A mis colegas, amigas y amigos, psicólogas y psicólogos.

El pasado 10 de octubre se celebró el Día Internacional de la Salud Mental. Ese día fue establecido desde 1992 por la Federación Mundial para la Salud Mental (World Federation for Mental Health, WFMH, por sus siglas en inglés), con el propósito de “difundir el conocimiento en la comunidad global sobre los temas críticos de salud mental, con una voz unificada a través de la colaboración con diversos socios para tomar acción y crear un cambio duradero”, según lo indica un motor de búsqueda en la web.

Definición del campo de estudio sobre salud mental y sus eventuales problemas

La Organización Mundial de la Salud (OMS o WHO) define a la “salud mental” como «un estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad»

También, en diversos sitios de internet y como si fuera una definición generalmente aceptada, se señala que la salud mental es “El estado de equilibrio que debe existir entre las personas y el entorno socio-cultural que los rodea, incluye el bienestar emocional, psíquico y social e influye en cómo piensa, siente, actúa y reacciona una persona ante momentos de estrés.”

Parece que hay un consenso nacional e internacional en aceptar ese término (“salud mental”), así como una definición “científica”, en términos de armonía, equilibrio o bienestar emocional, psíquico y social.

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Hasta aquí todos contentos, sin embargo, llama la atención que las ciencias médicas, cuyo fundamento filosófico está generalmente situado en el positivismo clásico, en términos de enfocarse en lo tangible, lo mensurable, lo orgánico o lo corporal, hayan aceptado nombrar a ese objeto de estudio como “salud mental”, es decir, la salud de algo totalmente intangible.

Lo más común en las ciencias médicas, por el contrario, es estudiar los hechos tangibles o los efectos de las enfermedades (a veces interpretados como desequilibrios a través de la sintomatología). Hay, por ejemplo, enfermedades del corazón donde se sitúa a éste como el órgano principal de estudio; o hay enfermedades del sistema digestivo, como conjunto funcional de órganos, donde los referentes son las estructuras fisiológicas o las relaciones bioquímicas tangibles. Por su parte, existen diferentes especialidades médicas que se dedican a estudiar y dar tratamiento a enfermedades donde el cuerpo, es decir, los órganos, constituyen referentes clave: ginecología y obstetricia, urología, neurología, etcétera.

En la práctica médica o psicológica, si bien es cierto que hay hechos tangibles a los sentidos, hay otros fenómenos que son difíciles de identificar por las vías sensoriales, por ejemplo, visual o auditivamente. A un virus no se le puede ver a simple vista, pero puede hacerse tangible a través de pruebas de laboratorio.

En psicología hay fenómenos clásicos que se han estudiado y se han nombrado mediante categorías que no tienen referentes tangibles, en primera instancia, pero que han ocupado lugares importantes en las comunidades de profesionales; me refiero a categorías como “la mente”, el pensamiento, las emociones, la motivación o los sueños, que histórica y prácticamente han sido estudiados a través de sus expresiones manifiestas o tangibles: el lenguaje, las actitudes, las actuaciones, la resolución de problemas, entre otras formas tangibles de conocimiento.

Por supuesto, esa división arbitraria entre lo tangible y lo intangible (o entre lo interno y lo externo o entre lo público y lo privado), han sido, históricamente, motivo de fuertes discusiones epistemológicas y disciplinarias o interdisciplinarias.

¿Cuál es el referente orgánico, tangible o mensurable de la “salud mental”, según las ciencias médicas? ¿El cerebro? ¿El sistema nervioso central? ¿El sistema nervioso autónomo o periférico? Si “lo mental” se hace tangible a través de la conducta o el comportamiento humano y los desequilibrios (enfermedades mentales) en este plano de la “salud mental” sólo se hacen manifiestos o mensurables de esa manera ¿por qué no se utilizan otros términos? ¿No sería acaso más conveniente y claro para las comunidades científicas –y no científicas- y para la sociedad en general hablar, por ejemplo, de “salud psicológica”?

Una hipótesis al respecto es que éste es un problema de fronteras profesionales. Me explico: el campo de la salud mental es un territorio exclusivo de la profesión médica. Es un tema de hegemonía y de poder, si se le mira desde una sociología crítica de las profesiones. ¿La psicología y las y los psicólogos no tienen competencia profesional ante las necesidades de atención de los problemas de la “salud mental”? Ahí está, en el fondo, la disputa añeja, territorial y profesional entre la psiquiatría y la psicología.

Para conciliar el conflicto, algunos dirán con cierta razón que ambas profesiones, especialidades o disciplinas se complementan.

Otra pregunta para la reflexión: ¿la psicoterapia o terapia psicológica aborda cuestiones sólo vinculadas con lo tangible, con lo mensurable, con lo registrable? Entonces, si lo tangible sólo es la conducta manifiesta ¿tendrían razón los psicólogos y las psicólogas conductistas al decir que “la mente no existe”, sino que lo que existe, porque es tangible, son sólo las conductas manifiestas?

Es obvio que las ciencias que estudian los fenómenos relacionados con los desequilibrios o las faltas psicológicas (emocionales, cognitivas, psicoafectivas o de relaciones sociales), no van a regresar a conceptos o nociones como “alma” o “espíritu”, sin embargo, la idea de “la mente” o “lo mental” ha servido como constructo que, aunque no nombre lo orgánico ni lo tangible, sí hace referencia a comportamientos o conductas. Por lo tanto, “la mente” parece ser el concepto generalmente aceptado –para bien o para mal- por la comunidad médica y psicológica mundial. De ahí el consenso sobre la llamada salud mental.

También el psicoanálisis o las diversas tradiciones, corrientes y vertientes del psicoanálisis toman como objeto de estudio al “inconsciente”, así como otras categorías teóricas, o no, como “subconsciente”, “yo, ello y superyo” como elementos clásicos del aparato psíquico cuya lógica es también de “los intangibles” (aunque hay escuelas o movimientos psicoanalíticos que se han apartado de la lógica o del razonamiento del “yo”), sobre los cuales conviene reflexionar no de manera lineal o desde la lectura positivista de la ciencia, sino en todo caso desde una mirada fenomenológica en torno a las complejidades humanas.

Como última reflexión, diría que para ciertas corrientes psicológicas y psicoanalíticas el binomio o la dicotomía salud-enfermedad es reduccionista, porque pierde de vista ángulos que no tienen nada que ver con los conflictos del desequilibrio o los desajustes respecto a una norma o a un criterio científicamente determinado (algunos se han preguntado, como Franco Basaglia, ¿qué es la locura?), sino que se van más allá de las coordenadas científicas de corte positivista. El psicoanálisis puede abordar, por ejemplo, expresiones artísticas, manifestaciones culturales o hechos educativos y sociales desde una perspectiva que no se reduce al conflicto o a las tensiones del tipo o de las dimensiones ordinarias salud-enfermedad.