Señora.- Se dice del sustantivo mujer, que califica a la hembra humana por su estado civil o su edad, júzguese por si se encuentra en matrimonio o bien, si rebasa los 30 años.
Adjetivo descalificativo.- Utilícese también en caso de intención para descalificar a cualquier mujer con rasgos de insolencia, desobediencia, autonomía o exceso de autoridad. ¿Quienes son las mujeres para darse a respetar? Sumisas, jovencitas y calladitas se ven más bonitas.
En ese caso, utilícese la palabra “señora” con la descalificación por la edad, sugiriendo exceso de soberbia, sensibilidad, excentricidad o locura -porque así son las mujeres que son viejas, “locas”-. Así reza el manual del machista y misógino moderno.
Hace un par de días, Joaquín López-Dóriga perdió los estribos. Se mostró fuera de sí mismo después de que la candidata única a la jefatura de gobierno, Clara Brugada, le pidiera no caer en el relato misógino de que que ella había perdido la encuesta. López-Dóriga pretendía cuestionar las capacidades de Clara para contender después de los resultados internos de Morena, sin tomar en cuenta que Clara Brugada fue la mujer aspirante más competitiva de todo el país, que su perfil así como su trabajo le colocó en las encuestas como la mujer con mayores preferencias a nivel nacional, entre todas las entidades que se disputan este 2024 y que ello le otorgó la candidatura pues los dos criterios fueron competitividad y conocimiento en las encuestas.
La pregunta envenenada de Joaquín López-Dóriga lo planteó primero, como un periodista intolerante e incapaz de reconocer el liderazgo de una mujer y segundo, como un reportero incapaz de arrancar las verdades más elementales en un encuentro guardando neutralidad y respeto. Aquello debido a que después de la molestia, utilizo y reiteró la palabra “señora” para referirse a Clara Brugada. Mientras a otros entrevistados les ha llamado por sus nombres o sus cargos, como “Omar”, “senadora”, “diputada” o “candidata”, a Clara Brugada se limitó a decirle “Señora”. La provocación falló pues Brugada le dijo que no debía enojarse pues como es propio de la sabiduría popular, el que se enoja, pierde. Y así perdió López-Dóriga los estribos, terminando la noche con afirmaciones como que Xóchitl Gálvez “le valía pito” a los partidos. Al parecer, no ha conocido los alcances y concepto de la Violencia Política de Género, pero varias televidentes estamos seguras de que se acerca a ello.
Ahora bien. ¿Qué implica el “señora”?
Señora, señora, señora
El sistema nos juzga y valora por la belleza, maternidad o juventud. Clara Brugada no es madre, ni casada, ni adulta mayor. Esos son los criterios patriarcales que le asignan valor a las mujeres, y aunque diga el querido director de este periódico que la que firma esta columna puede llegar a obsesionarse con el feminismo, la realidad es que diariamente encontramos ejemplos de aquellos que utilizan esa carga simbólica del lenguaje para discriminar o maltratar a las mujeres. En todo caso, me da la impresión de que los obsesionados con nosotras son otros.
Llamarle “señora” a una mujer implica despojarla del valor simbólico que le otorga la sociedad a su juventud o inocencia. Es decir, que si la mujer no es considerada joven o soltera o inocente, no es mujer sino “señora”. Contiene una carga de maldad, pérdida de frescura o incluso, puede utilizarse para sugerir que una mujer está fuera de sus cabales. Es una palabra que cuando se usa como adjetivo, suele tomarse en el sentido despectivo.
Implica que quien nos dice “señora” pretenda desconocer lo que sea que seamos: candidatas, abogadas, escritoras, lideresas, representantes o lo que sea. Aquellos que utilizan esa palabra como lo hizo López-Dóriga pretenden reducirnos al edadismo que descalifica a las mujeres adultas (aunque quien lo utilice sea un adulto mayor).
Justo ahí radica uno de los puntos más interesantes de esta modalidad de machismo: el hombre adulto o adulto mayor es llamado “señor” como señal de respeto e involucra, supuestamente, experiencia, madurez, sabiduría. El tonito es aquel que al lector de le viene a la mente cuando llega pidiendo mesa a un restaurante rancio: “Adelante, señor, bienvenido”.
En cambio, cuando se utiliza la misma palabra pero hacia las mujeres, la carga despectiva en los tonos y el lenguaje no verbal es evidente. “A ver, señora, ¿vino aquí a debatir o a qué vino?”. La autoridad y autonomía en las mujeres, desentona para aquellos que no la saben mirar.
“La señora fiscal busca su ratificación” versus “Al candidato se le cruzó un señor cuestionando” o “el señor Gertz Manero, abogado fiscal, ha hecho y desecho”.
Mismo cargo, mismo gobierno, distintas acepciones.
La palabra “señora” puede sugerir que a una mujer se le ha terminado aquello que es llamativo y valorado por los hombres, como la juventud, el estado civil de soltería o la disponibilidad sexual. Esa palabra implica que a las mujeres se les mira como adultas y sujetos, ya no como objetos, y por eso, se castiga.
Por ello, la sanción en el tono y el uso de la palabra. Pareciera que el patriarcado tan solo menciona con suavidad a las hembras humanas cuando se trata de objetivizarlas: “Mujercita”, “señorita”, “joven”. Pero tengas doctorado o el reconocimiento como la mujer más competitiva de tu partido, siempre serás la “señora” para los que son unos “López- Dóriga”.
Ese es el “tiempo de mujeres”. El que aún no vence, el que está en plena pedagogía de simios, en un planeta patriarcal que diariamente nos sorprende. El que cuando deja de encontrarle forma de utilizarnos, nos cataloga en aquel “señora” en el que también, los medios de comunicación y las redes sociales nos enseñan a tener miedo de entrar.
Escribamos con responsabilidad: Señora, a mucha honra.
Si “señora” es sinónimo de respeto, somos señoras. Si “señora” es sinónimo de lucha, rebeldía y autonomía, también lo somos. Entonces hagamos algo: que los “López-Dóriga” nos hablen de usted, con respeto y bajándole de tono a todas las señoras que somos. Que nos respeten por ser “señoras”. Que las niñas anhelen y aspiren a ser “señoras”. Como Clara Brugada, señora. Orgullosamente señoras.
Después de todo, en el país en el que 4 de los 11 feminicidios al día son de niñas menores de edad, decirnos y ser llamadas “señoras” ya es en sí mismo un triunfo de supervivencia. Por un país de más señoras y menos misoginia al estilo López-Dóriga.