La pandemia del Covid-19, como se sabe, generó efectos más nocivos de los que se estimaron cuando al principio del año pasado inició su despliegue; recuérdese que el gobierno declaró que difícilmente se alcanzaría un número de 60 mil muertes, pero está a punto de quintuplicarse esa escalofriante cifra. El extravío del cálculo parece correlacionarse con lo incierto e ineficaz de las acciones instrumentadas para hacer frente a la demanda de atención médica, como también a sus efectos sociales y económicos.Cálculos inocuos derivaron en la ausencia de medidas extraordinarias o especiales; se esperaba un rápido paso de la pandemia y, así consecuencias de menor gravedad y, así lo innecesario de acciones urgentes.

En ello se sustentó el anuncio que habría una u v de recuperación pronta, un latigazo enérgico de vuelta a las condiciones previas a la crisis.Una caída de más del 8% del PIB sólo se ubica por debajo de la observada entre 1931 y 32 como producto de la gran crisis mundial de 1929, lo que refiere el gran impacto que ha tenido. Sin embargo, no todos los países observaron un efecto de tales dimensiones, pues México mostró una de las afectaciones más severas y, correlativamente, reporta una de las recuperaciones de mayor complejidad y lentitud. Ello denota que se ha hecho una gestión poco afortunada, por decir lo menos, para enfrentarla y combatirla.

La parte relativa a los servicios de salud dejó ver las grandes deficiencias de equipamiento médico, de materiales y suministros, que contrastó con la heroicidad de médicos y enfermeras que con su actitud ayudaron a contrarrestar las insuficiencias; de todas formas los fallecimientos en hospitales públicos fueron mucho más altos que los ocurridos en los de carácter privado, por otra parte los severos problemas de disponibilidad de medicamentos, especialmente los oncológicos, pero no sólo ellos, hizo eclosión.El deterioro económico fue consecuente con una tendencia recesiva que ya se observaba a finales de 2019 y que, después, con la situación de la pandemia propició una gran pérdida de empleos y del crecimiento. La gestión de la crisis económica fue inmutable en cuanto a las políticas que se habían establecido antes de la crisis; es decir se careció de una reacción específica para responder a sus problemas. Lució la disciplina fiscal, pero también la carencia de apoyos específicos para alentar las actividades productivas, industriales y comerciales.Todo indica que el respaldo que ha tenido el presidente de la República en la opinión pública, fue interpretado como blindaje para que el gobierno estuviera exceptuado de instrumentar políticas de aliento a la recuperación del mercado y así cobijarse en una ortodoxia de disciplina fiscal y de gasto, digna del más trasnochado conservadurismo liberal decimonónico, opuesto o en el extremo polar de las prácticas que derivaron después de las guerras mundiales, en cuanto a la intervención del Estado, así como de la realización obras e inversiones públicas como detonantes del crecimiento económico y del desarrollo.Las mediciones que dan cuenta de un agravamiento de los índices de pobreza muestran el rostro real de las políticas instrumentadas o, mejor dicho, de la falta de ellas. Ahora que estamos inmersos en la celebración de los 200 años de la consumación de la independencia de México, vale recordar que nuestro afán de erigirnos como nación soberana se vincula con el anhelo de contar con un Estado fuerte para propiciar el desarrollo social y económico del país, en el marco de una sociedad con participación decidida y con grandes iniciativas, que reclama condiciones efectivas y de seguridad para el ejercicio de su libertad.

De acuerdo con el INEGI, la medición de la actividad económica a través del IGAE mostró una recuperación en julio de 0.5%, que fue alentador después de que en junio había reportado una caída del 1.1%. Todo indica que será hasta 2022 cuando puedan cumplirse las expectativas de llegar al nivel de crecimiento y de empleo que se tuvieron antes de la pandemia.Siempre quedará la duda sobre si con el empleo de otras medidas de política pública se hubiesen logrado mejores resultados; que si la recuperación pudo haberse detonado más aceleradamente con subsidios y apoyos a la producción y al comercio; aquí la discusión sobre el papel el papel del Estado ante la crisis, ¿mero testigo con la preocupación fundamental de preservar la disciplina fiscal? ¿Esperar el deterioro producto del cierre de establecimientos y de pérdida del empleo, para después contemplar una recuperación inercial? Apoyar sólo a los más marginados, y exclusivamente a través de subsidios directos; pero nada que represente la activación del mercado, ni tampoco aliento a los emprendedores, así fuese a pequeños o medianos negocios. Mientras la caída del crecimiento económico manifestó cifras con un registro apenas superado por la crisis de 1929-30, se ha esperado que el mercado reaccione por sí mismo, con un Estado ausente y ajeno. En paralelo aparece la amenaza de la inflación. En suma, se vive en medio de la crisis de la recuperación económica y del deterioro social.