Los documentos y citas tanto del régimen democrático como de la visión republicana están llenos de referencias, no sólo a la libertad de expresión, especialmente a la capacidad que se tenga en el régimen político de atender y asimilar la crítica, y de canalizarla en un sentido de contribución.

En la Antígona de Sófocles aparece un pasaje lúcido y sorprendente a ese respecto: Hemón, hijo de Creonte, dice que nadie tiene la razón por sí solo y el hecho de no escuchar sino su propia razón es ya estar equivocado. Es evidente que, en ese sentido razonar no puede ser exclusivamente una introspección y un resolver de manera aislada e individual; sino se trata de la necesidad de dialogar, discutir, acordar convencer y, en su caso, ser convencido.

A su vez, es célebre la referencia que se hace en el libro: “los amigos de Voltaire” por su biógrafa, Evelyn Beatrice Hall, relativa a que “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo”. En este caso se señala una expresión contundente y plástica, más allá del debate sobre si efectivamente la dijo o no el filósofo francés.

Por lo que respecta a México, Don Daniel Cosío Villegas, en el análisis que hace sobre la Constitución de 1857 ofrece una reflexión que no tiene desperdicio: “…la libertad, como criatura del hombre, pertenece al mundo de los seres vivos, y la vida sólo aparece y subsiste cuando hay todo un clima, toda una atmósfera propicia a la vida. Abandonada a sí misma la libertad se marchita y acaba por morir como la planta que no recibe lluvia y sol; por eso puede decirse que la gran obra del Constituyente de 56 no fue la Constitución de 57, sino la atmósfera propicia a la libertad y al hombre libre que él creó.

(…) Si Ignacio Ramírez e Ignacio Altamirano dijeron y escribieron los horrores que dijeron y escribieron contra el presidente Juárez; si Vicente Riva Palacio y Justo Sierra dijeron y escribieron los horrores que dijeron y escribieron contra el presidente Lerdo, era porque decirlo y escribirlo no representaba para ellos un deber o una obligación, es decir, un sacrificio, sino porque sintiendo y pensando diferente a Juárez y Lerdo, expresar su inconformidad era para ellos una función o un ejercicio tan natural como caminar o respirar.

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A Juárez y a Lerdo debió herirles entrañablemente el disentimiento de hombres de la valía de Ramírez, Altamirano, Riva Palacio o Sierra, sobre todo porque en los cuatro casos era injusto; a buen seguro que hubieran deseado fervientemente contarlos entre sus partidarios, entre sus amigos y aun entre sus admiradores; pero Juárez y Lerdo, como gobernantes, sentían la libertad igual que sus adversarios, sabían que la libertad de sus enemigos era la condición de su propia libertad, y que la del país dependía la libertad de todos. En fin, para esos dos presidentes y para sus enemigos políticos, la libertad era un mérito, algo que distinguía a los hombres y no que los hundía en el olvido o los hacía presa de la persecución”.

Las citas anteriores son a colación del cuestionamiento y revisión a la que ahora están sujetos los periodistas y opinadores, sujetos a una especie de tribunal inquisidor o de inquisición para sentenciar los decires sobre el gobierno. La opinión crítica que se emite es clasificada y tasada para verse sujeta a una sentencia de veracidad que emite el propio gobierno.

Conforme a lo dicho por Don Daniel Cosío Villegas, Juárez, que estuvo sujeto a una acerba crítica, e incluso injusta, nunca pretendió alguna forma de promover la reconsideración de sus denostadores, seguramente no por falta de argumentos y razones a esgrimir, sino por su fe libertaria y por su convicción del papel que su ejercicio tenía en la vida de la República.

¿Podríamos decir que ahora existe una atmósfera propicia a la libertad y al hombre libre que se promoviera con la Constitución del 57?

Por infortunio la respuesta que puede darse a esa pregunta, cuando menos es dubitativa. Efectivamente existe un régimen formal de libertades, pero en cuanto a la expresión y opinión, ésta se encuentra sujeta a escrutinio en el ámbito del gobierno, desde donde se pretende juzgar verdad y falsedad, olvidando, como se dijo en Antígona por Hemón, respecto de que sólo escuchar la razón propia es estar equivocado; un parafraseo inverso diría que sólo la razón propia es cierta, ese es el axioma que parece orientar la crítica a los criticadores del gobierno.

Una crítica intimidada no es crítica, pues se convierte en una reflexión inscrita en el temor, amenazada; después de todo el poder es el poder, más cuando no le gusta ser reconvenido, sujeto a debate y a controversia.