Los resultados de las elecciones de este domingo han dejado un mensaje contundente sobre el estado de la democracia en México. A primera vista, los resultados parecen sugerir que a la mayoría de los mexicanos, los errores del pasado y una serie de factores sociales a la hora de votar han generado un distanciamiento del interés por mantener un estado de poderes en equilibrio. En su lugar, se vislumbra una vocación de Estado que favorece un presidencialismo de poder absoluto, un fenómeno que plantea serias preguntas sobre la dirección en que se encamina nuestro país.
El triunfo aplastante del partido en el poder y la consolidación de una mayoría legislativa son indicativos de un apoyo popular robusto hacia una forma de gobierno de izquierda. Este fenómeno no es nuevo en la historia política mexicana, pero su reaparición en un contexto democrático moderno es alarmante. La concentración del poder en una sola figura o partido socava la esencia de una democracia que se nutre de la pluralidad y del equilibrio entre las distintas ramas del gobierno.
Este escenario refleja una desconexión entre las élites políticas y una parte significativa del electorado. La democracia liberal, con su énfasis en la separación de poderes y el sistema de pesos y contrapesos, parece no resonar con las necesidades y aspiraciones de una mayoría que, tal vez, prioriza la estabilidad y la eficacia percibida en un liderazgo fuerte. No podemos ignorar que esta preferencia está anclada en un contexto de descontento social y económico, donde las promesas de un cambio tangible y rápido son más atractivas que los principios abstractos de la democracia liberal.
Para aquellos que no coincidimos con esta visión de un presidencialismo dominante, es imperativo reflexionar y entender mejor la sociedad en la que vivimos. Debemos reconocer que la narrativa de la democracia tradicional puede no estar abordando adecuadamente las preocupaciones cotidianas de la gente. En lugar de insistir en una retórica que evidentemente no está conectando con la mayoría, es esencial replantear nuestra estrategia y mensaje.
El desafío es doble: por un lado, debemos trabajar para reforzar las instituciones democráticas, asegurándonos de que sean más accesibles y relevantes para la ciudadanía. Por otro, es crucial desarrollar un discurso que ofrezca soluciones concretas y viables a los problemas que enfrentan los mexicanos, sin sacrificar los principios fundamentales de la democracia.
Es un momento crítico para la política en México. La encrucijada en la que nos encontramos demanda una respuesta innovadora y empática por parte de aquellos que abogamos por un sistema de gobierno equilibrado y justo. Sólo entendiendo y conectando profundamente con la sociedad podremos avanzar hacia una democracia que no sólo se sostenga en teoría, sino que florezca en la práctica.
Los partidos políticos tienen una tarea monumental por delante si desean reconectar con la sociedad mexicana. Primero, deben abandonar las posturas elitistas y distantes, acercándose genuinamente a las comunidades para escuchar y entender sus preocupaciones. Esto requiere una presencia constante en el terreno, no sólo durante las campañas electorales, sino a lo largo de todo el ciclo político.
Además, deben priorizar la transparencia y la rendición de cuentas, demostrando que son capaces de gobernar con integridad y eficacia. La construcción de políticas públicas basadas en evidencia y en las necesidades reales de la gente es crucial.
Los partidos deben fomentar la autocrítica. Aprender a comunicar y empatizar con la sociedad, por que es a través de una ciudadanía informada y comprometida que se podrá revitalizar el sistema democrático y garantizar un futuro donde los valores democráticos sean defendidos y apreciados por todos.
El camino hacia una democracia en México depende de nuestra capacidad para adaptarnos y responder a las realidades actuales, creando un vínculo más fuerte y sincero con la sociedad a la que servimos.
X: @Alberto_Rubio