En nuestra nación, cuando la democracia participativa comenzó a tener sus primeras manifestaciones, fue en el arranque del proceso de transformación; es decir, luego del triunfo histórico de aquel 2018, fecha que Andrés Manuel López Obrador, que encontró el respaldo de las mayorías, arrasó en las urnas. El pueblo de México, especialmente aquel que fue testigo de los fraudes electorales que perpetraron en el conservadurismo, sabe perfectamente que la democratización del país, y de las instituciones de la función pública, ha respondido al llamado del pueblo de México. Eso, a grandes rasgos, se ha ido puntualizando en la transparencia de los procesos electorales, pero también en ejercicio como la revocación de mandato que, en concreto, refrenda los compromisos pactados y, con ello, las acciones que han llevado a cabo para beneficio de la sociedad.

La revocación de mandato, como un instrumento de participación, fue el hilo conductor que, al final de cuentas, selló el compromiso de la sociedad con la alternancia que nació en aquel memorable 2018. A ese llamado, pero con otras magnitudes, respondió el pueblo de México a la convocatoria que realizó AMLO para salir a manifestar su opinión. Ese plebiscito, para avanzar en la incipiente democracia que alguna vez denominó AMLO, fue el parteaguas de esa dinámica de interacción entre el poder institucional y la ciudadanía. En cualquier caso, más del 91% de los votos fueron a favor de qué continuara en funciones López Obrador. De hecho, muchos coincidimos en señalar que, en sí, se trató de un mecanismo plural que, como hemos visto, aportó mucho para abrir el abanico a la democratización de la toma de decisiones. “El pueblo pone y el pueblo quita”.

Una democracia participativa loable que ha florecido con la llegada de la presidenta constitucional de México, es la que vivimos. Ella misma, en efecto, viene de ganar dos procesos que estuvieron a merced del escrutinio público. El primero, claro está, la elección interna de Morena. Como sabemos, la encuesta, que es un mecanismo plasmado en los estatutos del CEN, fue el instrumento que definió a la coordinación de la defensa del voto o, mejor dicho, la candidatura oficial del partido guinda. Ya con el bastón de mando, y con un escenario inmejorable, Sheinbaum aplastó a la derecha con una apoyo abrumador que rompió todos los pronósticos del conservadurismo, sobre todo aquellos detractores de Andrés Manuel López Obrador. Siendo así, podemos presumir que, al abrir el compás de la participación, la relevancia de la toma de decisiones ha llegado al punto determinante de la legitimación.

Y esas voces de participación, que también se manifiestan en rubros sustanciales como los proyectos de modificación al marco constitucional, bajo condiciones plurales de participación de la sociedad, nos permitieron conocer el impacto de lo qué piensa el pueblo de México. Más de 36 millones de votos en las urnas, y una base sólida de respaldo que se expresan en todas las metodologías que miden el trabajo de la presidenta, coinciden en la realidad que actualmente vivimos del proceso de transformación. De hecho, la misma jefa de Estado, a través de los proyectos que ha enviado, ha decidido fortalecer esa democracia de la que hemos estado hablando. Desde luego, los temas del nepotismo y la reelección, que serán sometidos en las comisiones correspondientes, y en el pleno de ambas cámaras, tendrán un debate intenso, pero sobre todo un análisis. Alrededor de todo ello, evidentemente, ha nacido una serie de especulaciones que, sin fundamento, han ido adelantando vísperas de lo que puede llegar a ocurrir.

El nepotismo, desde nuestro punto de vista, es una concepción que se debe de erradicar en todos los niveles de gobierno. De entrada, se debe acabar con el amiguismo y el compadrazgo, pero también con la demagogia y las cuotas de poder. Sin embargo, es importante distinguir una connotación polisémica como el nepotismo, y el derecho legítimo de participar en procesos electorales. Eso, entre muchos aspectos más, por supuesto que hará abrir el universo de puntos de vista de quienes sí pueden acceder o no cuando la declaratoria se publique en el diario oficial de la federación. Antes de que eso suceda, y ante la inminente división de opiniones sobre que puede ser y no predilección, habrá que esperar los fragmentos o rasgos importantes del rubro que envió la presidenta de México, Claudia Sheinbaum.

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Si el fin es cerrar la brecha al nepotismo, como tal, no puede limitarse el derecho político y legítimo de quienes, a lo largo de muchas décadas, han construido una carrera con trabajo, entrega y sacrificio. Levantar la mano y competir a través de los mecanismos que aplique el partido, no es nepotismo. De hecho, la encuesta no da ninguna ventaja en lazos de consanguinidad, sino es, por mucho, la determinación que el grueso de la población tome. Caso contrario a las decisiones que se toman en la derecha en medio de dedazos y compadrazgos que, naturalmente, ha beneficiado a primos, hermanos, esposas y amigos. Eso, desde luego, sí podemos cuestionarlo como nepotismo o, sobra decir, cómo las prácticas de la derecha que hay que erradicar para que la democratización del país avance.

Eso se verá, sabemos, cuando se discuta el tema a grandes rasgos. Desde luego, la propuesta puede traer cambios que, evidentemente, hagan justicia social a quienes el pueblo ha decidido poner en la antesala de algún puesto de elección popular. El caso de Félix Salgado Macedonio y Saúl Monreal, que tienen una carrera consagrada, no podemos denominarlo como nepotismo. Indudablemente, venga como venga el contenido de la reforma constitucional, no hay duda, uno y otro legislador, ya sea en 2027 o 2033, irán en busca de la gubernatura de su estado natal. El compromiso, como dijeron ellos, es primero con la presidenta constitucional de México y el proceso de transformación que vive el territorio nacional.

Lo que sí es un hecho, sobra decir, es que las determinaciones, en temas de participación y procesos electorales, recaen en la sociedad. Ellos, sabedores de quienes son los que han construido una carrera, tienen el mejor termómetro para calificar el trabajo y, mejor aún, determinar qué es y qué no es nepotismo.