La situación en Acapulco, y en todo Guerrero, es ya de altísimo riesgo. No es casualidad que sea la ciudad guerrerense, la única, por la que el presidente López Obrador no se pasea libremente, el llega a instalaciones militares y lo más inmediato posible sale por piernas, y no lo juzgo, una ciudad sumida en la total de las miserias (de toda índole) no puede sino inspirar eso: miedo. Ayer tan sólo, rafaguearon y asesinaron a un grupo de jóvenes reunidos en un local de maquinitas de videojuegos, a cosa de 10 metros de la Costera Miguel Alemán (avenida otrora gloriosa, hoy en ruinas).

Y noticias del tipo son a diario: cabezas, torsos, brazos y piernas amanecen junto a escuelas, tiendas de conveniencia y mercados. Las fuerzas federales están rebasadas, y no exagero cuándo advierto que si el próximo gobierno federal no toma, de forma directa, cartas en el asunto, Guerrero puede hacer tambalear a la administración Sheinbaum, sí, así cómo por nada (caso Iguala / Ayotzinapa) termina tumbando a Enrique Peña Nieto, y hecho por el cual hay quienes hablan de su sexenio cómo uno ‘de dos años’, debido a que esos acontecimientos marcaron un parteaguas en su gobierno.

No basta con dejar que los paupérrimos perfiles en el municipio y en el estado, continuén administrando el fango, no, es preciso mucho más que eso: que desde el centro se tomen las decisiones importantes, para rescatar a una ciudad que ya languidecía cuándo le llegó su tiro de gracia: el mega huracán Otis. Esperemos, que por el bien el país, se tomen serias medidas al respecto, sino es que la hecatombe vuelve a sacudir al país completo, ya que (no es algo nuevo) Guerrero en lo general y Acapulco en lo particular, son un problema de seguridad nacional, y por ende una poderosa y latente bomba de tiempo.