Fátima fue violada en forma tumultuaria vía anal y vaginal. Sus agresores le sacaron un ojo, le fracturaron las muñecas y tobillos y le apuñalaron más de noventa veces hasta arrebatarle la vida.
Los hechos ocurrieron en febrero de 2015 en el Estado de México, cuando la menor de 12 años regresaba de la escuela. Ese día, por azares del destino sus padres no la fueron a recoger a la parada del camión que la llevaba de vuelta a casa. El reloj marcaba las tres de la tarde, aproximadamente, y Lorena, su madre, salió corriendo en su búsqueda, pero Fátima nunca llegó.
Una compañera suya, que habitualmente tomaba el mismo transporte que la menor, le dijo a su mamá que había regresado con ella, pero que al bajarse cada una se fue por su lado.
Aterrorizada, Lorena recorrió las calles por donde su pequeña debía haber pasado, pero no la encontró.
Comenzaron a preguntar a los vecinos si la habían visto, pero nadie le dio noticia alguna.
Junto con su esposo y sus hijos tocaron puertas, buscaron en calles aledañas. Nada. Incluso preguntaron a los feminicidas Misael Atayde Reyes, Luis Ángel Atayde Reyes, José Juan Hernández Tecruceño “el pelón”, que vivían cerca del lugar, pero negaron haberla visto y reaccionaron en forma grosera cuando se les preguntó por la niña.
Fue hasta que la madre encontró su sudadera manchada de sangre y minutos después el cuerpo de su hija en la parte trasera del domicilio de los asesinos que los vecinos quisieron lincharlos, pero los padres de Fátima les pidieron que la autoridad interviniera.
José Juan Hernández Tecruceño fue condenado en el 2021 a 73 años de prisión, Misael, al ser menor de edad, estuvo recluido unos años en un centro de readaptación para menores y ahora está libre y su hermano jamás tuvo sentencia.
Los tres sujetos, según se supo, tienen vínculos con la delincuencia organizada, por lo que la familia ha sido perseguida, amenazada, su casa incendiada, además de sufrir violencia institucional, pues las autoridades no obtuvieron ninguna muestra de ADN de los agresores, quienes alegaron que sus derechos se verían violentados.
Como suele ocurrir en este tipo de tragedias, las familias de las víctimas son revictimizadas y su vida se transforma para mal desde el dolor y la pérdida del ser querido. Ahora los asesinos gozan de libertad mientras ellos no han podido regresar a su casa y sobreviven, además, al fallecimiento de otro de sus hijos, Daniel Emiliano, quien murió en 2020 debido a una presunta negligencia médica. El joven de 16 años vivió un periplo debido a la ansiedad y sin ser atendido en forma adecuada, se le perforó una úlcera causada por un medicamento y falleció.
Pese a la doble pérdida que enfrentan, Lorena y su esposo no claudican y siguen exigiendo justicia, que parece no llegará, pues al único de los culpables que estaba en prisión, José Juan, se le concedió un amparo para salir de la cárcel.
Aunque el feminicida no ha quedado en libertad, la familia de Fátima teme que esto ocurra, pues su vida estaría en peligro. Y no solo eso, otorgar la libertad a un monstruo como este haría que el caso sea archivado sin que se haga justicia. Y con el riesgo de que vuelvan a asesinar.
El caso de Fátima y su familia es la de miles, una muestra del mundo al revés donde los delincuentes andan sueltos y las víctimas sobreviviendo, la mayoría de las veces escondidas, otras arriesgando su vida en búsqueda de justicia, totalmente rotos, lejos de los suyos, perseguidos.
¿Qué hiciste?, me tocó escuchar que en una ocasión le preguntaba una persona a una víctima de abuso sexual y la sangre me hirvió. Reeducarnos desde el lenguaje vendría bien para tener empatía con las víctimas.
“No es ¿qué hiciste?, es ¿qué te hicieron?”, refuté. Por increíble que parezca en México, a la fecha, las víctimas temen denunciar y si lo hacen, el interrogatorio es el peor martirio. Fátima no pudo denunciar, pero sus padres sí. Y no siempre han recibido el mejor de los tratos.
Es claro que urge una verdadera impartición de justicia, con perspectiva de género y sin revictimización.
Fátima, como tantas mujeres y niñas hoy no tienen voz, pero su familia, la sociedad, todos y todas nosotras y nosotros debemos exigir un castigo ejemplar a quien asesine a una mujer, a una niña, a un ser humano. Ya basta de impunidad.