La epidemia de fentanilo que Estados Unidos padece actualmente tiene su origen en las políticas prohibicionistas de su gobierno. Como lo han hecho a lo largo de su historia, la clase política estadounidense, ya sea republicana o demócrata, evade la realidad y culpa a vecinos y enemigos imaginarios de sus propios problemas.

Oferta y demanda. Estados Unidos es el principal mercado de drogas del mundo. Las estadísticas que avalan esta afirmación abundan y son públicas. El pueblo bueno estadounidense, el que el pasado 5 de noviembre votó masivamente por Donald Trump, es el mayor consumidor de drogas legales e ilegales del planeta.

Dejemos fuera la comida chatarra, el alcohol y el tabaco, que son otro tema aparte. El negocio del dolor y la depresión es inmenso. La venta de analgésicos, antidepresivos y ansiolíticos reporta ganancias billonarias cada año.

En la Unión Americana, de costa a costa, desde Nueva York hasta San Diego, desde Alaska hasta Miami, pasando por los estados del centro, en la América profunda, se consumen todo tipo de drogas ilegales: cocaína, heroína, crack, éxtasis y, por supuesto, fentanilo.

El consumo de drogas ilegales en Estados Unidos refleja una problemática compleja y multifacética. Según las estadísticas más recientes, más de 22 millones de estadounidenses reportaron haber consumido drogas ilícitas en el último mes, con un notable aumento en el uso de opioides sintéticos como el fentanilo, que han causado una crisis de salud pública sin precedentes. El impacto es evidente: más de 100 mil muertes por sobredosis anuales subrayan la urgencia de una política integral que aborde tanto la oferta como la demanda. Estas cifras alarmantes revelan desigualdades sistémicas y fallas en el acceso a tratamientos efectivos y programas de prevención.

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El consumo de fentanilo en Estados Unidos se ha convertido en el epicentro de una crisis de sobredosis. Este opioide sintético, 50 veces más potente que la heroína, está involucrado en aproximadamente el 70 % de las más de 100 mil muertes por sobredosis registradas anualmente. Su accesibilidad, bajo costo y fácil fabricación han facilitado su expansión, especialmente al ser mezclado con otras sustancias como cocaína y metanfetaminas, muchas veces sin el conocimiento del consumidor. Los jóvenes entre 18 y 25 años son los más afectados, mientras que las comunidades marginadas enfrentan mayores barreras para acceder a programas de prevención y tratamiento.

En muy poco tiempo, el fentanilo convierte a sus consumidores en auténticos zombis. Una legión de muertos vivientes comienza a proliferar en calles y plazas de varias ciudades de la Unión Americana. No se trata sólo de las zonas marginales: la epidemia avanza también hacia las áreas turísticas.

Ninguna política prohibicionista ha funcionado. Esto está comprobado desde los años veinte del siglo pasado, durante la prohibición de la venta de alcohol, que solo favoreció el consumo y la proliferación de bandas del crimen organizado.

Ya estuvo bien de culpar a México de un problema doméstico estadounidense. Por supuesto que México debe hacer su parte y combatir la producción y tráfico de fentanilo, pero Estados Unidos debe enfrentar el consumo y a las bandas de narcotraficantes estadunidenses que operan a lo largo y ancho de su territorio.

Eso pienso yo. ¿Usted qué opina? La política es de bronce.