“El gatopardismo es la filosofía de quienes piensan que es preciso que algo cambie para que todo siga igual. El efecto Lampedusa, del que se habla a veces, consiste en hacer las cosas de modo que algo mute para que lo demás permanezca intocado en la organización social. Se refiere a reformas meramente cosméticas, ociosas o de distracción que se proponen para mantener incólumes los privilegios sociales y económicos de los manipuladores de esas reformas de epidermis.” www.enciclopediadelapolitica.org
Comparto, de entrada, esta cita sobre el gatopardismo para referirme a los cambios superficiales (y en algunos casos en franco retroceso, como lo es el caso del pésimo servicio de la Unidad del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros, USICAMM) que el gobierno federal ha generado en materia educativa durante el periodo 2018-2023.
Desde 2019, he sostenido y argumentado acerca de una serie de hechos que perfilan una crisis del reformismo educativo que abarca, en México, el periodo 2000-2019, la cual consiste principalmente en:
1) El agotamiento o desgaste del término “Reforma” debido a su pérdida de legitimidad, reconocimiento y credibilidad por parte de las comunidades escolares. En parte, como efecto de su escasa o nula participación en su diseño.
De hecho, publiqué un libro con ese título: “La crisis del reformismo educativo”, donde expongo de manera más detallada estos argumentos. Por cierto, fue una edición que dio a conocer el sello editorial de la UPN, Unidad Querétaro (2019).
2) La falsa creencia de que al modificar el texto constitucional y las leyes secundarias en materia educativa, por definición, se lograría una transformación de fondo del sistema educativo en su base principal: la escuela pública.
He afirmado también que la reforma educativa de la actual gestión federal del presidente López Obrador es sólo una reforma “reactiva” (se actuó, sin un proyecto educativo alternativo, ante el problema de la evaluación docente que producía efectos excluyentes), porque el cambio profundo o de raíz en las tendencias de las políticas públicas educativas no se dio (y no se ha dado como se prometió en campaña) desde la concepción de dicha reforma, entre 2018 y 2019, a lo largo de lo que va de la administración y hasta la fecha (2023). Y ya sólo le queda un año y medio a este gobierno. Parece una oportunidad perdida.
Adicionalmente, hay diversas evidencias para apoyar y sostener tales afirmaciones sobre una reforma “a medias”: desde los documentos normativos (reformas al texto del artículo 3º. de la Constitución Política mexicana y la redacción de enmiendas a la Ley General de Educación y demás leyes secundarias en materia educativa) hasta el planteamiento de fondo de la propuesta de transformación curricular de 2022-2023, puesto que en ambos niveles de intervención los cambios son superficiales. Visto todo ello como dos partes de un mismo proceso o de una línea principal de políticas públicas educativas de la “4T”.
Me explico: La SEP primero estableció la narrativa de actualizar o cambiar los contenidos y los diseños gráficos de los libros de textos gratuitos de la educación primaria (2021), en pleno contexto de confinamiento por pandemia y, poco tiempo después, la misma dependencia reconoció que los libros (como recursos didácticos) no son entidades aisladas de los procesos educativos y escolares, sino que están estructuralmente vinculados a la necesidad de cambiar o modificar, antes, los contenidos y métodos educativos, entre otros elementos de los complejos procesos educativos (materia de discusión de toda transformación curricular).
Todo esto sin contar con una evaluación educativa general ni específica sobre las condiciones de los actores escolares y sobre cómo se encontraba la educación básica en el país, como producto del “paro” por motivos de la crisis sanitaria.
Así, el gobierno federal, a través de la SEP, generó una suerte de impulso de justificación del cambio curricular. Ya sea derivado de lo anterior, por mandato de ley y por iniciativa de carácter político la autoridad educativa federal inició el proceso para crear o proponer el nuevo plan y programas de estudio para la educación básica (2022).
En realidad no hubo (y no hay aún) una ruptura paradigmática tanto en el plano del diseño de la estrategia reformista general como en el diseño curricular específico, este último orientado hacia la educación básica, sino que se observa una especie de reacomodo de las piezas, es decir, una intervención cosmética (gatopardismo) en el plano del ejercicio de las políticas públicas educativas genéricas y particulares, puesto que las bases de la reforma educativa anterior (2012-2018) quedaron inalteradas, intactas.
Reitero lo que escribí la semana pasada: La renovación curricular no podrá llevarse a cabo si no cuenta con un impulso democratizador de la escuela pública, desde la gestión educativa y la formación docente, entre otros factores.
En pocas palabras, hay más continuismo que ruptura
Pongo sólo dos evidencias para dar fuerza a los argumentos: 1) Hay continuidad y no ruptura en los términos o conceptos con los cuales se establecen, en ley, las nociones de calidad y excelencia educativas. Ambas están colocadas sobre la base de la idea del “máximo logro de aprendizajes” (criterio cuantitativo y reduccionista de los procesos educativos). 2) El diseño de la nueva propuesta curricular (2022) es, en esencia vertical o impuesto, ya que el documento base no fue resultado de una confección consensuada donde participaran en igualdad de condiciones las autoridades educativas y las comunidades educativas (en este caso de la educación básica), sino que se llevó a cabo el mismo procedimiento del pasado: Se dio a conocer (filtrado, por cierto) un marco o documento curricular base, elaborado por la alta burocracia en oficinas de la SEP, y posteriormente las maestras y los maestros lo discutirían y lo aplicarían en las escuelas. Esto, lamentablemente, en un contexto donde las mediaciones, los matices y la comunicación institucional han sido pobres.
Por razones de espacio, no agrego más inercias del pasado tecnocrático que están presentes en el discurso educativo oficial actual, pero no debemos olvidar la inserción de nociones gerencialistas como la de “mejora continua”.
Quizá la única novedad que aparece en el escenario del “reformismo curricular” es la idea del “codiseño”, entendido como el momento-espacio de contextualización y concreción de los contenidos y métodos en función de las características de la comunidad educativa y social de referencia. Noción que, por cierto, se parece a la idea de “autonomía curricular” que adoptó la narrativa del nuevo modelo educativo impuesto durante el sexenio anterior (entre 2016 y 2017).
La dinámica de actuación verticalista sobre hechos consumados es una característica de ambos cursos de acción o estilos en la toma de decisiones de políticas públicas educativas (sexenio pasado y actual), dicho esto en el contexto de la elaboración de la propuesta curricular, así como de su operación a través de los dispositivos específicos llamados “plan y programas” de estudio.
Mientras se impongan todos estos cambios y no se llame a la participación de las/los docentes desde el diseño curricular (no sólo al codiseño); mientras no se dé lugar a propuestas de fondo para revalorizar el trabajo docente; y en tanto no se combata, en serio, el proceso de pauperización y de sobre carga administrativa del trabajo de las maestras y los maestros, el gatopardismo seguirá su alegre camino.
El gatopardismo es una palabra derivada del italiano Gattopardo, que es el título de la novela del escritor siciliano Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa (1896- 1957), que habla de la decadencia de la nobleza siciliana en la época de la unificación italiana y relata el matrimonio del sobrino de un viejo príncipe con la hija de un comerciante plebeyo de la región. Frente al inevitable ascenso de la burguesía, el añoso noble decide promover este matrimonio con el propósito de insertar a su clase social en decadencia con sus enemigos mortales convertidos en la nueva fuerza política dominante… Desde entonces se usa la expresión gatopardismo para señalar la actitud de “cambiar todo para que las cosas sigan iguales”, tal como lo proclama reiteradamente el personaje de la novela, en el marco del pacto con el enemigo político tradicional.” (misma referencia)
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