que todo ese enredo ha llevado al brillante Luis Donaldo Colosio hijo a calumniar a Manlio Fabio Beltrones. Antes de continuar aclararé que a Colosio Riojas le estoy atribuyendo la categoría de hijo del candidato asesinado en 1994 no para restarle méritos políticos propios, que los tiene de sobra, sino porque viene al caso.
En una entrevista reciente Colosio Riojas habló de su padre, quien fue acribillado por las balas de la traición cuando el hoy candidato a senador en Nuevo León tenía 9 años de edad. Todo lo que el joven alcalde de Monterrey con licencia dice es importante porque normalmente es sensato. Esta vez no lo fue.
El odio político respecto de Francisco Cienfuegos llevó a Luis Donaldo hijo a decir que Manlio Fabio Beltrones no era amigo de Luis Donaldo Colosio padre. Con cariño y respeto a Colosio Riojas debo decir que me consta que eso es falso.
Tres de las personas en quienes confía Donaldo hijo —Agustín Basave, Javier Treviño y Alfonso Durazo—, conocieron perfectamente la estrecha relación amistosa que existió entre Beltrones y Colosio padre. Por honestidad intelectual y, naturalmente, también por respeto a la memoria del sonorense asesinado deberían decirlo con absoluta claridad.
Comprendo que Durazo no lo haga, ya que su partido, Morena, podría perder frente a la alianza que encabeza Beltrones. Creo que no ocurrirá así, pero si el morenismo de Sonora se confía Manlio lo derrotará. Basave no se meterá en tal discusión porque en su posición actual, alejada de la política —la de un académico de primer nivel—, no considerará que valga la pena contradecir a Colosio Riojas.
Cada quien hará lo que quiera hacer. Yo, que traté de cerca a Luis Donaldo padre, solo voy a decir que conocí a Beltrones en un viaje que hice el 15 de septiembre de 1993 a Magdalena de Kino, donde nació Colosio. Me invitó el entonces secretario de desarrollo social y me presentó al gobernador de Sonora, que era, me dijo, uno de sus mejores amigos.
En efecto, ese gobernador se llamaba Manlio Fabio Beltrones. Convivimos todo el día en la casa de don Luis Colosio y platicamos anécdotas, sobre todo me contaron algunas cosas que ocurrieron cuando ambos, Colosio y Beltrones, hicieron campaña para llegar al Senado.
Seguí en contacto cercano con Donaldo. No pocas veces me contaba de sus reuniones frecuentes —para charlar y también para elaborar planes políticos— con Beltrones y con otro personaje que Donaldo estimaba mucho, Emilio Gamboa.
Me encontré de nuevo con Beltrones en el hospital de Tijuana donde acababa de morir Luis Donaldo. Ahí empezó otra historia, la del magnicidio, que a mí me ha llevado desde entonces a numerosas conversaciones con Manlio Fabio para tratar de entender lo que pasó y, desde luego, para explorar, quizá ingenuamente, vías que pudieran llevar a castigar al verdadero culpable, que no es el encarcelado Mario Aburto, cuyo destino –salir libre muy pronto o permanecer el prisión– dependerá de una decisión en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Por si faltaba, ese es otro asunto mediático de los muchos que llevan a la SCJN a las primeras planas de los diarios. En estos tiempos turbulentos, de conflictos absolutamente estériles entre los poderes ejecutivo y judicial, quizá la corte suprema no tenga ya entre sus prioridades un caso de legalidad o constitucionalidad, o como sea que se le califique al debate sobre Aburto, que necesariamente generará otro debate apasionado que las militancias y las dirigencias de los partidos políticos utilizarán para seguir dividiendo a México.