El sentido de contraposición que ha caracterizado la postura del gobierno y de su partido, tanto en las políticas y acciones emprendidas como en el discurso, se corresponde con el comportamiento electoral del pasado 6 de junio, especialmente en los resultados comiciales en la capital de la República. Polarización trajo polarización, aunque se vea tautológico; la hostilidad que ella planteó y sus implicaciones políticas fue uno de los incentivos a la formación de la coalición entre PAN, PRI y PRD.
Tanto el discurso hacia los otros, como la alusión al disenso, se proyectaron reduccionistas y de forma caricaturesca desde el gobierno; si fuera historieta se insertaría en un cómic a la manera de los relatos de Walt Disney donde los ladrones aparecen con antifaz negro y los que actúan en contra de los valores de la sociedad se identifican como Chicos Malos, S.A y portan playeras con tal denominación.
Los que disienten son fifís, reaccionarios, aspiracionales frívolos; los ricos, a la manera de rico Mac pato, se regodean en una bóveda atiborrada de dinero, a la que se puede adentrar desde un trampolín para, desde un salto, sumergirse en el caudal y nadar en el mar de dinero ahí abarrotado.
La otra parte la integra el pueblo bueno, cuya bondad ofende esa otredad malvada e insensible que se percibe casi como lacra, peso muerto, gueto sin salvación, compuesta por individuos que extraviaron el camino, personas a las que irremediablemente se tolera, pero se les exhibe, se les margina de las políticas y del esfuerzo del gobierno para impulsar el desarrollo. Están ahí, pero no están inscritos en la parte buena del pueblo; éste sí recibe apoyos y comprensión, hacia ellos la autoridad es paternal, los protege, ayuda, los intenta comprender y proteger.
La dicotomía entre los buenos y los otros -que no merecen ese calificativo- se exhibe en cada ocasión desde la esfera gubernamental y de su discurso; se gobierna para todos, pero con actitud opuesta y contradictoria.
El estímulo que se da a unos se traslada en exigencia y reclamos al segmento opuesto; las declaraciones de la autoridad estimulan a los primeros, fustiga a los segundos.
Las elecciones federales tendieron a reflejar esa lógica, en términos generales unos apoyaron al partido en el gobierno y los otros se desmarcaron de él. Hay, sin duda, un segmento de electores que tiende a incrementarse, los cuales reclaman condiciones distintas de gobierno y consideran que ello se debe resolver a través de equilibrios distintos en el ejercicio del poder.
Resuenan los ecos de la dicotomía entre pluralidad y hegemonía; en el primer caso se considera que la alternancia habrá de ocurrir en los distintos espacios de gobierno y de la representación política, en una dinámica en donde la mayoría no lo será permanentemente, pues se convertirá en minoría; así el partido en el gobierno en algún momento vivirá en la oposición, y viceversa; más allá de la mera existencia de diversas opciones políticas, significa relevo y alternancia de partidos; eso es pluralidad. También significa que se puede tener el poder de gobernar, pero significa no detentar todo el poder para hacerlo y tener que congeniar, negociar y acordar con distintas fuerzas políticas que legítimamente tienen puntos de vista distintos, y que deben ser tomados en cuenta.
En contraparte, hegemonía -como sistema- implica que existen condiciones que aseguran la permanencia y reproducción de un partido en el poder; de ahí que hegemonía sea algo mucho más allá de una mera predominancia política. De esa manera la ecuación es sencilla. Si se vive en la pluralidad habrá competencia política y alternancia; si se trata de un sistema hegemónico, se descarta el relevo competitivo del partido en el poder, toda vez que su permanencia está asegurada y sólo puede arribar la oposición a algunos espacios por conveniencia -a favor de una fachada democrática-, por tolerancia o concesión.
Por su carácter dicotómico, la pluralidad y la hegemonía se repelen; uno forma parte del régimen democrático, el otro se vincula a los autoritarios; México ya experimentó un traslado fructífero, pacífico y acordado de uno a otro, y ello es parte de sus grandes activos políticos. Así cuando se vislumbra la sombra de una falsa salida, con su apariencia de atributos democráticos, las señales de alarma se prenden. El endurecimiento se nota en el discurso, el maniqueísmo de caricatura aparece, se hace referencia a los chicos malos, tipificados como tales, exhibidos en su ilegitimidad ética, en su maldad y perversidad; en la óptica del del gobierno existe, al mismo tiempo una clara diferenciación política entre unos y otros: los buenos lo apoyan; los que no lo son, lo rechazan y critican injustamente, situación que forma parte de su extravío.
El pueblo bueno se refleja en el gobierno, éste lo defiende decisivamente y por eso arremete contra quienes no forman parte de él; como esta ecuación se encuentra resuelta, molestan los resultados de las elecciones que no rinden la calificación que se esperaba: si la oposición se incrementa es porque están radicados ahí intereses aviesos, porque lograron penetrar en algunos electores opiniones obcecadas, abusivas, obsesivas, distorsionantes y con ideología extraviada.
La pluralidad incomoda porque no se le encuentra acomodo positivo, ciertamente es legal, pero tiene una connotación de inmoralidad y casi de ilegitimidad, pues son los Chicos Malos, S.A.