El insistente rumor impulsado por parte de la comentocracia en el sentido de que habrá una suerte de deslinde entre la actual presidenta Claudia Sheinbaum y su predecesor y líder político, Andrés Manuel López Obrador, es una parte indispensable del fin de año electoral y que tiene su profundo referente en el cambio sexenal priista que, presidente a presidente, implicaba el ritual de deslinde y empoderamiento con el eco atávico del grito de la realeza francesa: “Le roi est morte, vive le roi” (El rey ha muerto, viva el rey). Sin embargo, este ritual sexenal fue construido por Lázaro Cárdenas después de un largo periodo del denominado ‘Maximato’ en el que Plutarco Elías Calles, jefe máximo de la revolución y líder del Partido Nacional Revolucionario, mantuvo el obvio ejercicio del poder a través de distintos titulares del poder ejecutivo que, aunque en mayor o menor medida resistían, no poseían las capacidades políticas de hacer frente al jefe máximo, el que sucumbía ante la tentación de demostrar quién tomaba las decisiones en el incipiente Estado revolucionario de los años 30.
El Morena de hoy se parece bastante a ese PNR pues, también está compuesto de una amplia amalgama de cuadros e intereses surgidos de las alianzas construidas por AMLO durante sus 20 años de recorrido político, incluyendo los seis que ejerció de presidente. Al igual que Calles, AMLO es el jefe máximo de la Cuarta Transformación; al igual que Calles, AMLO es el líder del partido en el que acaba de colocar a sus jóvenes herederos políticos para su administración, pero a diferencia de Cárdenas, la presidenta Sheinbaum no controla aún los factores del poder y, a diferencia de los años 30, México es una economía dependiente, en mucho mayor medida, de su principal socio comercial y aliado: Estados Unidos.
Si bien, tanto la guerra cristera como el alzamiento almazanista, mantenían al país en un estado de relativa violencia (al igual que hoy el narco), el régimen de la revolución en los treinta era lo suficientemente fuerte como para que, con un par de golpes militares, se restituyera la paz social, cosa que hoy parece imposible para los administradores del segundo piso de la 4T.
Otra diferencia clave, que incluye a buena parte de las dirigencias de Morena, es que la 4T está sustentada en cuatro pilares críticos inconexos y que sólo cobran congruencia y sentido por el liderazgo personal de AMLO, estos pilares son: el ex priismo que controla la mayoría de los gobiernos estatales, un 30% de las diputaciones y un 40% del Senado, elemento éste que no está cohesionado en su lealtad y del que podrían provenir la mayoría de los cuadros de mayor lealtad relativa a Sheinbaum (tanto por el conocido manejo disciplinario del priísmo, como por la posibilidad de desplazar a la izquierda que acompañó a AMLO desde el principio de su largo recorrido). El segundo pilar es el que se refiere a las bases sociales del régimen, incluida buena parte de las dirigencias orgánicas de Morena alimentado y operado por un ejército de servidores de la nación, controlados por una jerarquía de incuestionable lealtad a AMLO, sobre todo, desde la Secretaría del Bienestar. El tercer pilar, los cuadros de la 4T que han surgido y consolidado sus espacios desde el arribo del anterior presidente a la titularidad del ejecutivo y que es una incipiente clase burocrática que se dividiría entre su lealtad al empleo, y su lealtad al jefe político y, finalmente, como cuarto pilar, los cuadros de la izquierda tradicional, amalgamados con liderazgos y funcionarios de las administraciones de AMLO y Marcelo en la CDMX que se encuentran también transversalmente distribuidos en cargos administrativos del partido y en el Senado y la cámara baja.
Esta conformación organizacional daría la ventaja orgánica inicial a la jefatura política de AMLO contra la jefatura burocrática de Sheinbaum, sin embargo, la circunstancia internacional aunada a la falta total de oposición, equilibran en favor de la segunda los factores en disputa. De estar pactada la salida de altos funcionarios de la administración y no tratarse en realidad de una fractura, puede alimentarse a los medios y analistas anti 4T de toda suerte de falta de información y anécdotas sobre una ruptura “de humo” que aproveche el referente colectivo del empoderamiento sexenal referido.
Por el contrario, si efectivamente hay diferencias profundas e irreconciliables entre ambos personajes, estaremos observando una situación compleja rumbo a la elección intermedia pues el control del partido parece imposible de contrastarse por parte de los cuadros de la presidenta, lo cual dejaría en desventaja funcional la segunda parte del sexenio, agravado por la carencia de una oposición sistémica. Lo más probable es que más que una ruptura, se trate de reacomodos tácticos que, interesados y diletantes, lean como una crisis de otros modelos.