El deseo y objetivo de prolongar la estrategia general y las políticas públicas más allá del periodo gubernamental para el que un líder político fue electo siempre ha sido y será parte del cálculo para seleccionar y promover a la persona que herede el cargo.
Sin embargo, esa pretensión suele enfrentar obstáculos insuperables. Pongo los siguientes ejemplos mexicanos recientes que muestran que ningún presidente de la República posterior a Miguel de la Madrid (1982-1988) fue exitoso en tal empeño.
Carlos Salinas (1988-1994) se decidió por Luis Donaldo Colosio y el presidente resultó ser Ernesto Zedillo (1994-2000).
Zedillo se inclinó por Francisco Labastida y el ganador fue el neo panista Vicente Fox (2000-2006).
Fox favoreció a Santiago Creel y se le atravesó el también panista Felipe Calderón (2006-2012).
Calderón habría preferido a Ernesto Cordero o a Josefina Vázquez Mota pero la elección la ganó Enrique Peña Nieto (2012-2018) del PRI.
Peña Nieto tenía como favoritos a cualquiera de la dupla Luis Videgaray o José Antonio Meade y el candidato ganador fué Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), fundador de Morena.
López Obrador encara la muy difícil decisión de propiciar que el candidato de Morena a la presidencia de la República sea Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard o Adán Augusto López, y no está claro si podrá lograrlo, en ese orden de preferencias.
Además, si lo consigue, no es seguro -aunque sea probable- que la candidatura morenista conquiste la presidencia. Ello dependerá de múltiples factores internos y externos al país. En particular, dependerá de las posibles rupturas dentro de la coalición gobernante, su unidad real y capacidad operativa, o bien, de vetos extraordinarios.
El contexto de la política en México se ha vuelto mucho más transparente de lo que era hace dos o tres decenios y hoy es dable observar los juegos sucesorios, incluida -hasta ahora- la baja capacidad de la oposición para cumplir con su papel y nominar una candidatura competitiva.
La democracia pluralista -con todos sus actores formales e informales- es un hecho notorio en México.
Para que el presidente consiga que su proyecto de nación y de estado perdure y madure habrá de intentar controlar al máximo las variables relevantes que lo hagan viable.
Empero, la historia política reciente revela que puede ganar su partido, pero no necesariamente su primera preferencia para sucederlo en el trono.
O bien, lo peor, puede irrumpir otra opción política y superar a la necesaria primera preferencia presidencial.
Por lo tanto, una pregunta pertinente es ¿presidencia o proyecto transexenal?