Es bien conocida en la historia de México el periodo llamado “Maximato” durante el cual el ex presidente Plutarco Elías Calles, a pesar de haber dejado la banda presidencial, continuó gobernando y ejerciendo su poder político a través de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez. Estas tres marionetas, sujetas a los designios del jefe máximo, fueron dependientes en los hechos de las decisiones y prioridades políticas del principal enemigo de los cristeros.
Algo semejantes se vaticina para Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard o Adán Augusto si alguno de ellos resulta electo presidente de México en 2024. AMLO, con ese talante autoritario, ensimismado y auto erigido en salvador de la nación (así debe creerlo verdaderamente el presidente) buscará por todos los medios continuar ejerciendo el poder político desde su residencia privada.
Lo hará mediante el chantaje político, tales como la manipulación de los medios de comunicación, la definición de las agendas nacionales, el llamamiento a las bases electorales de Morena para futuras movilizaciones, la provocación, o si se quiere, la búsqueda de una situación de ingobernabilidad y en suma, cualquier acción extraoficial, léase, fuera de las leyes, que ponga a su sucesor contra el muro y lo obligue a continuar su “transformación” como él mismo la interpreta.
Esto será un desafío sin precedente para el próximo presidente de México. En primer lugar, Claudia o Marcelo deberán enaltecer a la figura del caudillo durante las campañas con el objetivo de nutrirse de su popularidad y así sepultar cualquier aspiración de la oposición. Lanzarán loas al presidente, rendirán tributo a su figura histórica, mencionarán su nombre y lo invitarán a sus actos de campaña, para que el jefe del Estado, amante de la política de calle, sea aplaudido y venerado en las plazas públicas. Así será la campaña.
Todo cambiará, empero, una vez que el nuevo presidente, surgido de las siglas de Morena, se instale en Palacio Nacional. Podrá tomar dos rumbos: el camino de la sujeción y el sometimiento al expresidente, como lo hicieron los tres pusilánimes presidentes del Maximato, o decidirá imponer su sello personal a una nueva presidencia.
El segundo camino resultará, a todas luces, el derrotero más complejo. Para ello, el presidente deberá granjearse las simpatías de sus votantes, y a la vez, tejer una red de alianzas con los gobernadores de Morena para fortalecer su posición política. De esta forma, el jefe del Estado podrá prescindir de la influencia de AMLO y ejercer en solitario las responsabilidades que le fueron otorgadas en las urnas.
Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard, o, si se quiere, Adán Augusto, si alguno resulta electo en 2024, tendrá ante sí la tarea titánica de imprimir su sello personal a su presidencia, haciendo a un lado a un ex presidente que buscará, desde su rancho, continuar ejerciendo su popularidad y influencia. ¿Alguno de ellos tendrá la personalidad y el talante político para hacerlo? Se antoja improbable dado que no son políticos naturales y no cuentan ni remotamente con el carisma del tabasqueño. Veremos.