Cuando el afamado Bronco ganó como independiente la elección a la gubernatura de Nuevo León, el grupo de análisis que dirigíamos publicó un profuso documento sobre el inicio de las tensiones separatistas que implicaba este hecho sin precedente (el triunfo electoral de la candidatura más importante en el estado, sin un partido detrás).

Años atrás, los mexicanos del norte, dueños de un profundo amor a la tierra, contuvieron con éxito la invasión norteamericana de Taylor agrupándose en torno al liderazgo nacional en la batalla de la Angostura. En ese entonces, los mexicanos del sur y el centro rindieron todas las plazas, incluida la Ciudad de México, a la expedición Scott, ofreciéndole sin que este aceptara, el gobierno de la república.

Hoy día los mexicanos del norte conocemos por vecindad y similitud al norteamericano anglosajón; sin embargo, recibimos constantes “lecciones” de los políticos del centro que, como en épocas del gobierno borbón, siguen viendo al norte como deshabitado e inculto. Vasconcelos lo decía en su Ulises criollo: “la cultura termina donde comienza la carne asada”; pero también donde comienza la carne asada, la cultura del esfuerzo, de la no dependencia del gobierno y de la cercanía con Estados Unidos, es una realidad que moldea, que impacta de manera determinante, que deja una huella indeleble en los que nacen en esas “áridas regiones”.

La equivocada apuesta del régimen a que el centro y el sur (empobrecido y sobrepoblado) es un manantial inagotable de votos para la izquierda, choca con otra realidad: la de los hombres del norte que no están dispuestos a doblegarse por la dádiva del Estado. Ahí, en ese interregno, cobra enorme sentido que Salinas Pliego, en su cuenta de X, hable del Norexit; esto es, sin cortapisas, habla de un nuevo país constituido por la Aridoamérica y el Bajío mexicanos. Las voces, también sin cortapisas, de personajes paradigmáticos como Gilberto Lozano, empiezan a abrirse con base en un meta mensaje simple: si en el sur y el centro son más, entonces el norte no los necesita.

Si a esta de por sí compleja situación interna se agrega un personaje como Greg Abott, poderoso gobernador de Texas (principal socio comercial de México en el mundo), de enorme tradición confederada e independentista, no hay que tener un alto coeficiente intelectual para concluir que, en este sexenio de Claudia Sheinbaum, o los votos de la pobreza pactan y generan condiciones menos polarizantes, o las presiones independentistas se incrementarán.

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Esta es la primera llamada de una nueva era, conviene al gobierno federal entender y atender al norte y al Bajío; no agredir más a las clases medias (al menos a las de estas regiones) ni mandar señales confusas con gobiernos cercanos a grupos delictivos. Como cereza del pastel, en los estertores de muerte del sexenio, López Obrador aplica una medida que puede calificarse, al menos de extraña, de declarar una pausa en la relación con sus socios comerciales en el T-MEC.

Para algunos, el 78% de nuestro comercio exterior y el 100% de las remesas que subsidian la pobreza son una poderosa herramienta de negociación para opinar sobre cualquier tema, más en tratándose de ajustes a la separación de poderes del pacto federal. Tal es el caso de la propuesta de reforma al sistema judicial, tema en el que opinaron los embajadores y desató la reacción presidencial.

No olvidemos que Ken Salazar, ha sido el más proclive al actual presidente mexicano de  entre los últimos embajadores norteamericanos, y que, si toma una posición que sabe tensará la relación, lo hace por una línea roja del departamento de estado que implica mantener siempre la defensa en la separación de poderes, elemento base en los contrapesos del modelo democrático occidental.

No se trata de ser pro o anti yanqui ni de envolverse en un nacionalismo a ultranza pues hemos visto cómo, según se trate, México sostiene o debilita su política de no intervencionismo; se trata de que la prudente razón debe hacer entender al régimen que el norte también importa y que, como varios estudios han demostrado, el 74% de sus habitantes apoyaría la creación de un protectorado norteamericano en esa región. De no entender este análisis estructural, se corre el riesgo de que México pierda, otra vez, más de la mitad de su territorio, sólo que esta vez, con millones de habitantes.