La conversación en la comentocracia, en la sociedad, en el periodismo debió estar centrada en que nuevamente se quiere enturbiar las próximas elecciones presidenciales en México con trabajos periodísticos que solo incitan a la guerra sucia (¿y qué guerra es limpia?).
Se tuvo que estar señalando que por lo visto hay quienes no cesarán en su persecución a AMLO y a su familia, para exhibirlos, a como dé lugar, ante una sociedad mexicana cuya mayoría lo llevó a la Presidencia y no ha dejado de aprobarlo a lo largo de su mandato. De paso (y tal vez más importante), que se pretende detener un movimiento de transformación que inició con López Obrador y que es un hecho que continuará con Claudia Sheinbaum.
Hubo que estarse cuestionando la obvia injerencia de Estados Unidos en los comicios del 2 de junio con un periodismo a mi parecer carroñero, cuyos trabajos sin sustento y poco serios han sido detonante de polarización y campañas de odio que solo confunden y buscan generar un descontento masivo hacia el presidente.
Se debió destacar la astucia de AMLO en detener, desactivar otra bomba con la que se pretendía ensuciarlo desde el New York Times con una nota sobre una pobre investigación (que al final se cerró) en cuanto al supuesto financiamiento a la campaña del tabasqueño en 2018 por parte del narcotráfico.
El NYT decía que el contenido estaba basado en “información recolectada por los funcionarios estadounidenses (que) provenía de informantes cuyos testimonios pueden ser difíciles de corroborar y en ocasiones resultan ser incorrectos”. Así de endeble el artículo (porque ni reportaje es).
Con ello, el diario estadounidense quería una explicación por parte del mandatario, quien, como buen ajedrecista político se le adelantó para contener lo que, otra vez, buscaba dañarlo.
Pero no. La conversación no giró en torno al colmillo de AMLO, no. La conversación fue sobre la falta que cometió el presidente al difundir en su mañanera el número personal de la corresponsal del NYT, Natalie Kitroeff, que a través de una carta le pedía una respuesta a lo que estaba por publicar.
El escándalo estuvo en que para López Obrador no fue un error exhibir la información personal de la comunicadora, en un momento en el que el periodismo padece constantes agresiones no solo del crimen organizado sino del gobierno.
En redes sociales y en medios de comunicación convencionales se puso en tela de juicio el que nuevamente se increpe, se señale desde el gobierno al gremio periodístico, y peor aún que el presidente haya violado leyes que protegen los datos personales.
AMLO se equivocó en difundir un dato personal de una comunicadora. Pudo ser él quien tomó la decisión de hacerlo o quizás su equipo no tuvo la cautela en cubrir el número telefónico de la periodista antes de ponerlo en pantalla y el mandatario simplemente asumió.
Creo que fue lo primero por la respuesta que dio López Obrador a Jésica Zermeño quien le interpeló en la mañanera del viernes al mencionar la Ley de Protección de Datos Personales y el mandatario le respondió: “La periodista del New York Times me calumnió a mí y a mi familia con el narcotráfico, sin pruebas”, y le recomendó que si estaba preocupada porque se dio a conocer su teléfono, que cambiara de equipo o de número, pero “¿quién me va a reparar el daño a mí o a mis hijos?”
El tema sobre lo que parece una persecución a AMLO para ensuciarlo, que debió generar la polémica, terminó siendo un desdén por parte del presidente hacia los comunicadores.
Con un “no pasa nada” a las cuestiones sobre si Natalie Kitroeff podría estar en peligro con la exhibida en la mañanera, López Obrador volvió a poner sobre la mesa que quien no es capaz de hacer una autocrítica es él y su actitud volvió a ser vista como que subestima al gremio periodístico.