La “manufactura del consenso” para demonizar a todos los habitantes de una nación ocurre, “la primera vez como una tragedia, la segunda como farsa”.
Quizás algunos de los lectores más jóvenes de este portal no recuerden el ambiente ponzoñoso después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 a nivel mundial.
Armados de una fuerte campaña de propaganda (recordemos que en ese entonces, el internet estaba en pañales y las redes sociales como las concebimos actualmente no existían), los autoproclamados “defensores del mundo libre” demonizaron a todas las personas pertenecientes a la religión musulmana e incluso a personas que, por usar turbante u otro tipo de prendas, “aparentaban” serlo, llegando al punto de ser atacadas en las calles de ciudades de los Estados Unidos.
Como en aquella paráfrasis de Marx, la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Ahora quienes son demonizados abiertamente no son principalmente los musulmanes, sino las personas de origen chino y ruso.
Basta con ver portadas de medios “serios” como el Wall Street Journal, en donde se pinta a Putin, con altas dosis de racismo, como un “salvaje mongol”, bajo el titular “Rusia regresa a su pasado asiático”. Por supuesto, difícilmente se permitiría en los medios corporativos norteamericanos hacer estos símiles racistas con otras etnias, o hacer críticas de este tipo contra países represores, pero “aliados” de los Estados Unidos, como lo son Arabia Saudita e Israel.
En el colmo de la farsa en que se ha convertido buena parte de los medios “occidentales”, al mismo tiempo se le da realce a propaganda -imposible llamarles noticias- en donde se informa de la destrucción de “vodka ruso”, del cambio de nombre a platillos como el “pollo a la Kiev”, o de la prohibición de que gatos rusos compitan en concursos del felino más bello. En fin.
Vemos ecos de Afganistán e Irak a 2 décadas de distancia con una pequeña y mortífera diferencia: Rusia es una potencia militar que ha superado en algunos aspectos a Estados Unidos y a la OTAN y en este caso no se trata de países empobrecidos, sino de un conflicto entre potencias nucleares, con toda la peligrosidad que eso significa.