“Los aplausos no son el único alimento de los artistas”
Meterse con la comunidad cultural en todo el país fue muy grave, pero particularmente en la Ciudad de México, donde es muy amplia; fue como si un gobernante de Nueva York la agarrara contra los judíos.
Se podrá especular si hubo fraude electoral (sobre todo por el inexplicable resurgimiento de Margarita Zavala), si fue resultado de una mala gestión de Claudia Sheimbaum, si influyó la tragedia de la Línea 12 del Metro; lo cierto es que la chilanga banda emitió un voto, ya no digamos de “castigo”, sino de “venganza”.
No fueron las bases del Partido Regeneración Nacional quienes ignoraron al área cultural (pues muchos militantes y dirigentes, creen en la cultura como un bien indispensable para el desarrollo del pueblo), sino un error de Andrés Manuel López Obrador, en su estrategia para gobernar, imagino que basado en la creencia de que había áreas más importantes que atender.
Esa mala percepción tuvo un costo político, como vimos con la división de la Ciudad de México en dos mitades, una de izquierda y otra de derecha (tipo Alemania Oriental y Alemania Occidental, Corea del Norte y Corea del Sur, la Costa Este y la Costa Oeste de los Estados Unidos), de esta división ya se hicieron varios memes, con un mapa de la CDMX dividida en dos fotos: Doña Florinda contrastando con Don Ramón, los Pumas frente al América, los Beatles vs. los Rolling Stones, etc. (mi meme favorito es uno que dice: “En este lado comen quesadillas sin queso” y “en este otro lado también”).
Creíamos que el desdén hacia la cultura era una característica de los gobiernos de derecha, que querían un pueblo estupidizado para manipularlo, y que menospreciaban aquello que no se manifestara de manera inmediata en forma de billetes, como el arte y la educación, porque el capitalismo es mecánico, frío, inhumano. No se esperaba un trato igual por parte de la izquierda.
Yo, que siempre voté por “el Peje”, me quedé estupefacto y decepcionado al ver que, en cuanto inició la 4T, al área cultural no tan solo se le había restado su debida importancia, sino que se había convertido en un espacio clientelar.
Todo comenzó cuando, al iniciar su mandato, el presidente le dio la Comisión de Cultura de San Lázaro a los retrógrados conservadores del Partido Encuentro Social (como premio por haber formado parte de la coalición Juntos Haremos Historia, lo cual, era como nombrar jefe de la Ciudad de México a un policía con nexos con el crimen organizado (¡esperen! ¡Ya había hecho eso con Miguel Ángel Mancera!, mal ejemplo).
Cuando el presidente se percató de su imprudencia (presionado por protestas de la comunidad cultural), fue peor el remedio que la enfermedad: ¡Le dio la comisión a un ex miembro de “Garibaldi”! ¡Sergio Meyer! (quien, por cierto, muy pronto dejará de ser diputado).
¿En manos de quién está la Cultura?
Cuando en agosto del 2018 me quedé sin chamba en Milenio Diario, busqué trabajo en todas partes, recurriendo, entre otras personas, a un senador de Morena, para el que mi difunta madre trabajó muchos años, en los viejos tiempos cuando militaban en el PRD (omitiré su nombre para no “balconearlo”). Fue a inicios del 2019, cuando el senador me mandó con Alfonso Suárez del Real, entonces Secretario de Cultura de la Ciudad de México, para trabajar en radio (lo cual me pareció muy bien, pues yo ya había trabajado en Radio Educación, la XEW y en Radio Altiplano, en Tlaxcala). El secretario me pidió que le dejara mi currículum a Ernesto Cabrera Brugada (sobrino de Clara Brugada) un chavito prepotente que fungía como Director General de Organización y Desempeño de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.
Pasaron tres meses sin tener noticias y se lo dije al secretario particular de mi amigo senador, quien me dijo que mejor contactara a Jenaro Villamil, el cual, amablemente respondía mis Whatsapps, pero tampoco pudo hacer nada por mí. Con el tiempo me di cuenta de que había sido olímpicamente ignorado, pues la secretaría de Cultura había sido entregada a gente de Clara Brugada, como premio por participar en la campaña.
Luego me enteré que habían creado un Faro de Oriente especializado en Cine (mi mero mole), volví a contactar al secretario particular de mi cuate, para ver si podía dar un taller, y me preguntó: “¿Qué opinión tiene Fulano de Tal de ti?”, le respondí: “No sé. Espero que buena” (omito el nombre de Fulano de Tal, no para no “balconearlo”, sino porque la verdad no sabía de quién me hablaba). Al parecer, Fulano de Tal no tenía una buena opinión de mí (o al menos no me recordaba como un adulador, pues no acostumbro andar en “grillas”), y nunca me dieron chamba (afortunadamente, Don Fede me dio trabajo en SDPNoticias, además de que sigo escribiendo guiones).
La Cultura como espacio clientelar
Pero el área cultural no solo ha sido un espacio clientelar, también ha sido salvajemente “recortado”, primero por “la política de austeridad republicana”, siendo el FONCA uno de los principales organismos castigados (la verdad, sí había mucho vividor dentro, pero los “recortes” se llevaron por igual a justos que a pecadores), luego vino la suspensión de fideicomisos, incluyendo los apoyos a la producción cinematográfica (al parecer, las becas de IMCINE quedaron igual, pero después de un montón de broncas y malos tratos), y finalmente, con la pandemia, los gastos gubernamentales se recuperaron echando mano a todo lo que sonara a cultura (Canal 11 y Canal 22, incluidos). Es decir, todas las puertas negras que pude tocar estaban cerradas con tres candados.
Con muchos esfuerzos, a finales del 2019 se lograron rescatar 500 millones de pesos para la Secretaría de Cultura, gracias a la intervención del Movimiento Colectivo para la Cultura y Arte en México (integrado por artistas como Daniel Giménez Cacho, Dovrina Cristeva, Renata Wilmer, “el Reyito”, Martín López Brie, José Antonio Cordero y “Gritón”), pero todavía no se le da su debido lugar a la cultura, y es muy desgastante estar suplicando mayor prepuesto.
Espero que la pérdida de media Ciudad de México haga reflexionar al “Peje”, quien confía demasiado en la Fe y el cariño de quienes sufragamos por él, creyendo:
“Son sensibles, son cultos, son artistas, cuento con su voto incondicional, así se les castigue un poquito”.
Pues no, los aplausos no son el único alimento de los artistas, y sería triste, realmente triste, que tengamos que darle la espada y recurrir a los partidos que antaño habíamos despreciado, tan solo por una necedad.