La manifestación de habitantes de Cuba en distintos lugares de la isla, ocurrida el pasado domingo 11 de julio, muestra a una sociedad irritada e inconforme en un punto extremo, al grado de expresar su indignación atreviéndose a desafiar las medidas rígidas de control del gobierno, y arriesgándose a ser sujetos de la aplicación de acciones disciplinarias de corte autoritario.

La población se manifestó ante la suspensión del servicio eléctrico, el desabasto de medicamentos y de alimentos, la atención médica, la baja vacunación contra el Covid 19, a lo que sumaron otra demanda adicional: Libertad. Estados Unidos reclamó al gobierno cubano que resuelva la situación y genere mejores condiciones de participación política, social y de libertades; mientras éste culpa a aquél de instigar y organizar, a través de distintas acciones, la inconformidad. México, por su parte, se pronunció a favor de que Estados Unidos retire el bloqueo económico a Cuba, reiterando la necesidad de aplicar un acuerdo que, en ese sentido, fue aprobado por la ONU.

Debe recordarse la inevitable referencia al depuesto dictador Batista por la guerrilla encabezada por Fidel Castro, logro que mereció simpatías por el logro de dicho movimiento, pero al declararse a favor del régimen comunista fue repudiado por los Estados Unidos y, finalmente, sujeto del bloqueo económico que encabezara dicho país. Cuba encontró cierto alivio en el respaldo que le ofreció la Unión Soviética, con lo que pudo delinear su desarrollo con la solidaridad que ahí obtuvo, pero su despliegue estuvo sujeto a una persistente racionalidad y austeridad en los apoyos sociales, con reiterados racionamientos, según fueran las circunstancias en el marco de la guerra fría.

De esa forma Cuba se identificó por su capacidad estoica para resistir el bloqueo norteamericano, al tiempo que mostró capacidad para obtener grandes logros en materia educativa, en deportes, en atención médica, en la organización social, entre otros aspectos. “Fidel, Fidel, que tiene Fidel que los americanos no pueden con él”. Se erigió entonces como símbolo de la izquierda latinoamericana y de la promesa de expansión del socialismo en la década de 1970, cuando otros países – y por medio democráticos – se orientaban a gobiernos con orientación de izquierda. Pero las dictaduras en el sur del continente fueron la respuesta, y éstas fueron, en efecto, duras, con la connivencia norteamericana.

Después de la caída del muro de Berlín y el desmantelamiento del bloque soviético, se desquebrajaron las ayudas que la Unión Soviética daba a los países del bloque, Cuba vivó años aciagos, pues el bloqueo norteamericano se convirtió en asfixia para la vida de la sociedad, en el marco del régimen comunista y del partido único. Entonces bloqueo fue igual a grandes restricciones sociales; y régimen comunista igual a gobierno con apoyos insuficientes para satisfacer los reclamos de la sociedad, que apenas encontraron alivio en las remesas y en los ingresos derivados del turismo.

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La ecuación ha llevado a que la gran víctima sea la sociedad cubana, tanto por el bloqueo norteamericano, como por las restricciones que el gobierno implanta para mantener el sistema comunista. Tal vez un intento de respuesta se encuentre en el relajamiento de la tensión que generan uno y otro extremo; se trata de que no sea la sociedad la que pague el costo de tal polarización; si en efecto, lo derechos humanos están ubicados en el centro del debate sobre las políticas públicas en el mundo, debiera asumirse que ese imperativo, implica que la sociedad cubana pueda tener las posibilidades de desarrollo que se merece, y que tal precondición sea el principio de toda respuesta.

Los Estados Unidos no quieren congeniar con regímenes comunistas y de partidos únicos, ¿pero acaso no lo hacen con China o con Vietnam, por sólo citar dos ejemplos? El precandidato mexicano, Marcelo Ebrard, se pronuncia por desaparecer el bloqueo a Cuba, pero ese pronunciamiento no basta. Se requiere una auténtica visión de Estado que honre la política exterior mexicana.