La presidenta Claudia Sheinbaum, los senadores Adán Augusto López y Gerardo Fernández Noroña, el diputado Ricardo Monreal y todos y cada uno de los morenistas se regocijan diariamente justificando, ufanos, que ellos representan la voluntad del pueblo de México.
Con esta perorata, han buscado justificar cualquier tipo de tropelía administrativa o legislativa; desde jactarse de contar con una mayoría calificada ilegítima en ambas cámaras (en Diputados con la connivencia del INE y del Tribunal, y en el Senado tras las traiciones del apóstata de Yunes) hasta pretender capturar el Poder Judicial.
Apenas el lunes pasado se anunció igualmente una propuesta de reforma constitucional para que la Carta Magna no sea objeto de controversias constitucionales ni de acciones de inconstitucionalidad ni de procesos de inconvencionalidad en relación con los tratados interamericanos de derechos humanos; acto que, de confirmarse, marcaría un paso definitivo hacia un régimen autocrático determinado por el atropellamiento de las minorías por parte de las mayorías.
Ahora bien, si se echa un vistazo a los resultados de las elecciones de junio de 2024, se puede verificar que Claudia Sheinbaum ganó la presidencia con el 60 por ciento de los votos emitidos.
En otras palabras, el 40 por ciento (de los sufragios) votó en contra de su candidatura, con una participación del 60 por ciento del padrón electoral. Ello se traduce en el hecho de que menos del 40 por cierto de los mexicanos registrados ante el INE apoyaron la candidatura de Sheinbaum.
El caso de la Cámara de Diputados es aún más ilustrativo. Con apenas un 56 por ciento de los sufragios emitidos por la coalición oficialista, las autoridades electorales, mediante una lectura fraudulenta de la Carta Magna, les concedieron más del 70 por ciento de la representación total.
Por tanto, no estarían legitimados, a la luz de los resultados de las urnas, para realizar reformas constitucionales, y menos aún , sin el respaldo del 40 por ciento de los mexicanos indebidamente subrrepresentados.
El vergonzoso acto del Senado, mismo que vivirá en los anales de la Cámara Alta, es bien conocido.
En otras palabras, mediante un sencillo ejercicio, se obtienen unos resultados que no favorecen ni remotamente la veracidad del discurso oficialista de que ellos representan a la integralidad del pueblo de México.
Sin embargo, el oficialismo, escondido detrás de un atractivo discurso populista, del carisma del expresidente y de los programas sociales, continúan promoviendo la idea maniquea de que ellos –y solo los mexicanos que les apoyan– encarnan la legitimidad de la voluntad popular.
Se trata, en suma, de un engaño discursivo, comprobable en los hechos, y que debe ser denunciado.