Las medidas arancelarias impuestas por Donald Trump para frenar el avance de China en el comercio internacional buscan reposicionar la hegemonía comercial de EE.UU. en un mundo globalizado, en parte lo consiguieron al pactar con China y alcanzar con sus aliados algunos acuerdos arancelarios que, sin ahogarlos, funcionan a sus intereses.
Pero la competencia no es solo por el control de las mercancías, es por la supremacía financiera y de fuentes de financiamiento, por ello Trump abrió otro flanco, hacer de su país un destino financiero atractivo, en otras palabras un paraíso fiscal.
Con este objetivo cumple, dos cosas, apoyar a la clase media y atraer fuertes capitales que le permitirán aliviar el déficit fiscal y la deuda con China.
Los nuevos impuestos, aunque contemplan una tasa corporativa que comienza con los de bajos ingresos a la baja, apuntan a una transformación más ambiciosa: convertir a Estados Unidos en un destino fiscalmente atractivo, una especie de paraíso fiscal legal, con una tasa fija del 15%. De lograrlo muchas empresas globales podrían preferir establecer sus sedes en EE.UU. pagando ese 15%, en lugar de operar en paraísos fiscales que ofrecen menor seguridad.
Giro en el comercio internacional
No estará regido únicamente por aranceles o por el país de origen de los productos, sino por el origen del financiamiento. Es decir, será necesario demostrar de dónde proviene el capital: si está vinculado al lavado de dinero, de economías bajo vigilancia como China, Rusia, Irán o Irak, o si tiene respaldo de gobiernos que practican competencia desleal.
En paralelo, se avecina una reconversión industrial profunda: la manufactura estadounidense se verá impulsada por la automatización, la robótica y la inteligencia artificial; se buscará incentivar el regreso de procesos productivos a suelo estadounidense limitando la inversión en terceros países. Redefiniendo las reglas del comercio, el capital y la manufactura.
Un proceso de transición global, donde bueno o malo, tenemos que adaptarnos a nuevos paradigmas tecnológicos, políticos, económicos y científicos, si no queremos ser rebasados.
México parece no entenderlo, gobierno y empresarios se están convirtiendo el mayor obstáculo de la transición.
Estados Unidos busca acción
Mientras Trump busca atraer capitales a su país, en México pasa lo contrario, ponen toda clase de obstáculos a la inversión extranjera directa, desde esquemas fiscales muy impositivos y castrantes, hasta un esquema económico estadista. De no generarse un mercado competitivo con piso parejo, la IED buscará otros países donde depositar su capital y su confianza.
Las principales fuentes de ingreso de México habían sido el petróleo, ahora Pemex está con un adeudo impagable; el turismo, a la baja por factores internos como la inseguridad y las remesas que sufrirán una reducción sustancial, con imposición del 3.5 de aranceles.
En cuanto a las exportaciones de la industria maquiladora, se ven fuertemente afectadas por la falta de oferta energética y de incentivos fiscales, incluyendo en la política arancelaria y el proceso de renegociación del T-MEC.
Contexto frente al cual, el gobierno de México no ejecuta acciones que generen condiciones para atraer la inversión, apuesta al proteccionismo y los monopolios públicos y privados con los oligarcas de siempre.
No hay en el Plan Nacional de Desarrollo, ni en el Plan México un solo guiño para la atracción de IED. Con AMLO el país resistió porque aún existía un andamiaje económico y judicial con instituciones que actuaban como el poder judicial, la Comisión de Competencia o el sistema de transparencia.
Ahora con la reforma al poder judicial, la desaparición de los órganos autónomos y el avance de un partido hegemónico, México deja de ser un socio confiable no solo para Estados Unidos, para el mundo.
X: @diaz_manuel