De entrada no las hay, o al menos no hay un registro que sea consistente en cuanto a su existencia. Por otra parte, hay que diferenciar entre lo que es una porra y lo que es una barra. Las primeras son grupos de animación que acuden a los estadios y que apoyan con cánticos, pirotecnia, globos y brincos en la grada. Las segundas, aunque comparten las bases y razón de ser de las porras, si tienen algunas características que las hacen muy diferentes; de entrada suelen ser más radicales, aún más agresivas con los equipos rivales y, además, cuentan con una estructura interna en la que, el - o los líderes de la misma-, tienen el control de sus miembros, de presupuestos y de intereses extraños.
Sí, de intereses que en muchas ocasiones pueden venir desde los clubes, de la política, o incluso, del hampa. El caso es que toda porra corre el riesgo de convertirse en barra si es que sus líderes no saben manejar bien los hilos de los orígenes del movimiento.
En el caso del fútbol femenil no se ha llegado a tanto, en buena medida porque la Liga aún es muy joven, pero sobre todo porque la afición del futbol femenil es muy noble y leal a principios básicos que van de la mano con la ideología del deporte femenino. Inclusión, por ejemplo; igualdad, otra característica.
Sin embargo, es momento de reflexionar y determinarnos a no permitir que, lo que tristemente pasa en el fútbol varonil, no llegue a una categoría que tanto ha costado construir y sigue costando en términos de la apertura de espacios de difusión y promoción. Es momento de decir no a las barras, sí a los grupos de animación que solo apoyan a los equipos femeniles sin intereses ocultos, con nobleza y honestidad.
En Tigres Femenil hay porras que se hacen ver, sobre todo en los juegos en El Volcán, con colorido y algarabía, en la tribuna donde acostumbran hacer acto de presencia. Que no se les confunda, no son el tipo de grupos de choque que bajo el pretexto de un supuesto apoyo a un equipo, muestran su verdadera cara cuando actúan como vándalos ante los rivales.