Me les adelanto a escribir de la Navidad, porque de los pleitos del guapísimo Adán Augusto contra el siempre atractivo Ricardo Monreal está plagado el país.
Muero de risa al ver la foto de la siempre bella doña Rosita Icela en medio de estos dos caballeros, como aquella directora de escuela que manda llamar a los revoltosos para pedirles que se calmen porque de lo contrario habrá expulsión.
En medio de todo esto escucho por aquí y por allá los tradicionales villancicos, arbolitos decorados en todo lugar que me paro y el ambiente cargado de luces.
Escucho sin querer las pláticas de los preparativos y el ya tan conocido: “Ustedes dónde la van a pasar” como para tener algo de qué hablar con la vida.
La Navidad, especialmente el 24 de diciembre, siempre me ha causado muchas emociones encontradas. Por un lado siento nostalgia que no debería de existir pues mis padres nunca celebraban en casa la Navidad.
Mi padre siempre tuvo esa amargura infinita por todo lo que tuviera que ver con la Navidad, sin embargo, orgulloso, mostraba todas las tarjetas navideñas que le enviaban sus compañeros de trabajo.
Fue desolador cuando se jubiló y solo le llegaban dos o tres tarjetas navideñas (qué triste, además, que ya estén en desuso pero que fueron muy populares en los noventas) y entonces su rostro se apagaba.
Hubo una vez que mi hermana, que en paz descanse, compró un pequeño árbol de Navidad para ponerlo en casa y mi papá le pidió devolverlo a la tienda.
Antes, de más pequeña, las navidades eran en casa de la familia materna, me gustaba mucho ir, nunca habían regalos pero amaba ver a mi padre y a mi madre reír y platicar. Supongo se ponían borrachos, pero eso yo no lo registraba en ese entonces.
Después, las navidades han sido con mi familia política (no hay sangre que nos una, solo las ganas de querer ser y pertenecer a alguien más) y en ellas encontré las navidades que siempre hubiera querido tener. No sé si mi familia política me quiere, nunca lo he sabido, nunca lo sabré, pero he querido creer que sí, tal vez como nada más por las ganas de sentirme querida alguna vez.
En realidad detesto todo el tema de los regalos y demás. Me parece que empaña el mensaje bendito del nacimiento de Dios, pero también he aprendido a no amargarme para no amargar a otros y entregarle mi amor y mi presencia a quien quiera recibirla.
No puedo olvidar el momento cargado de magia cuando algún miembro demás mi familia política se disfrazaba de Santa ante el asombro de los niños. Realmente eran hermosas esas navidades.
Era el momento de amar y prohibido hablar de política porque todos entendíamos que eso rompería con el ambiente navideño.
Duelen las navidades donde los seres que amamos ya no están, pero están más presentes que nunca…
Duelen esas navidades, esas que nadie que no haya perdido a algún ser amado puede entender porqué duelen tanto.
Pero se aprende a vivir con ese dolor y esa ausencia que brilla más que todas las presencias infinitas.
La Navidad huele a llanto al recordar a los que ya no están, pero disfrutar de ese día con lo que haya y con los que estén dignifica las ausencias y es una manera de honrar su memoria.
Nadie de los que amamos que ya partieron querrían vernos tristes. Eso siempre me lo grabo en mi memoria.
Y bueno, perdón por mi cursilería. No puedo evitarlo... Este año no puse árbol de Navidad. El año pasado mis dos cachorras que adopté le vieron cara de hueso y terminaron con él. Así que han pasado los días y pienso que ya no lo voy a poner.
Pero eso sí de mi balcón ya cuelgan luces navideñas. Me gusta verlas de noche.
Este año tuve muchas complicaciones de salud, algunas graves. Casi me arrebatan la vida, pero yo le he arrebatado a esta vida las ganas de matarme.
Creer en Dios es creer en la esperanza. En que sí… todo será posible.
Y como creo que se seguirán sacando los ojos los miembros de Morena mientras una dulce Claudia Sheinbaum dice que están muy unidos, me adelanté a escribirles de la Navidad porque creo que el tema de conversación será otro en esta época.
De corazón gracias a los que me leen. Que tengan no una feliz Navidad, tampoco le voy a cambiar a “felices fiestas”, como están sugiriendo los amigos morenistas , yo les deseo que tengan una Navidad de paz. Aunque sea en Nochebuena nada más.
Que la amargura no nos alcance, que el desamor no nos rompa, que no depositemos la alegría en lo vano; que la esperanza no nos desampare; que hagamos todo el bien posible como dice mi sobrino que es sacerdote Ángel Espinosa de Los Monteros, y que sobre todas las cosas hagamos algo imposible: perdonar.
Es cuánto.